San Lucas y el ombligo de un escritor

Emmanuel Carrère lleva a cabo en El Reino una notable investigación no tanto sobre los orígenes del cristianismo, sino sobre la construcción de esos orígenes: cómo se ha elaborado el relato de esos primeros años. El libro se centra en buena parte en Pablo -una suerte de Quijote- y Lucas, que vendría a ser el escudero.

Para ello, Carrère echa mano de sus recursos habituales: la levedad un tanto naif, a la que una pátina de erudición distancia no demasiado de, pongamos, un Paulo Coelho; un estilo llano, sencillo, en los límites del simplismo; una mirada amable así sea sobre las mayores tragedias; una sonrisa, en definitiva, beatífica, muy apropiada para quien desee alejarse o relativizar cualquier tormento interior. Por descontado, la principal marca de Carrère está más que presente: el personaje principal es, a fin de cuentas, siempre él mismo. En el caso de El Reino esto llega hasta extremos de una egolatría sonrojante. Y he aquí el principal problema de este libro: las páginas apasionantes de trasfondo bíblico se ven constantemente interrumpidas por el propio Carrère, su objeto de mayor predilección.

En este sentido, las 100 primeras páginas de El Reino son completamente prescindibles. Para explicarnos que a lo largo de los últimos años ha buceado en los orígenes del cristianismo, Carrère nos narra un pedazo de su propia biografía, con episodios que, más que irrelevantes, carecen de cualquier justificación.

Podemos llegar a entender que, a modo de prólogo, considere apropiado narrarnos que, a los veinte años, vivió una etapa de «conversión» cristiana, tan fervorosa como efímera. Entendemos que, si algo sacó en claro de ello, fue un deseo sencillo, honesto y que le honra: el de ser bueno. Por eso cuesta entender cuanto a lo largo de esas cien páginas sigue contándonos. Con cristiana resignación nos enteramos de sus problemas para «contratar» una niñera que se avenga a las condiciones que su mujer y él ofrecen: interna, alojada en una buhardilla semi clandestina de su edificio y sin ningún tipo de contrato. Sencillamente, prefieren pagarle «en negro». Nada de esto obsta para que el propio Carrère nos recuerde hasta en dos ocasiones a lo largo del libro que es «rico», que ha nacido «en el lado bueno de la sociedad», con «una cuchara de plata en la boca».

Los esfuerzos de Carrère para justificarse no hacen sino empeorar la cosa. Si ya nos ha informado de que su riqueza no obsta para las contrataciones fraudulentas, también nos recuerda en varias ocasiones que es «inteligente» y «talentoso». Todo esto viene a cuento para que así se pueda comparar con Séneca sin que resulte forzado: del mismo modo -parece decirnos- que Séneca era uno de los grandes multimillonarios de la antigua Roma, pero como adalid del estoicismo declaraba que el truco estaba en no sentirse muy apegado a los bienes, así yo mismo. A Carrère no le incomoda lo más mínimo ponerse al lado de Séneca, si ya viene un largo trecho haciéndolo con el mismo Cristo.

Cuesta mucho, al menos a quien esto firma, sustraerse a estas apariciones del propio Carrère, que con frecuencia malogran la lectura de El Reino e invitan al abandono: ¿de verdad es tan importante para el origen del cristianismo que Carrère nos cuente las pajas que se hace viendo porno en su ordenador?, ¿es becesario que sepamos lo mucho que le ha costado encontrar un ebanista que le haga su cama-trono para su nueva casa en la isla griega de Patmos?

El mayor acierto del libro consiste en contarnos una investigación, que por lo demás no arroja luz nueva, de manera habilidosa y harto entretenida, si obviamos esas demasiadas intromisiones. Con esa ligereza casi adictiva, Carrère nos conduce por una senda conocida como si realmente se tratara de un terreno ignoto. Su aportación verdaderamente propia, su «bien personal», consiste en no detenerse frente a las lagunas que la historiografía no ha podido rellenar. Honestamente, nos avisa: a partir de aquí invento, pero creo que mi especulación es verosímil. Y ciertamente lo es.

¿Qué fue de Lucas, a qué se dedicó mientras Pablo sufría prisión, qué relación mantuvo con la iglesia primigenia, qué labor de mediador llevó a cabo, quién fue en realidad Marcos, y Juan, cómo se las compusieron para redactar sus escritos, con qué fines manipularon o tergiversaron los hechos algunos evangelistas? Sus dotes narrativas también sobresalen al detallarnos la vida cotidiana en la ciudad de Roma durante la época, sus conjeturas sobre las posibles relaciones entre personajes conspicuos, las vicisitudes e inquinas que desembocaron en a la línea cristiana que hoy conocemos, estos es, la que definitivamente se separa del judaísmo.

En conclusión, El Reino reúne lo mejor y lo peor de Emmanuel Carrère, y su lectura será por tanto una cuestión de balanza para quienes no acepten de buen grado ese entreverado del yo e historia bíblica. Según donde uno ponga el mayor peso, el fiel se inclinará hacia el disfrute o el rechazo. Sospecho, no obstante, que todo el mundo encontrará demasiadas páginas sobrantes.

by Santi Fernández Patón

nació en 1975. Es miembro de La Casa Invisible de Málaga (España), una de las iniciativas de gestión ciudadana más relevantes de la última década. Ha publicado las novelas Miembros fantasma (Hakabooks.com, solo en edición digital) y Grietas (XIX Premio Lengua de Trapo de Novela). fernandezpaton.net

2 Replies to “San Lucas y el ombligo de un escritor”

  1. 2
    Marcela

    Muy buen análisis. Inteligente. Pienso bastante parecido sobre su libro «De vidas ajenas». Pusiste en palabras lo que me molestaba de este escritor y no sabía cómo expresar. Gracias!

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