Antonio Ortuño

Algunos libros de autores mexicanos publicados durante este 2011 me parecen muy destacables.

1. Cosmonauta, de Daniel Espartaco, colección de relatos bien tramada y ejecutada; elegancia en la prosa y un acercamiento, casi insólito en nuestras letras jóvenes, con la tradición narrativa rusa y la estética del caído bloque soviético. Un hallazgo.

2. Blasfemias ilustradas, de Ari Volovich y Jis. A medio camino entre el aforismo moralista (que no moralino) de La Rochefoucauld, Lec o Cioran, la boutade instantánea del Facebook y el mono de baño de cantina, esta colaboración incatalogable es el escupitajo más divertido del año.

3. Las reediciones de dos libros de cuentos: La Biblia vaquera, de Carlos Velázquez, y Vietnam, de Mariño González. Los punks de nuestras letras. El primero, un tramador de lenguajes a la vez norteños, antinorteños y postnorteños. El segundo, un fabulador dadá y grafitero. Hay que leerlos.

Otros que leí han sido mucho más comentados (y hasta controvertidos) y no me extenderé en ellos: Diles que son cadáveres, de Jordi Soler; Imbéciles anónimos, de José Mariano Leyva; El cuerpo en que nací, de Guadalupe Nettel; Decencia, de Álvaro Enrigue; La Fábrica del Lenguaje SA, de Pablo Raphael; Disecado, de Mario Bellatin; El cantante de muertos, de Antonio Ramos.

Al margen de lo estrictamente literario, recomiendo el pequeño libro de crónica periodística Un vaquero cruza la frontera en silencio, de Diego Osorno, que pone en juego recursos narrativos (imágenes, documentos, memorias, entrevistas) que ya quisieran muchos escritores de ficción domeñar.

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