The paradox for the boxer is that, in the ring, he experiences himself like the living conduit for the inchoate, demonic will of the crowd: the expression of their collective desire, which is to pound another human being into absolute submission. The more vicious the boxer, the greater the acclaim.
– Joyce Carol Oates
Hemos sido invitados -por Bob Arum, nada menos- a presenciar la pelea entre un hombre que es la encarnación viva de la desgracia y la villanía, y un hombre que proclama haber sido víctima de una circunstancia no deportiva sino criminal. Este sábado 3 de noviembre, Antonio Margarito y Miguel Cotto volverán a intercambiar golpes. En esta ocasión, sin embargo, cada golpe llevará una carga extra de significado, y sin importar cuál sea el resultado -una ambulancia camino al hospital más cercano al Madison Square Garden o un sillón en el consultorio de un distinguido terapeuta- es seguro que la mayoría de nosotros habrá aceptado semejante invitación. Porque simplemente no podríamos hacer otra cosa.
Ni siquiera Floyd Mayweather en sus mejores momentos ha logrado escribir un guión más intenso que el protagonizado por Cotto y Margarito durante estos últimos días. Mayweather ha podido provocar en sus rivales frases de antagonismo, pero nada que se acerque a la intensidad con que Miguel Cotto pronuncia la palabra «criminal» cada vez que se refiere a su archi rival. Y si bien ninguno de los contendientes ha alcanzado las alturas del poeta de Brownsville, Mike Tyson [1. «I wish one of your guys had children so I could kick them in their fucken head or stomp on their testicles for you can feel my pain – because that’s the pain I have, waking up every day…» o «You can’t live two minutes in my world», «I’ll fuck you till you love me, faggot».] («Quiero tu corazón. Quiero comerme a tus hijos»), sus miradas y expresiones cuentan una historia más terrible que cualquier enojo que Lennox Lewis haya podido provocar en Tyson. No hay metáforas que valgan. Lo que veremos este sábado 3 de diciembre en el Madison Square Garden será agresión humana pura.
Hasta es nostálgico, pensar que al momento de su primera pelea, un 26 de julio de 2008, Antonio Margarito era uno de los peleadores más respetados por su dedicación y disciplina y Miguel Cotto una de las prima donnas del boxeo profesional, un boxeador que en cada etapa de su carrera, amateur, olímpica y profesional, había brillado como un diamante. Para poner las cosas en perspectiva, una victoria sobre Margarito significaba para Cotto convertirse en probablemente el mejor boxeador del planeta. Y para Margarito, en cambio, era la coronación de una carrera dura, intensa y frustrante, el momento de mostrar por qué era, efectivamente, el peleador más temido de todos.
Ahora, la victoria de Antonio Margarito sobre Cotto no puede verse más con los ojos inocentes anteriores al escándalo provocado por el vendaje ilegal con el que intentó subir al ring en contra de Shane Mosley. Es una mancha que jamás se borrará, en primer lugar porque al parecer nunca sabremos si en realidad usaó también vendaje ilegal en contra de Cotto y porque el resultado de la pelea de este sábado no podría ser una prueba concluyente y retroactiva. Podrá serlo en la mente de los fans (si Margarito noquea, es que no necesita esos vendajes; pero si Cotto no siente su pegada, es seguro que los usó la primera vez) pero nada concluyente.
Después de su victoria sobre Cotto, Margarito sufrió dos derrotas cuyas exigencias físicas siguen siendo un misterio para todos los involucrados, excepto, claro, para él mismo. Más importante, tras su pelea con Mosley, la imagen del hombre trabajador y temido fue sepultada por la del hombre, que en la mejor imitación de Luis Resto, pudo subir al ring con un vendaje ilegal, capaz de darle una ventaja incuestionable y hasta criminal sobre Shane Mosley. Cierto, el boxeo siempre ha tolerado a los descastados y más de un convicto es hoy leyenda o promesa del deporte (Liston, Tyson, King, Kirkland) pero subir al ring con los guantes cargados es un pecado que atenta contra los fundamentos mismos del deporte, contra su simbolismo básico: el enfrentamiento de dos hombres en igualdad de circunstancias. En su derrota contra Pacquiao, en cambio, el precio no fue simbólico sino real, la fractura del hueso orbital, el desprendimiento de la retina y una posterior catarata sobre el ojo derecho. Ganó, sin embargo, el reconocimiento de los fans de que era un peleador de verdad con reservas de determinación inagotables.
A tres años de su primer encuentro, las curvas narrativas que de otro modo sólo prometían buena fortuna y reconocimiento, se han cruzado de tal manera inexorable que sus nombres, muy a su pesar, quedarán incompletos sin el nombre del enemigo. Hoy día los roles están más que dados. Cotto es el hombre de familia que subirá al ring a lavar su nombre y buscar venganza. Es el claro «favorito moral», como Floyd Patterson lo era cuando enfrentó a Sonny Liston. Margarito, por su parte, es el villano. «Abran paso al criminal», dijo, al subir al podio en su última conferencia de prensa. Al decir esto es como si Margarito hubiera reconocido que no importa cuantas veces lo repita, esta vez su verdad quedará enterrada para siempre y por ello, y ya que es su negocio, ¿por qué no adoptar a las claras el papel de villano? Cotto le dijo: «Eres una desgracia para el boxeo» pero se nos olvida que el mismo Cotto ha validado el regreso de Margarito. Y que los fans, los promotores, los patrocinadores, también. Podremos quejarnos todo lo que queramos del boxeo, de sus miserias, de sus absurdos, de su fatídica historia. Al final, ser aficionado al boxeo es vivir en un mar de mentiras que todos sabemos son mentiras a pesar de que nos diga lo contrario. Y aceptamos, por momentos, hacer una pausa y poner en duda nuestras propias certezas con tal de ilusionarnos una vez más con el espectáculo de dos hombres en un cuadrilátero. Esto es el boxeo. Hemos sido invitados, a veces con argumentos engañabobos y siempre, siempre, aceptamos la invitación.
nació en 1979. Vive en la ciudad de México.
No sé cómo las comisiones de boxeo permiten que una persona como Margarito siga boxeando,es una vergüenza. Soy seguidor del boxeo hace bastante tiempo pero el comportamiento de este animal rompió toda las reglas de decencia y respeto.