Tierra incógnita

1. El escenario

Between Clay and Dust, de Musharraf Ali Farooqi, se inicia con un corto capítulo que determina el escenario, tanto físico como espiritual, en el que la novela se desarrolla:

La ruina del antiguo centro de la ciudad se atribuía a la tendencia transformativa de los tiempos que se vivían. Se hallaba abandonado, a medias enterrado y a medias rodeado de miserables barrios de chabolas. Enclaves nuevos lo cercaban por tres lados, como evitando la sombra de su desaparecido esplendor. Las calles que emergían de recientes asentamientos se desviaban en los bordes de su periferia. Los enlaces que usualmente vinculan barrios antiguos con aquellos modernos no se formaron nunca o se rompieron al inicio. El ancho callejón en forma de serpentina, con pasarelas de altos arcos que dividían sus sectores residenciales y artesanales, parecía extrañamente desolado.

Los tiempos aludidos en la frase inicial son aquellos que corren poco después de la independencia del subcontinente indio de la Corona Británica, a mediados del siglo veinte. El fin del régimen colonial traería consigo no solo la libertad político social, sino un fenómeno de repercusiones insospechadas, la separación del territorio en dos diferentes naciones, la India, de mayoría hindú y Pakistán, predominantemente musulmán. En unas pocas semanas, esa división de bordes artificiales originará el mayor movimiento de refugiados de la historia. El mismo conllevará más de un millón de muertes, debidas al caos de la migración y a los odios y las retribuciones que la acompañan.

La mayor paradoja de la Partición –nombre con el que se conoce esa inmensa tragedia– reside en que afectó a un pueblo que, más allá de divergencias religiosas, poseía un ancestro racial y cultural común. En Between Clay and Dust, esa identidad se torna obvia: Farooqi jamás menciona el nombre de la ciudad que sirve de escenario a la historia, y tan solo bien entrada la acción aparecen detalles que permiten colegir que se trata de una urbe probablemente localizada en Paquistán. Los detalles de ambientación y aquellos que determinan a los personajes pueden corresponder tanto a la Delhi antigua como a los barrios históricos de Lahore, igual que a otras ciudades de ambas naciones.

2. El luchador

Es en ese espacio que la acción de la novela tiene lugar. Uno de sus personajes principales es Ustad Ramzi. La palabra urdu ‘ustad’ ( استاد ) anticipa la condición del hombre a quien se aplica: es un término honorífico acordado a quien ha alcanzado el conocimiento consumado de un arte, convirtiéndose en experto y en maestro a la vez. El arte que Ustad Ramzi practica es el bharatiya kushti o pahalwani, el tradicional estilo de lucha libre india. El kushti no implica tan solo elementos atléticos; sus adeptos, conocidos como pahalwans se involucran en una práctica de ribetes espirituales. Viven y entrenan en enclaves denominados akharas, organizados de modo a optimizar una inmersión total en la disciplina que han elegido como destino. Una disciplina a la que se entregan con ritual humildad, sin que les sea dado servirse de ella para obtener ventajas personales.

Ustad Ramzi es jefe de un clan de pahalwans y responsable de la dirección del akhara que los acoge. Ha ganado ese sitial no solo por vínculos familiares sino por sus logros: ostenta el título de Ustad-e-Zaman, campeón absoluto de lucha, obtenido quince años antes y defendido desde entonces en múltiples ocasiones. La rivalidad con otros clanes que ambicionan arrebatarle tal honor es acendrada, particularmente con aquel del luchador Imama. Ramzi desea mantener el título en poder de su clan mientras le reste vida. Sabe que le será difícil lograrlo: su cuerpo, sometido a prácticas extremas, empieza a rebelarse. Pronto le será imposible prevalecer en combate. Su esperanza reside en entrenar un pahalwan al que, según la tradición, pueda nominar para representarlo exitosamente en los años a venir.

Ese sucesor debería ser su hermano, Tamami, veinte años menor y también residente en el akhara. La tensión narrativa indispensable a la historia se origina en el hecho de que esa opción natural parece estarle vedada. Tamami, cuyo nombre significa totalidad ( تمامی ), es un ser plenamente humano, cuyas virtudes están combinadas con defectos como una innata carencia de la disciplina y de la concentración propias de un pahalwan de mérito. Ello contrasta con los principios y prácticas de su hermano mayor; el nombre de éste, ‘ramzi’ ( رمزی ), da la pauta de su filosofía de vida: significa símbolo o simbólico. Ustad Ramzi es la encarnación misma del ideal tradicional del kushti. Se ha consagrado por tanto a implementar todos y cada uno de los preceptos del arte con la mayor fidelidad posible, incluyendo aquel que prescribe el celibato.

