Corrupción

1. La historia

Abdul Hakim Husain es un adolescente musulmán, habitante de Annawadi, una villa miseria que colinda con el aeropuerto internacional de la ciudad de Mumbai. Su edad exacta es imposible de determinar: sus padres no dan importancia a tales detalles y ningún documento oficial existe al respecto. A partir de los seis años, se ha transformado en una especie de autómata, altamente especializado y eficiente: hora tras hora, con unas manos admirablemente aptas a tal labor –aún sensibles a las distinciones entre materiales, si bien marcadas por innumerables cortes y abrasiones-, Abdul analiza los deshechos que niños y adultos recogen en basurales cercanos al aeropuerto. Compra metal, papel y plástico que podrá revender luego con ínfima ganancia. Su mundo se circunscribe a esa tarea.

Gracias a su perseverancia y destreza Abdul logra mantener a una numerosa familia: de él dependen sus padres y sus hermanos. El alza de los precios de materiales reciclables le ha permitido ahorrar algo de dinero y alentar la esperanza de cambiar la situación de los suyos, mudándose a una barriada más próspera y de mayoría musulmana. Esa ambición es difícil de realizar. Abdul es un introvertido y un realista. Está consciente de la precaria naturaleza de su prosperidad y de la envidia, potencialmente peligrosa, de sus vecinos. Una prudencia innata le lleva a mantener un perfil pleno de cautela. Su madre, Zehrunisa, carece de tal discreción: a su natural anhelo de progreso asocia una poco conveniente exuberancia. En el ambiente a menudo tenso de Annawadi, la misma puede provocar conflictos de imprevisibles consecuencias.

Zehrunisa ha conseguido de Abdul que parte de sus ahorros sea invertido en mejorar la cocina de su chabola. Esa humilde, apenas si sustancial mejora será el insospechado germen de un desastre. Una vecina, Fátima, con la que comparten un vetusto muro medianero, envidiará los nuevos azulejos y el aire de dicha que el cambio conlleva. Luego de una disputa pública logrará, por medio de un incomprensible sacrificio personal, destrozar los planes de Abdul, conduciéndolo a la cárcel junto con su padre y su hermana mayor. El muchacho y su familia se verán sometidos a degradación tras degradación, inmersos en las fauces del lento curso de la injusticia burocrática, marcado de sobornos y de peligros. Un descenso a los infiernos sin mitigación posible.

2. La narradora

Una trama como la descrita parece estar firmemente enraizada en la ficción. Trae a la memoria, inevitablemente, la película Slumdog Millonario. Tal vínculo es, sin embargo, ilusorio. Abdul es un muchacho de carne y hueso; su historia ha sido cuidadosamente documentada por Katherine Boo – distinguida reportera estadounidense. El resultado es un libro que ha alterado el ámbito de la no-ficción de habla inglesa. Intitulado Behind the Beautiful Forevers: Life, Death and Hope in a Mumbai Undercity, es la exacta antítesis del voyerismo celebrado en Slumdog Millonario. Una inflexible indagación, carente de falsa piedad, preconceptos o paternalismos.

Ese logro no será sorpresivo para quienes hayan seguido de cerca la carrera de Boo. Su talento fue evidenciado por vez primera a nivel nacional, en los Estados Unidos, con la serie de artículos publicados en 1999, que eventualmente la harían acreedora al Pulitzer. Su tema, los abusos contra personas con severas discapacidades cognitivas dentro del sistema diseñado para ayudarlas, en Washington DC. Una cita tomada de ese trabajo da la medida de su estilo y preocupaciones – remarcables ambos por la audacia de quien era entonces apenas una reportera sin influencia alguna:

Elroy vive aquí. Pequeño, medio ciego, retrasado mental, de 39 años de edad, ese es Elroy. Para encontrarlo, vaya más allá de la consejera que coquetea en el teléfono. Más allá de las sillas rotas, de la cocina de moteada de cucarachas y de sus compañeros de residencia, cuyo abandono en esta casa hogar ha sido documentado por una década en los archivos de las agencias de la ciudad.

Cada elemento este párrafo, como de aquellos subsiguientes en la serie, se adhiere a la realidad. En una prosa límpida y certera, obstinadamente fiel a los hechos, Boo efectúa una denuncia devastadora. Colaborando con The New Yorker desde 2001, Boo se ha destacado por similares trabajos, escrupulosamente fundamentados en investigación documental y de campo. Ello, no solo en razón de un ejercicio de ética profesional sino también como respuesta a una necesidad práctica: el ámbito en que sus indagaciones se desarrollan está plagado de criminales de toda ralea – desde los comunes y poco sofisticados hasta los de cuello blanco y extensas conexiones políticas. El exponerlos requiere pruebas irrefutables. Pruebas que develan el sufrimiento que toda sociedad oculta y tolera mejor, aquel infligido a sus miembros más vulnerables.

3. El reto

En 1994, en conversación con Eleanor Wachtel, Czeslaw Milosz –ya para entonces más que un Premio Nobel, una leyenda de las letras mundiales– mencionaba cómo

si pensáramos y sintiéramos lo que realmente sucede sobre la superficie de esta tierra, no tendríamos un momento de paz. Si, realmente, con toda la fuerza de nuestra imaginación, visualizáramos lo que sucede, no podríamos hacer nada excepto, no sé, gritar, correr por las calles, volvernos locos.

