La tragedia primordial de las palabras

A pesar de que El Tiempo cifrado es la segunda novela publicada de Matías Escalera Cordero (Madrid, 1956), en realidad, fue escrita antes de Un mar invisible, la primera novela que el escritor dio a imprenta, hace ahora cinco años [1. El tiempo cifrado es de 1996, pero fue gestada unos años antes en Ljubljana (Eslovenia), durante el último año de la estancia del autor en la antigua Yugoslavia, justo antes de que empezase la guerra que acabó con ese país; y fue revisada y reescrita, en parte, a comienzos del nuevo siglo, tras la finalización de Un mar invisible (novela publicada en 2009).

http://blog.amargordediciones.es/2014/09/23/novedad-el-tiempo-cifrado-una-novela-de-matias-escalera-cordero/]. Así que, debiéramos decir -en puridad- que El Tiempo Cifrado es su ópera prima. Esto, aun cuando no signifique que es una obra primeriza (pues Escalera Cordero quemó toda su producción previa, digamos la de aprendizaje), sí que provoca un dilema hermenéutico, siendo que ya Matías Escalera ha publicado no solo la novela Un mar invisible (Isla Varia, 2009), sino el libro de relatos Historias de este mundo (Baile del Sol, 2011), así como los poemarios Grito y realidad (2008), Pero no islas (2009) y Versos de invierno para un verano sin fin (2014), además de la obra de teatro El refugio (2009) y su libro en defensa de la escuela pública Memorias de un profesor malhablado (2014). Esto es, que ha dado publicidad a una nutrida -y variada- obra.

Es difícil, pues, como digo, resistirse a no comparar El Tiempo Cifrado con el resto de su producción. Sin embargo, y por paradójico que parezca, resulta innecesario. Y ello porque todos los libros de Matías Escalera están atravesados por una pulsión igual: una voluntad dialéctica de entender el mundo en relación a las interacciones humanas, una cierta penosa claudicación (y un ulterior necesario entendimiento con la realidad) y la fuerza del amor como motor para la plenitud. Al mismo tiempo, se produce siempre en la obra de Escalera Cordero un diálogo con la tradición literaria (aquí con el Arcipreste de Hita y el infante don Juan Manuel), se fundamenta su estilo en una brillante heteroglosia y la arquitectura narrativa tiende a ser complejísima (con una falsa caótica apariencia). A estas consideraciones generales, Escalera Cordero añade en cada una de sus obras algunas ciertas particularidades que las vuelven únicas. En el caso que nos ocupa, lo que más define la singularidad de El Tiempo Cifrado es un fuerte dramatismo de origen trágico y que Cordero desmembra (la relación padre-hijo), el patchwork temporal y la metanarratividad. Por establecer jerarquías narrativas, podríamos decir que El Tiempo Cifrado es el origen, Un mar invisible el final e Historias de este mundo quedaría cubriendo el intervalo entre ambas. En esta gráfica, el poemario Versos de invierno surgiría al final del híspido oleaje, tal que un eco sosegado y -hasta cierto punto- esperanzador.

 

Tiempos nuevos, tiempos salvajes

Si Un mar invisible era una narración proteica, portentosa, más acumulativa, una novela que sacaba su fuerza de “las demasiadas palabras”, El Tiempo Cifrado es más episódica y, por momentos, quasi neo-concretista, badeando las formas de una suerte de (ir)realismo (post)moderno; es más poética, y su fuerza surge precisamente de “las pocas palabras significativas”. Lo que allá era desesperación aquí es dolor, donde había en Un mar invisible una consciencia del mundo, una identidad grupal, aquí se da un personalismo extremo, un egoísmo brutal. Los personajes de El Tiempo Cifrado son más bien mezquinos, tristes: contextuales. Son, por decirlo de alguna manera, personajes a los que la realidad de la Historia les ha esquilmado el destino. Así, podemos decir que el gran tema de El Tiempo Cifrado es precisamente la colusión del tiempo, una equívoca paronimia, ese pacto ilícito entre el tiempo viejo y el tiempo nuevo (el prefranquista y el postfranquista); o dicho de otra manera: la aceptación (o no) de la realidad real [2. Es curioso cómo esta realidad real toma en la novela diferentes carnavalerías, pero también se nos presenta con un estilo realista casi canónico (al modo de García Hortelano, pudiera decirse) en un breve tramo de la novela (capítulo 30)]. Y de aquí procede el subtítulo de la novela: Transición y Alumbramiento.