Esa fidelidad lo coloca en una esfera distinta a aquella del común de los luchadores. Lo aleja además, irremediablemente, de los tiempos que vive. Con la Partición, los precarios puntales del sistema que permitía la supervivencia tradicional del kushni se hallan en franca desintegración. Los mecenas de antaño – príncipes, nababs, nobles – ven extinguirse sus privilegios y sus fortunas. El público olvida gradualmente su antigua pasión por la lucha. Los akharas se vacían de aspirantes. A pesar de todo ello o quizás en función de ignorar esa realidad, Razmi continúa imponiendo una férrea disciplina en su akhara. Prosigue también con sus rituales diarios, incluyendo los más humildes como preparar, de madrugada, la superficie de arcilla húmeda de la arena donde los combates tienen lugar.

Tan solo una costumbre, adquirida años antes, se aleja de esa rutina prescrita en sus más mínimos detalles por la tradición: Razmi asiste regularmente a las veladas musicales que son ofrecidas por la cortesana Gohar Jan en su cercano enclave.

3. La cortesana

En el imaginario del subcontinente, la cortesana o tawaif ha aparecido en incontables obras de teatro, novelas y filmes. Es por tanto un arquetipo no solo bien conocido sino abundantemente explorado. Esa fascinación se explica por lo poco ortodoxo de su estatus. Del ámbito de la más alta nobleza mogola, que aplicaba los preceptos del purdah -estricta separación entre hombres y mujeres junto con el ocultamiento de estas últimas en apartamentos especiales y bajo velos– emerge un tipo de mujer cuyo destino diverge profundamente de aquel tradicional. La especialista Lakshmi Subramanyam resume así esa naturaleza:

Las tawaifs era artistas e intérpretes profesionales, que existieron entre el siglo dieciocho y principios del veinte, en el norte de la India. […] La tawaif no es una prostituta. Se consideraba a sí misma una artista y era reconocida como tal. El frecuentar una tawaif confería estatus; simbolizaba la sofisticación, la fortuna y el culto estilo de vida de quien se constituía en su mecenas.

Esos mecenas provenían originalmente tan solo de la realeza mogola y de los principados. Tales vínculos y el indudable acumen administrativo de no pocas cortesanas les permitieron la acumulación de sustanciales patrimonios. Con el tiempo y bajo el control británico, esa bonanza llegó a su fin y una clientela menos exclusiva hubo de ser aceptada. El espacio al que accedía estaba marcado de las usanzas de la élite: la tawaif ejercía su arte en el kotha, un sofisticado enclave que, del mismo modo que los akharas, poseía aprendices –nayikas- y reglas internas bien establecidas. En tal contexto se cultivaban artes como la danza, la poesía y el canto, tradiciones cuya conservación estaba centrada en un aprendizaje tan prolongado, riguroso y exigente como aquel de los luchadores.

Los kothas estaban encabezados y manejados por tawaifs que en su juventud habían conocido el éxito. Gohar Jan Gohar, cuyo nombre artístico significa joyas, piedras preciosas (گوھر ), es una de ellas. Al igual que Ustad Ramzi, a inicios de la novela confronta el fin de una era; los fenómenos que amenazan terminar con la tradición del kushni tornan también imposible la supervivencia de las tawaifs. Como Ramzi, Gohar tiene a su cuidado una posible sucesora, Malka, abandonada siendo bebé a las puertas de su kotha. Esa continuidad, sin embargo, se revela ya imposible desde los primeros capítulos del libro: las últimas nayikas han desertado el kotha; la edificación misma empieza a constituirse en un precario alojamiento debido a falta de reparaciones. Tan solo Gohar, Malka y un fiel asistente, Banday Ali, lo habitan. La final manifestación pública de la tradición son las veladas musicales –mehfils– en las que Gojar Jan aún canta frente a una audiencia menguante.