La verdad encerrada en esas palabras es indudable. La sensibilidad humana no es infinita, su capacidad para absorber las tragedias es finita. Tal vez en razón de ello, quizás por otros, menos radicales motivos, es inusual encontrar un libro como Behind the Beautiful Forevers. Además de las limitaciones de percepción determinadas por la naturaleza, la civilización del espectáculo ha impuesto lo indispensable de un final feliz o, al menos, de un balance paliativo. Ambos se encuentran resonantemente ausentes de la obra de Boo, aún si evocados como la ilusión imposible que cada residente de Annawadi se empeña en abrigar: “Todo el mundo en Annawadi quería uno de esos milagros que transforman la vida, los que se decía sucedían en la Nueva India. Querían ir de cero a héroe, como el dicho establece, y querían hacerlo rápidamente.”

Ilusión que colisiona con la certeza de que para los habitantes de una villa miseria cada paso está plagado de obstáculos. La burocracia estatal y citadina, la policía, los políticos, las entidades de ayuda nacional e internacional, todos son parte de esa ecuación. Todos facilitan un sistema en el que, paradójicamente, es provechoso en extremo el extraer dinero de quienes apenas lo poseen. Es un sistema de explotación que funciona en base a la corrupción más acendrada, combinada con una brutalidad que se ejerce sin escrúpulos, instrumento de coacciones y objeto de designios raramente anticipados por los humildes a quienes afecta.

Esa combinación determina el futuro de toda ambición en Annawadi. Facilita los triunfos de los especuladores de bienes raíces, que observan en el sector una fuente de extraordinarias ganancias, potenciada por su cercanía al aeropuerto. Matiza las probabilidades de triunfo de Asha, una mujer que desea elevarse de su condición, transformándose en la indispensable intermediaria de favores, nepotismos y actividades políticas en su barrio. Y, mucho más a menudo, pulveriza las oportunidades de quienes, como Abdul y su familia, jamás podrán sustraerse a la lógica de la miseria, por siempre susceptibles al zarpazo del odio o la fatalidad.

De entre estos últimos, los más frágiles son sin duda los chiquillos que minan deshechos reciclables. Boo los presenta sin sentimentalismo alguno, lo que torna aún más difícil aceptar lo sombrío de sus destinos. El objetivo de uno de esos pequeños, Sunil, es “comer lo suficiente para empezar a crecer.” Algunos persisten en una admirable ética de trabajo; otros se involucran, rápida y ferozmente, en pandillas y drogadicción. Más allá de esas divergencias, el final que espera a la mayoría es difícilmente misericordioso. Cuando no perecen por enfermedades o accidentes propios de su pobreza, caen presa de los predadores que han designado la villa miseria como coto de caza. Así sucede con Kalu, quien será encontrado sin vida, en las afueras del aeropuerto, su muerte clasificada como consecuencia de “enfermedad sin recuperación posible”, a pesar de las obvias circunstancias que indican un asesinato:

La evidencia que constituía el cuerpo de Kalu fue rápidamente tornada en cenizas en el Crematorio de Parsiwada, en Airport Road, la falsa causa de muerte debidamente anotada en un registro oficial que había sido quemado en su centro por un cigarrillo encendido. Las fotos del cadáver del chico, tomadas en aplicación de las regulaciones de la Policía, se desvanecieron de los archivos de la Estación Sahar. […] La estación de policía no era un lugar donde las víctimas encontraran apoyo o donde la seguridad pública fuese tenida en estima. Era una tienda frenética, como tantas otras instituciones de Mumbai, e investigar la muerte de Kalu no era una actividad que generase ventaja alguna.

Para escribir ese corto párrafo, Boo ha visitado el crematorio, ha requerido, probablemente con dificultad, el revisar el registro policíaco –en el que le ha sido dado observar esa marca de cigarrillo, evidencia de descuido, insolencia y hastío. Ha buscado también, sin suerte, las fotos del cuerpo de Kalu. En fin, como en Washington años antes, se ha sumergido en un ambiente en el que la vida humana poco importa frente a la pulsión de la ganancia. Cada página de Behind the Beautiful Forevers posee idéntico andamiaje y, en su virtud, el mismo poder basado en la verdad de su contenido.

La cadena de complicidades, desde luego, no se detiene en un asesinato; se expande como las infectas aguas pantanosas de Annawadi en cada monzón, contaminando cada aspecto de la vida de sus habitantes. Pocos resisten ese embate. Son pocas las obras, antiguas o contemporáneas, que han persistido en documentar luchas tan desiguales. Reside allí sin duda el mayor reto y mérito del libro de Boo: su testimonio torna imposible en nuestros días el alegar ignorancia sobre tales tragedias, o el complacerse en edulcorados cuentos de hadas sobre sus víctimas.

by María Helena Barrera-Agarwal

nació en Pelileo, Ecuador, en 1971. Es autora de  La Flama y el Eco: ensayos sobre literatura (2009); Mejía secreto: facetas insospechadas de José Mejía Lequerica (2013), Anatomía de una traición: la venta de la bandera (2015), Dolores Veintimilla, más allá de los mitos (2015), y de la edición crítica de las obras de Dolores Veintimilla (2016). Reside en Nueva York.

One Reply to “Corrupción”

  1. 1
    Rosi

    la realidad supera la fantasía, los crueles verdugos de los cuentos están presentes en el hambre, la miseria y la falta de humanidad entre semejantes.

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