Tenemos, de un lado, al tiempo viejo, el padre: Fernando Aróstegui de Lara, un “rojo” antifranquista que huyó de España en el 61 y que, por el camino, dejó muchas cosas, entre ellas, a su hijo, Javier, ahora convertido en burdo camello (y cuya novia es una puta de lujo, Carmen); ambos simbolizan el tiempo nuevo. La novela testimonia el encuentro entre padre e hijo, 25 años después de que Aróstegui abandonara a Javier y a su madre, Elena, para irse al exilio (antes de que naciese Javier, esto es: nunca lo conoció). La acción de la novela se centra en el año 1986 y su base (o punto de conflicto) se halla en un enigma que se nos plantea bien al principio: cuál es la razón para que “Fernando Aróstegui, profesor universitario, decano de la facultad de las letras de la Universidad Central de Madrid, y conocido activista contra el régimen anterior” acceda el 23 de octubre de 1986 al edificio Esplandián, sito en el Paseo de la Castellana y, llegado a las dependencias de Producciones Géminis, entre y con un arma corta “descarg[ue] el contenido de la misma…/… Sobre el finado, a quemarropa” (p. 34).

 

El egoísta inteligente

Muy hábilmente, Escalera Cordero nos sustrae el dato que hace referencia al nombre del cadáver y las razones para la consecución de tal homicidio. Esta parte primera, que en un orden cronológico habría de situarse hacia el medio de la narración, se nos presenta disgregada; esto es, de un lado quedan los hechos, imparciales y, de otro lado, la subjetividad extrema del protagonista (presentada de forma casi abstracta, en trazos gruesos, puros: haciendo del espíritu materia casi intraducible, por mitificada). A tal confusión coadyuva el diseño temporal que vendrán adoptando los sucesivos capítulos, pues se producen analepsis y prolepsis continuas. Y este zigzagueo formal tiene una traslación temática: hace referencia al difícil (si no imposible) encaje de esos dos tiempos en litigio, trata de resolver esta problemática en “términos de confrontación y de contraste” (p. 101). Y esto lo rescata Escalera Cordero del Libro de Buen Amor, un libro que propone -por vez primera en la literatura castellana- una idea del texto “como ámbito autónomo de relaciones, que necesita de la complicidad del lector para adquirir total sentido vital y artístico”, un espacio donde “literatura y vida forman un binomio indisociable” (p. 101). Ese conjeturar es el que ha de realizar el lector, pues a pesar de que se produzcan unos hechos incontestables (y que se nos irán revelando paulatinamente), la clave de todo se halla en el carácter del protagonista, el profesor Fernando Aróstegui, de temperamento brumoso y genio algo turbio: un hombre derrotado por las circunstancias, incapaz de hacer concesiones o de integrarse al tiempo nuevo. Un amor de juventud de Aróstegui, Anja, le describe así:

“era incapaz de amar a nadie que no fuese él mismo […] No encontró nunca una razón para vivir […] nada era suficiente […] Confundía todo con todo” (p. 192).

Decía Esquilo que el hombre aprende a través del sufrimiento, y aquí, en El tiempo cifrado, hay bastantes males, producidos por el trecho insalvable que media entre la realidad y el deseo, fundamentalmente en lo que respecta a la imagen ideal de uno mismo. Pues el gran drama de Aróstegui era el “no haber estado a la altura del altísimo concepto que de sí mismo tenía” (p. 75). El mal que más sufre Aróstegui es el del asco, una repugnancia por saber de la inutilidad de su sacrificio por el ideal político, una soledad autoimpuesta que termina por asentarse en el cinismo y el odio. Un vivir para nada. Es elocuente en este sentido el discurso que el decano de la facultad dispensa a un auditorio vacío y que hubiera de servir de clausura del curso 1985-86. El acto se canceló y Aróstegui no se ha enterado (o mejor, no ha querido enterarse -pues vive en sí y para sí-).

 

