Stanislaus Bhor

El secreto de Joe Gould, Joseph Mitchell

La protesta más radical que pueda hacerse contra la urbe (el modelo de sociedad) es hacerse mendigo por elección. Joe Gould, un filósofo graduado en Harvard que se convertiría en un mendigo más de la variopinta paseante del Village en New York, se transformó en una versión moderna de Diógenes cuando Joseph Mitchell decidió publicar un perfil de su vida como mendigo culto y sabio en The New Yorker. Gould, para sorpresa de todos los que le conocían como un cínico muerto de hambre, proyectaba escribir la gran novela americana de su siglo (y dale con la gran novela americana: si hasta los mendigos tienen su versión de lo que debe ser) a la que llamaba: La historia oral del mundo. El proyecto de novela superaría las veinte mil páginas con fragmentos de vidas que Gould recopilaba en hojas sueltas y cuadernos sucios como un bricoleaur. Al morir Gould, Mitchell trató de recomponer el proyecto, sumar sus partes dejadas por Gould al abrigo de algunos mecenas, pero descubrió el secreto de su personaje: sólo había un par de cuadernos con dos fragmentos reescritos una y otra vez. La publicación de este perfil y las rememoraciones de Mitchell sobre cómo su vida de periodista se vio ligada, sin quererlo, al destino de un mendigo, son el correlato: revela los procedimientos, dosificaciones, preguntas y composición del material de un verdadero maestro del reporterismo. Una obra que se aproxima a la espiritualidad, el cinismo y la perspectiva de un marginado en el corazón de la ciudad más codiciada. A través de la mirada de Mitchell vemos a Gould burlarse de la comedia de la eficacia, de los ascensos sociales, de la lucha por destacarse, de la obra de teatro de los restaurantes, de los que sonríen sin necesidad, de los que predican la revolución en banquetes opíparos, de los que dicen te amo sin necesidad, los que dicen te ayudaré sin necesidad, disculpe, señor puedo ayudarlo, de la sonrisa falsa de las vendedoras, de los intelectuales vendidos al mejor postor, de la comedia del capitalismo salvaje. Una obra para releer y recordar de vez en cuando que las costumbres sociales son estúpidas. (Editorial Anagrama)

Contra la censura, Coetzee

En Contra la censura Coetzee hace una distinción notable entre pornografía y obscenidad. La pornografía es la ilustración del sexo explícito. La obscenidad la exposición de imágenes que producen estupor, lo cual indica que puede haber pornografía sin obscenidad. Y puede haber obscenidad sin pornografía. No siempre el sexo explícito produce estupor y la obscenidad no es correferencial al sexo. Una escena de guerra con evisceraciones es obscena, pero no pornográfica. Una escena de sexo sin brusquedad ni humillación, no es obscena, aunque pueda ser clasificada como pornográfica. El sexo explícito en algunas obras de arte se expone para conjurar prejuicios frente a tabúes sociales. Los inculcadores de prejuicios son los que reaccionan y tratará n de ocultarlo a como de lugar y tildarán de obsceno al creador. En el caso de la escritura se escribe para derrumbar un orden moral prejuicioso. El sexo (mezcla de instinto y necesidad y fluidos) fue por siglos cubierto de rito místico y expulsado a los lugares privados. La representación del sexo que lo extrajo de los lugares privados y lo llevó a los espacios del arte se ha llamado pornografía. Pero no podemos seguir llamando pornografía a todas las representaciones del sexo. Basta con ver dos tipos de obras: un cuadro de Lucien Freud y un fragmento de Houellebecq (no son los casos del libro, pero se me antojan para hallar simetrías y contrastes). Otros temas: la persecución del estado (Mandelstam y Stalin), Freud, El apartheid. (Mondadori- Debate)

Cartas a la señora Z, de Kazimierz Brandys

Un libro de viajes con desplazamiento ilusorio: el viaje físico es un movimiento aparente; aparentemente Brandys, un escritor Polaco deja atrás la frontera de la República Popular de Polonia para atravesar las fronteras de Austria, Checoslovaquia y llegar finalmente a Venecia. Desde allí (y mientras se traslada a Civittavecchia, Florencia, Pomerania, Roma, Bolonia en busca de paisajes literarios) empieza a enviar misivas y postales a esa hipotética señora Z que está enclaustrada en los muros que cierran las fronteras de su patria. En esas cartas que apenas describen paisajes o costumbres, sirven de pretexto a Brandys pasa a revisar la conciencia nacional polaca, al mismo tiempo que la construcción imaginaria del mito falso de la elevación moral y ética de civilización europea, la historia de las invasiones y los conflictos que han hecho cambiar a los polacos a treinta nacionalidades distintas en un mismo siglo (además de vivir las mieles de un yugo comunista, por la época en que el libro fue escrito). Brandys introduce comentarios que pueden ser respuestas a declaraciones proferidas por un escritor norteamericano en una revista de lecturas digestivas, o a la realidad pintoresca introducida por Stendhal en Rojo y negro, o a describir el sopor de una ciudad como Venecia que resulta una especie de caparazón de tortuga vacío, abandonado a la deriva de los siglos y poblada por una especie de neoparásito que lo devora todo (el turista). Hay contrastes y simetrías cáusticas, como la semejanza entre turismo y prostitución, entre patrimonio vivo y muerte de una civilización. Hay comentarios sobre el oficio imaginativo del escritor (otro mito) y sobre Sartre y la conciencia del escritor, que a Brandys le parecen hobbies de burgueses libres. Por lo demás, el final del libro está todo dedicado al pensamiento de Sartre, a sus posturas y a sus imposturas. (La traducción es de Sergio Pitol, y la edición de Editorial Universidad Veracruzana)

Otras recomendaciones para que no pierda su dinero:

Cartucho, Nellie Campobello (Era); La montaña del alma, Gao Xingjian (Booket); Y así por el estilo, Joseph Brodsky (Universidad Veracruzana); Hamburgo en las barricadas, Larisa Reisner (Era); ¿Qué hago yo aquí? Bruce Chatwin (El Aleph); Sula, Toni Morrison (Ediciones B); Vida y destino, Vasili Grossman (Galaxia Gutemberg); Ensayos, Chesterton (Porrúa); Paisaje con figuras, Antonio Caballero (ediciones El Malpensante); Toda la vida, Alberto Savinio (UNAM); Una profesión de putas & Los tres usos del cuchillo, ambos de David Mamet (Debate & Alba); Conversaciones con Goethe, Eckermann (Océano); La cocina cristiana de occidente, Álvaro Cunqueiro (Tusquets, ¡genial!). Inframundo, Javier Moreno (Finiterank y Hermano Cerdo ediciones on line).

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