1.
En el año 2010, el crítico de arte y comisario independiente Peio Aguirre (Elorrio, 1972), publicó en su fecundo blog Crítica y Metacomentario el texto “Crítica Práctica en 10 máximas”. La línea de producción de la crítica es, en un sentido general, el engordamiento de esas ideas que allá estaban esbozadas sintéticamente. Se trata de diez máximas que aquí se han convertido en once tesis y que se refieren a la idea de la crítica práctica, gracias a la cual Aguirre enuncia una suerte de teoría -sui generis- de la práctica crítica. En el sentido de que trata de dar coherencia a lo que son conjeturas deducidas a partir de la observación y la experiencia. Pero no arriba su conjunto de ideas al puerto del análisis lógico y sistematizado, sino que queda en el instante previo de la duda, del qué hacer, del cómo hacerlo. Así, es más un libro de hipótesis. O dicho de otra manera, sobre lo que discute e indaga Peio Aguirre en este libro es sobre la necesidad de tomar conciencia del trabajo futuro. Su valor así no es tanto argumentativo como aforístico, de inspirador del ánimo ya que, en verdad, La línea de producción de la crítica es, en última instancia, un manifiesto personal del trabajo del crítico.
El libro asume que una teoría científica es imposible de validar si no se pasa a la acción y, de alguna manera, hace suyo el aserto de que la realidad no necesita nuevas representaciones (verbigracia: teorías), sino que trata de apropiarse de la realidad reproduciendo su necesidad a través del pensamiento. O sea, que se ve en el ejercicio de la práctica ya una acción real posible para el conocimiento dialéctico. La transformación marxista de la realidad, pues, se ejercita a través del trabajo del intérprete, del crítico, vaya. Y, de entre todas las prácticas críticas posibles, Aguirre escoge una en concreto: la escritura. Por ello, sus referentes son literarios, en especial Terry Eagleton (un tótem aquí) y Frederic Jameson. Así, conjura los apoyos de la crítica marxista -literaria- con la realidad de la práctica artística (del medio del arte contemporáneo, quiero decir) y ello produce un cierto efecto de disonancia, pues no acaba de hallar anclaje el proyecto en un territorio acotado. Lo cual no es, dicho sea de paso, un demérito, ya que Aguirre propugna precisamente el distanciamiento, la dispersión, la heterogeneidad y la no-especialización como elementos que garanticen un discurso crítico adecuado para nuestros tiempos. En otras palabras: no es su visión la del científico (la del teórico), ni la del obrero barthesiano, sino la del productor de desplazamientos benjaminianos. No quiere un análisis acotado del objeto para comprender(lo) ni dar(le) sentido, sino que ve la crítica como una no-disciplina, una manera de identificar, de señalar lo que no se percibe a simple vista, haciendo emerger lo material y la conciencia. Pragmativismo y constructivismo son sus señas de identidad. El crítico como embajador de las formas del arte. Ésa es su propuesta.
2.
El gérmen de la crítica práctica (del término), a la que dará nombre más tarde I.A. Richards, está ya en la idea orteguiana de que la metáfora es el objeto elemental, “la célula bella”, y que servirá para el desarrollo de la Nueva Crítica Estadounidense. Una idea del objeto del arte (el texto literario) como ente autosuficiente, autotélico. Mas Aguirre no lo usa en este sentido, sino que se sirve apenas del concepto para justificar una actitud. Lo utiliza para designar algo más parecido a una propedéutica, a una preparación de la disciplina crítica. Como para fijar un hálito -y promulgar un hábito-, una disposición, un querer ser. La forma en la que Peio Aguirre maneja el término es en un sentido histórico-cultural, un poco a la manera personalista del crítico cubano y profesor de Yale, Roberto González Echevarría. Se trata de un marxismo subjetivista à-la-Raymond Williams y que toma como base la idea de la auto-propiedad de Gerald Cohen. Su visión dialéctica es adecuacionista. Un marxismo analítico que persigue una crítica inmanente y que ve el postmodernismo como una experiencia derivada de las condiciones de una época regida por el capitalismo tardío. A Aguirre le interesa la noción de estilo y se quiere un modernista infiltrado al modo como lo era David Foster Wallace. Reclama que al autor-crítico se le juzgue no solo por la cientificidad de sus argumentos, sino también en virtud de otras valoraciones como son la forma, el estilo, las asociaciones que produce, las cadencias de la voz, etc
Su visión de la crítica es la de un instrumento procedimental impelido por la pertinencia, proyectivo, interdisciplinar, site-specific, axiológico, caracterizado por una pluridad de voces (incluso intrasubjetivas), situado con un pie en el amateurismo y otro en la profesionalización, urbano (en el sentido de que tiene un deber público), flexible y heterogéneo y, por sobre todo, estratégico. Una crítica disciplinada y continua, que se sirva del método del desvío, autocontenida y distanciada, arraigada en el presente. Una crítica ensayística, que aspire a la coherencia, que sea a un tiempo cita y glosa y que sea fácilmente identificable gracias a su forma estética particular. Una crítica, á-la-Bloom, que sea, por encima de todo, un apasionado acto de apreciación, una autorrealización. En definitiva: el crítico como escritor. Y un escritor muy particular, aquel que escribe placenteramente.