El yo desnutrido

“Las calidades del yo”. Así se titula el discurso de Aróstegui dirigido a un auditorio inexistente, y lo hace -irónicamente- en un intento de apelar “a la relación dialéctica entre mi conciencia y vuestras conciencias” (p. 236). Gracias a él, sin embargo, Escalera Cordero nos proporciona la instancia hermenéutica de El Tiempo Cifrado. En la conferencia para nadie, Aróstegui contrapone dos figuras cruciales del siglo XIV castellano: el infante don Juan Manuel y Juan Ruiz, Arcipreste de Hita. La visión de este último es la de un mundo/escenario en el que la experiencia del Yo, variada y conflictiva, múltiple, anda sujeta “constantemente a fuerzas amenazadoras y destructivas” (p. 234). Una visión personal, que indaga en los atributos del amor y las trampas del deseo, que es manifestación de una “conciencia conflictiva y dialéctica del mundo y de la existencia entera” (p. 233). De otro lado, para don Juan Manuel la realidad es un mero objeto de dominio, y la conciencia se manifiesta “como mera conciencia de dominación” (p. 234). El estilo de don Juan Manuel esconde un intento por instrumentalizar el arte (para perpetuar la ideología de una élite social minoritaria), por ungir un yo “instrumental” que aspira a perpetuar la vetusta idea de un mundo regido por las reglas del dominio y la servidumbre. Tales opciones artísticas hallan su correlato ideológico en dos enfoques: aquel que busca la causa individual de los fenómenos y el otro, que “rastrea la causa contextual, histórica, de los mismos” (p. 236). La dolorosa revelación de El Tiempo Cifrado, particularmente en lo que concierne a su protagonista, es que el yo que sustenta su personalidad es un yo de calidad pésima, un yo ideal devaluado en un triste yo cínico. Así lo expresa el propio Aróstegui:

“Ahora, sólo persistía el asco, el inconmensurable asco que sentía, sin saber bien por qué, desde hacía tanto tiempo” (p. 217).

 

Manifiesto último

Este título (Manifiesto último) aparece en la primera página en blanco de un cuaderno sin ninguna inscripción, lo que parecía “una sucinta colección de dibujos y de escritos”(p. 270). El único legado que Javier recibe de su padre, Fernando Aróstegui. Y, en él, un montón de poemas que ocupan una o dos hojas, algún poema también en prosa, y una serie de ilustraciones líricas (dibujos a grafito). Su hijo, al recibirlas, se da cuenta de que “aquellas palabras, que habían llegado muertas hasta mí, eran todo su legado…” (p. 271-72). Y reflexiona: “las palabras habían sido su pasión; con seguridad, su tragedia primordial” (p. 272). En ese momento comprende, tras la desaparición de su padre, que el tiempo de este “estaba quedando cifrado -fundiéndose y transmutándose- junto con su propio tiempo, en su memoria y, tal vez, en sus propias palabras” (p. 273). He aquí la transmisión simbólica de poderes: el padre claudica y el hijo debe apañárselas como pueda.

Junto al cuaderno citado, el de Manifiesto último, su padre le lega un vocabulario: una colección indiscriminada de palabras, trece páginas llenas de palabras que que su padre había recopilado durante años. Entre ellas: lunada, canjilón, gobelinos, duraznero, búcaro, esquife, gavia, nervazón, sarga, gatada, morisqueta, cositeo, roel, timba, calvatrueno, onza, taracea, etc

En definitiva, palabras viejas.

Hay un extracto de este Manifiesto último que explica muy bien esto.

Dice así:

“Y el primero de los trovadores dijo:

escribiré un poema sobre nada

palabra occitana-.

 

Así es desde entonces nuestro arte:

un intento vano por atrapar

inútil y grosera urdimbre-

lo que no posee sentido

o acaso aquello que lo posee absolutamente

ciego discurso

del deseo…” (p. 244)

Se nos explica en El Tiempo Cifrado que “cada obra es una respuesta parcial al mundo que la produce, y depende de nosotros descifrar correctamente su mensaje…” (p. 236). El mensaje de la novela, pues, podría decirse que, en parte, es la certificación de que nuestro destino está íntimamente ligado a la frustración y al fracaso. También podríamos columbrar una visión triste del arte, como algo doloroso, dañino, pero inevitable. De cualquier forma, El Tiempo Cifrado nos ofrece una visión de aquel comienzo de la democracia cuando los españoles perdimos, como escribió Juan Luis Cebrián en El País, en 1979, “la perspectiva global de nuestras vidas” (p. 65). Y para todos aquellos que, por edad, estuvimos ausentes (sin participar) de aquella época, resulta un testimonio magnífico, libre y complejo, rico y vívido, de un tiempo -de una visión del mundo- que hoy, a lo que parece, fenece forzosamente.

by J.S. de Montfort

es autor del libro de relatos Fin de fiestas (Suburbano, 2014), además de crítico literario y miembro de la AECL (Asociación Española de Críticos Literarios). Escribe sobre arte y cultura para diferentes medios impresos y digitales. Forma parte del equipo editorial de Hermano Cerdo.

One Reply to “La tragedia primordial de las palabras”

  1. 1
    Matías

    Impresionante, aguda y certera disección de la novela… da gusto tener lectores como tú… que entienden, que comprenden, que justifican todo el esfuerzo y el trabajo puesto en su escritura… Gracias por estar ahí, del otro lado, y responder.
    Un abrazo fuerte.
    Matías Escalera Cordero

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