¿Para qué sirven los estudios literarios?

 

El verdadero arte es moral por naturaleza

John Gardner

 

 

Comenta ya en el prólogo de este volumen colectivo su coordinador, el profesor de la Universidad de Querétaro, Marco Aurelio Ángel-Lara (que firma sus artículos como Marco Ángel), que los estudios en Hispanoamérica parecen gozar de buena salud, pero raramente se plantea la pregunta sobre sus funciones. Así, dice el profesor mexicano de literatura que “la reflexión crítica sobre la propia práctica es deber de honestidad intelectual y principio de trabajo crítico honrado”, y una manera de confrontar esa “arrogante seguridad con que se afirma la importancia del estudio de la literatura sobre la literatura misma”.

A esta labor se destina este volumen, a “incentivar un debate que mejore el intercambio de ideas sobre la disciplina y su función”. Su función social, la importancia del cuidado del lenguaje como forma para entender las representaciones del mundo, el binomio literatura-sociedad, las lecciones de la literatura del narcotráfico, la literatura en tanto que manifestación fenomenológica y la ética instrínseca de la práctica literaria son las diferentes propuestas de los seis ensayos de los profesores mexicanos de literatura que conforman este volumen, editado por Anthropos.

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Entrada principal del edificio Adolfo Sánchez Vázquez (UNAM) / ©UNAM

La certificación fraudulenta del capital cultural

Da la sensación de que las habilidades que uno adquiere con el estudio de la literatura se han tornado obsoletas para la vida contemporánea. Ya no gozan de aquel estatus privilegiado, ni de la relevancia y prestigio que tuvo antaño entre las élites sociales.

Se podría decir, en opinión del profesor de la universidad de Querétaro, Marco Ángel, que

“las facultades de literatura están preparando gente sin perfil competitivo para la vida laboral y que a quienes las manejan esto pareciera tenerles sin el menor cuidado”.

En el contexto mexicano, el advenimiento de las facultades de humanidades vino parejo a un masivo proceso de alfabetización, a finales de la primera mitad del siglo XX. Así, se veía la enseñanza de la literatura como una especie de capacitación docente, necesaria para llenar la gran cantidad de puestos vacantes. Ello propició la formación apresurada del futuro personal docente, cuyas aspiraciones laborales raramente eran guiadas por empeños académicos. Y ese periodo en la historia mexicana ha dejado una impronta muy honda; la consecuencia es que, en México, resulta extraña la figura del profesor dedicado completamente al estudio y desarrollo del conocimiento disciplinar.

A ello se le ha de sumar el aumento de las exigencias externas de evaluación, “orientadas por criterios internacionales de ciencia y mercado”, así como el cada vez más exiguo presupuesto dedicado a la investigación. La situación entonces es la de que hay un personal poco preparado, que no posee el capital cultural necesario para atender a las exigencias de su organización. La consecuencia lógica sería que se produjese un efecto de mejora en el perfil de investigación del profesorado, pero no.

Lo que ha sucedido, sin embargo, es que se ha creado una suerte de organización informal adentro de la institución formal (la universidad). Dicho de manera muy rápida: se han institucionalizado maneras informales de demostrar la acumulación de conocimiento cuyo estándar no es el de la calidad y la excelencia. Se tratan de sistemas internos de certificación que, de la nada, generan “pruebas abundantes de vida académica”. Los grupos internos universitarios “negocian y adaptan las actividades académicas a los fines que ellos pueden proyectar como válidos”. Congresos, libros y artículos de dudosa calidad, supervisión y confección de tesis en tiempo record, etc son las diferentes maneras de las que se sirven estos profesores de baja capacitación para simular un capital cultural adecuado a los requísitos de la organización uninversitaria.

O como vulgarmente se dice: hecha la ley, hecha la trampa. Vaya, que la certificación fraudulenta del capital cultural es una mera corrupción.

El profesor Marco Ángel se muestra muy tajante a este respecto, dice:

“no hay a la fecha una generación de críticos egresados de las facultades que demuestren -con la calidad de su trabajo- el éxito de los programas de literatura en la formación de recursos humanos para esa labor de custodia cultural”.

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El poeta mexicano Octavio Paz

El cuidado de las palabras de la tribu

Los estudios literarios, en tanto que manera de cuidar los textos creativos, esta es la reflexión que propone Carmen Dolores Carrillo Juárez y que centra en la importancia de las palabras.

Así, llama la atención sobre la idea de George Steiner del antideterminismo del lenguaje, de su potencial de invención, de su capacidad de alumbrar el mundo.

Y se acuerda de Lubomír Dolezel, quien nos advertía sobre cómo los mundos ficcionales presentan otras opciones de mundo. Gracias a ello, la literatura puede

“influir en la permanencia de una cosmovisión o puede incluir el germen del cambio”.

