Gustavo Faverón Patriau

Mi año con J.M Coetzee

John Maxwell Coetzee es autor, entre otras cosas, de doce novelas y cuatro libros de memorias que se astillan y se recomponen según principios ficcionales (es también uno de los más consumados ensayistas de la lengua inglesa en estos tiempos). Aunque lo leo desde hace mucho, el 2011 ha sido, en mi vida, el año de Coetzee: desde agosto hasta hoy he repasado o leído por primera vez siete de esas novelas (In the Heart of the Country, Waiting for the Barbarians, Life & Times of Michael K, Foe, The Master of Petersburg, Disgrace, Slow Man) y dos de esas memorias fragmentarias (Youth y Summertime).

Coetzee es uno de esos artistas capaces de inventar un nuevo método y un nuevo lenguaje artístico —un nuevo código narrativo, por ejemplo— para cada nueva empresa: es un creador en la estirpe de Kubrick, Picasso o el Vargas Llosa de las primeras décadas, convencido de tres cosas: que el experimento formal no es una opción sino una necesidad estética; que no hay dos objetos complejos que puedan ser representados por el mismo método; y que en el arte todas las fórmulas son venenosas. Es posible descubrir dos o más libros de Coetzee en los que respiren similares obsesiones y circulen fantasmas semejantes, pero no es posible hallar dos aproximaciones idénticas.
Entre las novelas que mencioné, por ejemplo, no es difícil encontrar la fuente parcial de los modales que organizan cada texto: el realismo ruso y cierta parte de la obra de Dostoievski en The Master of Petersburg, por ejemplo, o el lado oscuro original de la tradición de los cuentos de hadas en In the Heart of the Country. Es acaso más interesante para un lector hispano descubrir la evidente influencia de García Márquez sobre Life & Time of Michael K (que no carece del influjo de Günter Grass) y la honda huella de Borges en esas dos novelas brillantes que son Foe (la historia de Robinson Crusoe recontada por una mujer que convivió con el náufrago en la isla del Pacífico sur) y Waiting for the Barbarians (la caída en desgracia de un magistrado en la frontera final de un hiperbólico imperio) .
Es difícil pensar en una novela que reelabore de manera tan original como Foe el asunto del laberinto borgeano en relación con la autoría, la interpenetración de lo real y lo imaginario, el excéntrico espiral escheriano en que se juntan el sueño y la vigilia y en el que la ficción no aspira a representar la realidad sino a demostrar que la realidad es un subconjunto de lo ficticio. Es casi imposible mencionar un libro que, tanto como Waiting for the Barbarians, extreme y agote esa otra intuición borgeana: que la barbarie no existe en el extremo opuesto a la civilización sino que brota de ella, es concebida por ella, más feroz por más sofisticada, y más bárbara por más eminentemente humana (de eso escribió Borges en “Deutsches Requiem” y varios otros cuentos).

El libro más reciente de Coetzee es Summertime, la tercera entrega en una saga de memorias que se leen como novelas y en cuyo centro habita el más misterioso y el más idiosincrásico personaje creado por este afrikáner que, tras la muerte de Sebald, puede ser el mayor escritor vivo de hoy: él mismo, el distante y silencioso observador, el maniático ensimismado que sin embargo todo lo ve y todo quiere comprenderlo, el permanente sorprendido de gesto inmutable que parece dispuesto a no decir nunca nada que no sea imprescindible, pero que siempre encuentra algo imprescindible que decir.

Summertime es el libro de un maestro. A través de múltiples declaraciones que cierto biógrafo recoge en entrevistas tras la muerte del escritor “John Coetzee”, el texto evoca los contornos elementales de la personalidad y la vida del desaparecido: sólo el borde, que es la señal del vacío, como la silueta de tiza blanca que un detective traza en el piso donde ya no está la víctima de un homicidio. A veces sumamente emotiva y a ratos fría (voluntariamente fría, cruelmente fría) pero por momentos, también, incluso deliciosamente cómica, Summertime se plantea como una ajena elegía previa por la muerte del autor; pero la extraordinaria fuerza de su construcción es la señal de que Coetzee está más vivo que nunca.

One Reply to “Gustavo Faverón Patriau”

  1. 1
    Fructus

    Querido maestro. Este mismo verano he leído Summertime y he aprendido algo más sobre lo proteico del género novelil. La forma y el fondo siguen vivos. Todo lo que usted expone lo viví en mis carnes (mejor meninges) aunque estaba siempre a millas de poder expresarlo tan bién. Sólo he léido tres o cuatro cosas de Coetzze, lo suficiente para pensar que si no le hubieran dado ya el Nobel se estaría cometiendo una injusticia palmaria. Si de jovencito leía como un mantra La isla del Tesoro, y de adolescentito el Siddharta de Hesse, en los últimos años me he sorprendido releyendo, en años sucesivos, Desgracia. Lo mejor que hasta ahora he leído de C. He de decir que me convenció también la apuesta de Malkovich para las pantallas.
    No me queda sino que decirle que yo también quiero que vuelva.

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