De todo lo dicho se puede colegir que Peio Aguirre entiende -en un sentido general- el arte como una re-creación de la realidad que puede ser categorizada y apresada en virtud del conocimiento operacional, esto es, toda vez que se hayan adquirido las destrezas necesarias para habilitarse como crítico. Su idea de la dialéctica es, así, adorniana, tomando como eje central la tensión binaria de opuestos, cuya resolución queda siempre inconclusa.
La idea de la estrategia (concepto traído de Benjamin) para Aguirre tiene que ver con la expansión (o ensanchamiento), con la auto-evaluación o testeo, tal que una garantía contra la institucionalización del crítico. Una posibilidad para la renovación política en base al movimiento elíptico del crítico, así es como lo justifica (no acomodarse, en suma). No usa, dicho de otra manera, el materialismo dialéctico como verdad suprema (a la manera de un Jesús G. Maestro, por ejemplo), que sirva para vapulear toda teoría literaria co-existente (considerándolas un vertedero de ideologías), sino que acepta las reglas de juego de la post-postmodernidad y la post-autonomía del objeto artístico -aunque no le parezcan óptimas, ni deseables. De todas maneras, hace suyo el aserto de Jameson de que «si todos pasan a pensar dialécticamente […] la dialéctica habrá dejado de existir y […] una especie de conciencia utópica, habrá ocupado su lugar». Vaya, que se sirve de la dialéctica en tanto fuerza antitética, pues si se diera el caso de que se volviera normativa o hegemónica, perdería toda su fuerza emancipadora.
3.
Aguirre comenzó a trabajar sobre el concepto de crítica práctica a partir de un seminario de idéntico nombre que hubo de impartir en mayo de 2010 en el Centro Cultural Montehermoso, y que se repitió en los años siguientes, tanto en Vitoria como, más tarde, en Barcelona. La base de aquel seminario, al igual que la del libro que nos ocupa era la de “sembrar semillas futuras, fomentando formas de auto-consciencia”. Peio Aguirre centra su lucha personal en un intento por arrojar luz en la relación entre crítica y publicidad. Escribe:
“El mejor servicio que una crítica contemporánea puede realizar es la impúdica mostración de los mecanismos ecnonómicos sobre los que se sustenta”.
Ya que la escritura es tanto una práctica creativa y artística como material, debe aceptar que, de una u otra manera, es una forma de publicidad encubierta. Describir el modo de intercambio económico, opina Aguirre, puede contribuir a la deseable transformación de sus funciones, ya que torna consciente la potencial instrumentalización de la que será objeto. Ello no quita para que, como pensaba Macheray, la crítica pueda servir a la posibilidad del cambio. De aquí el título del libro, que hace referencia a la posición del crítico en un engranaje mercantil del cual no puede escabullirse. O sí, porque Aguirre, en última instancia, plantea la posibilidad de la huida: escribir gratis, dice, es la única manera de garantizarse la libertad. Podría ser.
es autor del libro de relatos Fin de fiestas (Suburbano, 2014), además de crítico literario y miembro de la AECL (Asociación Española de Críticos Literarios). Escribe sobre arte y cultura para diferentes medios impresos y digitales. Forma parte del equipo editorial de Hermano Cerdo.
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