Sirve el lenguaje para construir la cultura, y para oxigenarla y darle densidad. Debemos obligar a las palabras a que signifiquen, como quería Octavio Paz.

Carrillo Juárez nos alerta de que el cuidado de la literatura no tiene que ver solo con la fijación de los textos, sino también con dar cuenta de ellos, en un sentido heideggeriano. Esto es: que la literatura no se encuentra a ella misma si no es en su lectura dialogada.

Decía Paul Ricouer que el texto “sólo se hace obra en la interacción de texto y receptor”, o sea, que el texto es creado en un aquí y ahora histórico, razón por la cual el estudiante debe conocer la historia de la literatura, para ser capaz de manejar una línea diacrónica. Darle las armas al estudiante para que, desde el nivel formal hasta el ontológico, sea capaz de entender el texto como un todo, en todas sus facetas posibles: estética, histórica, ideológica. Esta es la tarea del docente universitario, en opinión de Carrillo Juárez.

Y es que un texto, para estar vivo, requiere de su recepción, de su conocimiento y de su crítica. He aquí la función de los estudios literarios: capacitar a los estudiantes para que re-creen el sentido de un texto y dialoguen con él desde su propio horizonte personal, cultural, social, histórico.

 

Literatura y sociedad

La discusión sobre la literatura y los pueblos surge cuando las teorías marxistas se aplican al ámbito estético. Y se entiende, así, que el arte no es autónomo. Lo cual trae el problema de una literatura al servicio de un régimen, puesto que una determinada sociedad que auna la inquietud estética con la preocupación social, tiende a implantar un canon de creación y crítica de la creación “que halla su valor en la carga política que encierra”. De aquí es de donde surgió el realismo social.

Fue Lukács quien matizó esta relación incestuosa, proponiendo que el arte proviene del potencial creador del individuo, y Adorno liberó a la literatura de su necesidad de reflejar la realidad, advirtiéndonos de que toda literatura “conlleva una transmisión ideológica”, lo que implica que nos provee una imagen de la realidad bastante relativa.

La relación del hombre con el mundo, dado que está mediatizada por el lenguaje, es siempre dialógica, y nos coloca en un ámbito ético. Así, en un sentido bajtiniano, “la palabra nace con el diálogo y no puede ser neutra o impersonal”.

En este -ambito de la relación de la sociedad y la literatura, nos dicen Gerardo Argüelles, Nallely Yolanda Segura y León Felipe Barrón, los estudios literarios pueden ayudarnos a desvelar esas relaciones entre el lenguaje y la sociedad, particularmente en el estudio de la novela, pues ahí se puede verificar de manera privilegiada “la diversidad social, organizada artísticamente”, como decía Bajtin.

Es por esta razón que, en el caso mexicano, las discusiones identitarias han estado estrechamente vinculadas al campo literario. Por ello, el estudio de la literatura puede ayudar a entender ese entorno que se plasma en las novelas, tanto da si las conexiones se hacen explícitas (como, por ejemplo, en el caso de los relatos revolucionarios) o quedan más veladas (en la literatura más pura, como en la de Salvador Elizondo).

Hay un desuso colectivo de la lectura hoy en México, nos dicen los autores, pero no nos advierten sobre la manera de re-activar la literatura como espacio donde se producen las manifestaciones de la sociedad, a través del lenguaje.

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El teórico ruso Mijaíl Bajtín

La narrativa sobre el narcotráfico

Cecilia López, de la Facultad de Lenguas y Letras de la UAQ, si se ocupa de este problema, el de la literatura como vehículo de transmisión ideológica, aun cuando asegura que, a la literatura, “el poder de modelización social le ha sido arrebatado”.

En opinión de López, la literatura del narcotráfico subvierte los discrusos de la realidad “condensándolos, ejemplificadora, pedagógica, crítica, como antes lo había hecho, por ejemplo, con las dictaduras, actuando como preservación de la memoria”.

Se plantea la profesora López si es posible escenificar simbólicamente, a través de la escritura, la devastación social “sin caer en la complaciente denuncia burguesa que libera de culpa ante la imposibilidad social de otro tipo de intervención contundente, política”.

Hay dos vertientes, nos dice López, en la narrativa del narcotráfico, la complaciente y morbosa/comercial y la que subvierte el delito pedagógicamente. Analizar la presencia literaria del delito de la droga nos puede servir como instrumento crítico, en particular en las narrativas del tipo “capital fiction”, donde se evidencia la relación de los sujetos con el capital, y es aquí donde emergen las divergencias y fracturas del neo-liberalismo (mostrando las conflictivas relaciones sociales contemporáneas). Y tienen la ventaja, estas narrativas (frente al periodismo), que permiten desenmascarar éticamente la realidad del narcotráfico sin que “sus productores se coloquen en riesgo de muerte”.

