Mauricio Salvador: Hace poco más un año anunciaste la creación de la editorial Pálido Fuego, cuando escribiste en tu blog que acababas de adquirir los derechos de la primera novela de David Foster Wallace. Como editor, ¿cuál es tu balance de este año de existencia?
José Luis Amores: En primer lugar, ha sido un año de bastante esfuerzo, diría que de sacrificios, que creo es una palabra que da una idea más certera respecto de esas situaciones en las que las energías que inviertes en la consecución de algo superan en mucho a los resultados “tangibles” que acabas obteniendo. Sin embargo hay otros resultados “intangibles” que aún estoy asumiendo, y de cuya mayor parte, o de la más importante, seguramente tardaré todavía en ser consciente. El proyecto es muy joven aún y necesita afirmarse y luego consolidarse. En este sentido llama la atención que, con la enorme atención recibida en todo tipo de medios (prensa física, virtual, radio, televisión), todavía no hayamos sido capaces de llegar a todos los adeptos del tipo —o tipos— de literatura que estamos publicando y vamos a publicar.
Hemos tenido dos obsesiones desde casi el principio. Una es obvia: ceñirnos al mejor producto, entendido éste como publicar lo mejor de lo mejor que, por las razones que sean, no ha tenido en castellano las mismas oportunidades que otras obras que, a juicio de quienes en cada momento han tenido en su mano el poder decisión, sí merecían ese espaldarazo de confianza. La otra era que el lector supiese que existíamos, conociera el porqué de dicha existencia, y fuera además consciente de lo que íbamos a entregarle. Esto, como sabes, es bastante difícil. Nuestra atención en tanto que clientes potenciales de “cosas” está muy segmentada, y casi sólo se llevan el gato al agua quienes deciden tirar por la calle de en medio y montar operaciones publicitarias macro. Como comprenderás, hacer esto nos resulta bastante complicado por nuestra dimensión. Los recursos de que disponemos los estamos dedicando a producir, no a proyectar una imagen falseada de la realidad. Algo a lo que por otro lado somos reticentes porque entendemos que canalliza un producto que en absoluto lo merece. Ya sé que suena idealista e incluso ingenuo, pero te aseguro que de lo primero tengo lo justo y lo segundo lo perdí hace bastante.
Pero en lo que respecta a lo que vamos consiguiendo, estoy bastante contento. Mirar el catálogo que tenemos ya, y los títulos en perspectiva, hace que me levante todos los días con la ilusión intacta y siga trabajando. Creo que eso es lo más importante.
MS: Es muy interesante que hables de tu «ilusión intacta», que creo entender es llevar al público obras que tú consideras les dejarán mucho como lectores. En tu caso, si entiendo bien, la traducción se ha convertido en una parte del proyecto total. ¿Cómo fue que decidiste que tú serías no sólo el editor y emprendedor de esta editorial, sino también el traductor?
JLA: Influyeron varios motivos. No voy a negarte que el principal no fuera el económico. Cuando tienes claro que tu producto no va a ser un fenómeno de masas, tienes que mimar el flujo de caja. Si estructurábamos el proyecto a la manera tradicional, externalizando la mayoría de los trabajos que aportan valor añadido, tenía claro que acabaríamos estrangulados financieramente. Por eso, hasta el momento, todos los títulos que hemos ido publicando fueron originalmente escritos en inglés (menos Standards, de Germán Sierra), que es el único idioma extranjero en el que me defiendo con soltura. Lo que por otro lado nos ha permitido, además, publicar con precios muy competitivos joyas literarias cuya traducción complicada hubiera tenido un alto coste externo, algo que habría terminado plasmándose sin lugar a dudas en libros caros, como no paramos de ver cuando nos damos una vuelta por las librerías.
No obstante, La casa de hojas, de Mark Z. Danielewski, ha sido traducida por Javier Calvo, que a la fecha es el mejor traductor al español de inglés literario contemporáneo. A él le debemos casi todas las traducciones de la obra de Wallace (menos La broma infinita y Todo o nada), y en La escoba del sistema y Conversaciones con David Foster Wallace no hice otra cosa que seguir la escuela que ya había marcado él.
MS: ¿Cómo es esa escuela?
