Una madre y su hija, poseídas por un deseo sexual irreprimible, viven en una casa de campo casi sin relacionarse con los demás habitantes de su pueblo, habitado mayormente por ancianos. Ése es el escenario que presenta Ariana Harwicz (Buenos Aires, 1977) en su más reciente novela, La débil mental, publicada por Mardulce.
La narradora es la hija, quien describe a ambas así:
“Las dos calientes, desde el cuero cabelludo, las dos puercas abandonadas (…) soñando que entran dos individuos de sombrero de ala ancha por la tranquera, piden permiso y pasan a violarnos contra las sillas”.
Por el ambiente, el pesimismo y la materialidad, que recuerda al gótico sureño, esta novela comparte linaje con El viento que arrasa, de Selva Almada, y Distancia de rescate, de Samanta Schweblin —y al igual que en esta última la maternidad es un tema central y perverso. Pero Harwicz va más allá de sus contemporáneas al incorporar, tal como hiciera Cormac McCarthy en Hijo de Dios, el estilo faulkneriano y la sintaxis errática para señalar el singular estado mental de la narradora. A sus casi treinta años, ella vive permanentemente dentro de “la conciencia aguada de la infancia”.
Dividida en tres partes que suman apenas un centenar de páginas, La débil mental guía al lector por pequeñas escenas que revelan el deterioro de sus protagonistas. “No vengo de ningún lado”, dice la narradora al comienzo, y desde ahí todo es la descripción de un presente amoral —como el de los animales— sin cabida a misticismos o interpretaciones metafóricas. Todo está ahí, en la materialidad de una vida condenada, sin salida.
Pero de inmediato, y tal como sucedía en la película de culto Thelma & Louise, nos damos cuenta de que cuando las mujeres intentan conducirse libremente, su atrevimiento las conduce, por lo general, a la desgracia. Un infortunio que emparenta a los dos personajes de la película de Ridley Scott y a los del libro de Harwicz y que hace que compartan un desenlace muy parecido: dos mujeres muy unidas entre sí que cometen un crimen y deben huir como única salida. Es decir, se cumple lo que una madre le dice su hija en Distancia de rescate: “Tarde o temprano algo malo va a suceder, y cuando pase quiero tenerte cerca”. En el caso de La débil mental, las cosas terminan por desmoronarse cuando madre e hija ejecutan su venganza contra el novio de ésta última, quien la dejó porque en realidad está casado con otra mujer y espera su primer hijo.
No es maldad, sin embargo, lo que las mueve, sino una “pureza demoníaca”, porque, como dijera alguna vez Isak Dinesen, en la naturaleza no existe el mal, solo la abundancia de horror. Ese estado de inocencia y odio se asemeja al del personaje de Rubem Fonseca que se hace llamar a sí mismo el Cobrador. Dice la madre:
“Ya van a ver, nos la van a pagar todos, acordáte (…) ¿Ganaste algo alguna vez en toda tu putísima vida? ¿No? Y bueno, ya es hora”.
Mientras que en la película de Ridley Scott la liberación de dos mujeres, en este caso dos amigas, es un viaje que puede ser visto como metáfora de la huida; en la novela, en cambio, se muestra como una involución hacia un estado más primitivo de la mente. En Thelma & Louise, el único final digno para sus protagonistas es un salto al vacío. Ariana Harwicz, en cambio, deja a sus personajes vivir el momento final cuando, como en la guerra, atraviesan una especie de redención y salen, enajenados y ya sin rastro alguno de humanidad, a cobrar lo suyo.
(Quito, 1990) Estudió literatura y periodismo. Dirige la revista literaria Matavilela. Ha publicado cuentos, reseñas, ensayos, artículos y traducciones en varios medios de Latinoamérica. Casi todos los días escribe y recomienda cosas en su cuenta de Twitter: @migueldixit.
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