Esta narrativa del narco, en el caso de las narrativas más excelsas, permite la comprensión de la dimensión moral de los hechos, y nos ofrece una hipótesis sobre el funcionamiento del mundo de la corrupción asociada al delito de la droga, nos dice Cecilia López.

En el caso mexicano, el narcotráfico se presenta como un trauma local, vinculado a la pobreza y a la falta de educación. Los políticos y la clase alta quedan desvinculados del problema; representa así, esta narrativa, un submundo infra de la sociedad. El problema en este caso es que se intenta naturalizar esta circunstancia local, “de un modo paternalista y descriminalizador”, nos advierte Cecilia López.

La tarea de los estudios literarios es, en este caso, la de proveer al público que consume estas ficciones del narco con un espacio crítico desde el que leer esas ficciones, para que no se dejen convencer por su popularidad, y eviten el ser inducidos por el “consumo irreflexivo del propio valor simbólico del delito como producto comercial”.

Fenomenología del hecho literario

Desde un punto de vista teórico, es el ensayo de Francisco de Jesús Ángeles Cerón el que más desafíos plantea, ya que propone revisar la fenomenología del hecho literario, pero no desde el objeto mismo, sino en lo que respecta a la relación de la verdad y el ser.

En opinión de Cerón, el hecho literario vale en cuanto fenómeno, pues posee un sentido epifánico (ya que se muestra al modo del advenimiento, rebasando los límites y las reglas de la exposición), y lo dicho en su comunicación no remite ni es atribuible en ningún caso a un sujeto de enunciación. De ahí que se entienda que la literatura es, en palabras de Jean Luc Marion, un fenómeno saturado (una experiencia que produce un desbordamiento del sentido).

A Cerón le interesa no lo que la literatura muestra, sino el propio acto de mostrarlo: su fenomenalidad (la saturación de lo dado / la fenomenología del se). Hasta ahora, se ha pensado la literatura “desde los límites de la mostración bajo los modos y categorías que el sujeto le impone”. Dicho de otra manera: la literatura ha sido pensada según lo que en ella aparece, pero no desde la manifestación de su aparición.

En resumidas cuentas, lo que Cerón propone es llevar al límite la reducción fenomenológica, que el estudio de la literatura prescinda del “señorío del sujeto” y libere al fenómeno, considerándolo desde su sí, desde su mostración. Si no lo he entendido mal, lo que sugiere Francisco de Jesús Ángeles Cerón es una suerte de estética de la aparición, a la manera de Martin Seel, pero en un entorno específicamente literario.

Pero es difícil esto que dice Cerón, y él mismo se pregunta «¿Es esto posible?», ya que el lenguaje impone una momentaneidad al aparecer, una vibración del lenguaje del texto con el nuestro propio, que se hace difícil desvincular herméticamente el fenómeno de aquel quien recibe su donación (de sentido); esto es, el lector, el que es testigo del fenómeno literario, pero no sabe lo que ve (pues lo ve con un exceso de intuición). Pues, entre otras razones, es él, el lector, el adonado (el que recibe la donación -de sentido- que el texto muestra), según la terminología de la que sirve el profesor Cerón, quien permite el devenir de lo que se muestra.

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El filósofo Paul Ricoeur

El carácter ético del arte

Para terminar, el profesor Gerardo Piña nos invita a reflexionar sobre el carácter ético del arte y, para ello, nos recuerda la siguiente cita de Paul Ricouer:

“No puedo hablar de modo significativo de mis pensamientos, si no puedo, a la vez, atribuirlos potencialmente a otro distinto de mí”.

Con ello, nos hace partícipes del concepto de la empatía, gracias a la cual autor y lector se reconocen como sujetos de la experiencia. Piña se fija en el arte en tanto que despertador de las emociones en nuestra vida cotidiana, como potencial afectador de nuestra conducta.

A esta luz, los estudios literarios han de fijarse en el ethos (la suma de las virtudes de un ser humano), pero no para elaborar juicios morales, sino para contribuir a “mejorar el entorno social a partir del cuestionamiento que el lector hace de sí mismo”. Ya que, como bien dice Levinas, “pensar ya no es contemplar sino comprometerse”. En este sentido, la labor de los estudios literarios sería la de ayudar al lector a que se vuelva consciente del modo en el que el ethos de una historia afecta o es influenciado por su ethos personal, ya que la ficción constituye

“la posibilidad de un tipo de creación de uno mismo desde el punto de vista del ethos, a partir de una experiencia comunicativa”.

 

 

by J.S. de Montfort

es autor del libro de relatos Fin de fiestas (Suburbano, 2014), además de crítico literario y miembro de la AECL (Asociación Española de Críticos Literarios). Escribe sobre arte y cultura para diferentes medios impresos y digitales. Forma parte del equipo editorial de Hermano Cerdo.

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