4. El contraste

El título del libro (Entre arcilla y polvo), apunta a varias dualidades. La más obvia es aquella que concierne la arena del akhara: la misma no tardará en convertirse en un abandonado y polvoriento espacio una vez que el ritual diario que mantiene su arcilla húmeda sea abandonado. Profundizando en la metáfora dentro del contexto de la tradición musulmana, el significado de ese contraste es aún mayor. En palabras del exégeta Muhammad Suheyl Umar:

Los seres humanos son una mezcla del polvo y de lo divino. Para los musulmanes, la arcilla posee un significado especial –no es del todo polvo y no es del todo agua, puede ser moldeada, cocida, es permanente y sin embargo frágil, una parte indispensable de la civilización, una metáfora central de la forma vital inerte.

A Gohar Jan y Ustad Ramzi les es dado moldear las personalidades de sus presuntos sucesores, en el límite mismo entre el ser y la promesa. El modo en que responden a esa posibilidad es distinto. La cortesana, profunda conocedora de la naturaleza humana, ha comprendido que no existe futuro para su tradición y ha renunciado a darle continuidad. Educará a Malika, en consecuencia, con extrema cautela, manteniéndola en su ámbito de influencia pero aislada de las realidades de su profesión. La apartará incluso de su esfera emocional, impidiéndole evocar respecto del kotha un sentido de familiaridad y una estabilidad que pronto se develarán ilusorias. Cuando un joven aparece de improvisto en el kotha, obviamente ajeno a los pocos parroquianos habituales, las previsiones de Gohar Jan encontrarán su fruto: el destino de Malika será el matrimonio.

Ustad Ramzi, por el contrario, no se resignará a aceptar el fin de su linaje. En función de su ego, plenamente al tanto de las limitaciones de Tamami, buscará convertirlo en el paladín que asegure la continuidad de su título. Para conseguirlo, estudiará escrupulosamente las habilidades del su hermano hasta percibir aquella con potencial de éxito: “Ustad Ramzi diseñó las rutinas de ejercicio de Tamami con un énfasis en someter al adversario con la fuerza.” El que ese tipo de entrenamiento incremente la propensidad del muchacho a una ciega violencia no detiene a Ramzi. Las consecuencias de esa traición a su integridad no tardarán: el Ustad logrará el triunfo que desea, pero su victoria será pírrica, costándole a la vez el prestigio tan anhelado y la vida de su hermano.

La gravedad de sus propias acciones no será evidente para Ramzi de inmediato. Habituado a tener la razón, convencido de su absoluta probidad, se empeñará en conservar y practicar sus rígidos principios. La duda y el conocimiento de si mismo emergerá tan solo, gradualmente, gracias a sus interacciones con Gohar Jan -no en vano ha sido anticipado que el escuchar su música crea en él un “efecto meditativo”. La cortesana, en las últimas etapas de su periplo vital, será para él una especie de gurú y, a la vez, una inesperada fuente de auxilio práctico. De su arte musical y de su conversación surgirá en Razmi, poco a poco, la consciencia de los excesos de su vanidad y de los errores cometidos contra Tamami.

En los últimos capítulos de Between Clay and Dust, esa conjunción entre personajes tan disímiles llegará a su zénit. Al fallecimiento de Gohar Jan, sus piadosos conciudadanos le negarán sepultura en el cementerio, en razón de su profesión. Será entonces cuando Razmi pruebe lo profundo de su transformación, al abrir para ella su sacrosanto cementerio de luchadores, que ha cerrado antes para su propio hermano. Por su voluntad, a la cortesana corresponderá la última tumba disponible –luego de su funeral la descripción habla del “cementerio en el enclave de Ustad Razmi, donde todas las tumbas habían sido ocupadas.” Al tomar tal decisión, Razmi no solo ha roto con la tradición, sino que se ha autoexiliado, luego de su muerte, de su propio akhara. La novela culmina así con un tour de force de simetría y sutileza: con su gesto, Ustad Razmi expía sus culpas y hace justicia, plasmando una historia de excepcional poder.

by María Helena Barrera-Agarwal

nació en Pelileo, Ecuador, en 1971. Es autora de  La Flama y el Eco: ensayos sobre literatura (2009); Mejía secreto: facetas insospechadas de José Mejía Lequerica (2013), Anatomía de una traición: la venta de la bandera (2015), Dolores Veintimilla, más allá de los mitos (2015), y de la edición crítica de las obras de Dolores Veintimilla (2016). Reside en Nueva York.

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