JLA: No podíamos seguir traduciendo a los escritores anglosajones como si todos estuvieran cortados por el patrón de Henry James, por nombrar un solo clásico. Todavía hoy te encuentras con libros traducidos con sintaxis decimonónica cuando los originales son mucho más frescos y dinámicos, por no hablar de la metamorfosis que experimenta el tono en el producto final traducido. Y posiblemente la responsabilidad de esa infidelidad al estilo del original se deba en parte a, en ocasiones, los procesos de corrección de estilo y a los propios editores, quienes, también en ocasiones, actúan de un modo paternalista con el lector y se erigen en auténticos muros de defensa contra algo que no puedo sino denominar “otra manera de escribir”.
Javier Calvo supo desde el principio mantenerse fiel al estilo y tono y dinámica de los autores que ha ido traduciendo. Permíteme un pequeño corte promocional para comentarte que su trabajo con House of Leaves supera con creces las manidas cinco estrellas, y no solamente por haber sido capaz de cuadrar en castellano las mil y una trampas lingüísticas que subyacen en las capas inferiores del texto, sino también por su pericia al trasladar con total fidelidad los distintos registros de tono y estilísticos que contiene la novela. Damas y caballeros lectores: en su librería habitual en otoño de este año. Ya queda menos.
MS: A partir de todo esto, ¿cómo te definirías como traductor?
JLA: Una vez estaba aburrido, esperando a alguien que iba a tardar en aparecer, y entré en una librería y compré Miedo y asco en Las Vegas, de Hunter S. Thompson. Había leído el original y me picó la curiosidad de saber cómo se habían traducido determinadas cosas. Como sabes, el libro es ya bastante antiguo. En la época en que se tradujo no había disponibles las herramientas de consulta de hoy día. Hoy, un simple email te salva el día. Le trasladas la duda a un nativo y que pase el siguiente. Por consiguiente, ser traductor en la actualidad es infinitamente más fácil que serlo en la época en que se tradujo el libro de Thompson. Permíteme un segundo y un tercer corte promocional: cuando estaba traduciendo La escoba del sistema me surgieron dudas que resolví prácticamente en el acto preguntando a amigos estadounidenses. “¿Qué significa special wecial?” “Es una chorrada que se les dice a los niños para divertirlos y conformarlos para que hagan algo que no les gusta especialmente. Les divierte porque no significa nada pero rima.” “Ah.” Y con la traducción de Mi primo, mi gastroenterólogo, de Mark Leyner, uno de los libros más divertidos e inteligentes que he leído en toda mi vida, aunque tiene comparativamente muchas menos páginas que La escoba del sistema, el proceso de traducción fue arduo, complejo, agotador pero tremendamente estimulante. Veía cómo iba tomando forma el texto en castellano y cada día no podía evitar releer casi todo lo ya traducido, y en esos momentos me daba cuenta de que estaba logrando fabricar una versión cuya fidelidad al original era del cien por cien; no había palabra, expresión idiomática, frase e incluso detalles en principio imperceptibles como el ratio del número de palabras del texto traducido con el original que no hubiera logrado afinar al máximo. Me lo pasé en grande con ese trabajo, aun cuando se trata del libro más difícil de traducir al que le he metido mano. Pero precisamente por eso, quería que la versión en castellano estuviera a su altura y el lector no tuviera que preocuparse de decodificar nada sino que se entregara a la diversión del mismo modo que el lector anglosajón hizo en su día y aún sigue haciendo. Creo que ambas obras, La escoba y Mi primo, definen el escaso trabajo que hasta el momento he completado como traductor de textos literarios. Ya en sus librerías.
MS: En tu papel como editor-traductor, ¿qué vicios y virtudes identificas en las traducciones españolas que te gustaría evitar y emular, respectivamente?
JLA: Me gusta cuando se nota que un libro ha sido traducido y editado con pasión y dedicación, ambas actitudes al mismo tiempo y no sólo una. Porque eso se nota. Yo al menos lo noto. Puede que haya erratas, porque en todo libro las hay y aún no he encontrado ninguno que no las tenga, pero las acabas obviando porque el traductor y quien o quienes sean que han afinado su trabajo han conseguido imprimirle al libro ritmo de versión original. No hay nada fuera de lugar, nada chirría, puedes tirarte de cabeza, con toda confianza, a eso que es, al fin y al cabo, lo que más te gusta: leer; leer sin considerar la calidad del papel o el tamaño de la letra o la actualidad del tipo empleado o lo que sea que te llama la atención cuando crees que estás leyendo pero en realidad lo que haces es evaluar el libro como si fuera un pedazo de algo muerto.
Por otro lado, la vulgarización del libro como producto, con unas características determinadas y un precio que nada tiene que ver con su “valor”, con una vida fugaz tasada por las apabullantes circunstancias, con una mayor o menor operación promocional tras su título y/o autor, y viceversa, ha dado al traste con muchos trabajos de traducción que, de otra forma y con los medios de que disponemos hoy día, deberían haber visto la luz con una calidad muy superior. Se nota ahí, en esos (numerosos) casos, el apresuramiento, la paga escasa, la mayor importancia del coste que determina el precio sobre el valor, y la preeminencia del “ya” sobre la perdurabilidad de la obra. Esto no es que quiera evitarlo, es que si alguna vez me viera obligado a entrar en ese juego absurdo, cierro la editorial y me dedico a otra cosa.
Obviamente me decanto por el trabajo dedicado y apasionado que puede observarse, por fortuna, en otras maneras de traducir-editar. Y tal actitud la encuentras en pequeñas como en grandes editoriales. La traducción y edición de la versión en español de El rey pálido, de David Foster Wallace, por poner un ejemplo más o menos reciente, son trabajos realmente soberbios. Algo que no se consigue escatimando en horas ni honorarios ni en profesionalidad.
MS: Por último, a nivel personal, ¿qué es lo que agradeces a la traducción?
JLA: ¡Muchas cosas! Cada día hay más gente que “dice hablar” una o dos lenguas más aparte de la materna, llevándose el inglés el primer puesto en esta estadística. Pero eso, curiosamente, no hace que las ventas de libros en idioma original despunten significativamente. Vas a las librerías donde supuestamente tienen literatura en idioma original y, en lo que respecta a “literatura”, casi sólo hay best-sellers, pues el candidato a su compra es el turista de turno que de una u otra forma acaba pasando por allí. El dominio general del segundo idioma suele ser a nivel conversacional o, en todo caso, se restringe bastante a la lectura de libros técnicos, con su consabida pobreza lingüística. Se lee muy poco en idiomas no traducidos a nuestra lengua materna, lo que equivale a decir que no se lee en idioma original. Si no fuera por las traducciones.
Dijo Wallace en la famosa entrevista con Larry McCaffery, “Si vivías en Atomarporculo, Iowa, hace cien años y no tenías ni idea de cómo era la vida en la India, el buen y viejo Kipling iba y te la presentaba”. Leer autores extranjeros es, decididamente, una de las mejores formas de viajar. De viajar fuera de tu país y de conocer mundo y gente de ese mundo extraño en muchas o algunas cosas a tu cotidianidad; y de viajar no simplemente como turista sino con un guía de excepción que no solamente ha ido adonde tú no has ido sino que ha experimentado allí cosas imposibles de experimentar en una, como suele decirse, estancia. Leer literatura extranjera es la mejor forma de comprender y empatizar con nuestros vecinos del mundo. Si no fuera porque existen traductores, tales viajes estarían al alcance de muy pocos, serían otro privilegio más entre los demasiados que ya soportamos y sufrimos. Los traductores democratizan el mundo al acercar su literatura, la del mundo, a sus conciudadanos. De hecho, lo que quise al fundar Pálido Fuego era contribuir a esa labor que admiro. Sin ir más lejos, la frase citada de Wallace fue grabada en un magnetófono una noche de abril de 1991 en Boston, después McCaffery la transcribiría junto a todas las demás y la publicaría en la Review of Contemporary Fiction en 1993 y, diecinueve años después, Stephen J. Burn la incluiría en una antología de entrevistas a Wallace que acabaría publicando la University Press of Mississippi, antología que yo leería y de la cual acabaría enamorándome y con la que decidiría democratizar un poco más el mundo traduciéndola y publicándola bajo el título nada original de Conversaciones con David Foster Wallace. Ese fue el primer título que publicó Pálido Fuego, no el primero que traduje, y con él no pretendía otra cosa que acercar al lector en español algo que éste llevaba veinte años perdiéndose, y eso no podía seguir así.
José Luis Amores nació en Málaga, España, en 1968. Es Licenciado en Ciencias Empresariales por la Universidad de Málaga. Especializado en marketing, ha fundado varias compañías que después ha vendido a diversas multinacionales. Ha sido colaborador de Diario Málaga, Papel Literario y Revista de Letras. En 2012 fundó la editorial Pálido Fuego.
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Ernesto de la Peña (1927-2012), traductor.
nació en 1979. Vive en la ciudad de México.
Otro apasionado… Da gusto ver cómo proliferan en la traducción las verdaderas vocaciones por «apropiarse de ese otro mundo» para compartirlo.
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