Hablemos de la autonovela

La identidad es una cuestión estética,

un problema de representación

Manuel Segade, Narciso fin de siglo

 

 

 

Un género de futuro

No le falta razón a Vicente Luis Mora cuando, en su libro La literatura egódica (El sujeto narrativo a través del espejo), un libro lleno precisamente de espejos (y de los reflejos de estos; verbigracia, las fracciones de la identidad), escribe: “La autonovela es una de las salidas a la crisis actual de la novela”. En efecto, en su afán testimonial, la autonovela pretendería ser “una autocrítica de la autoescritura”, una conciencia de la dislocación del yo; una construcción en y sobre los límites, nos dice Mora, una forma narrativa que se cuestiona su decibilidad (lo que se puede y lo que no se puede decir literariamente).

Para el escritor y crítico literario cordobés, la autonovela sería:

“el punto de encuentro de la autoficción con la literatura, donde los materiales autobiográficos y las reflexiones metaconstructivas generan un tipo de libro que supone la metaescritura de uno (mismo), con un mayor o menor grado de ficción y teoría, según autores” (p. 142).

Dicho de otra manera: un subgénero narrativo caracterizado por las instancias autobiográficas (esto es, que habla del yo y, por ende, del tema de la identidad) y que formalmente se pregunta por sí misma o por la formas de construcción literarias a las que se puede recurrir en la actualidad. Esto es, se trata de un tipo de novela auto-referencial (y por partida doble, pues es una narrativa circunfleja y un espejo de la identidad del autor). Un modelo novelesco cuyo antecedente lejano vendría a ser -a juicio de Mora- Nadja, de André Breton [1. Stricto sensu, podríamos hablar de autonovelas desde tiempos inmemoriales, al menos desde las dinastías del Antiguo Egipto / «La primera narración de la literatura universal es también aquella de la que emerge Gilgamesh como el primer ego consciente. A lo largo de cuatro mil años de literatura, la autoconsciencia se ha alcanzado de muchas formas, distintas y más elaboradas, pero no ha variado en lo fundamental en absoluto», Kenneth Rexroth, «El poema de Gilgamesh», incluido en Cita con los clásicos, Pepitas de Calabaza, Logroño, 2014, p.15 ], una novela que:

“quiere plantearse como una escritura de no ficción sobre la experiencia real, que sin embargo se topa con la imposibilidad de revisitar propiamente lo vivido” (p. 142).

Es importante resaltar este fracaso, la (auto)consciencia de la imposibilidad de que el testimonio cuaje en verdad, en apelación trascendente. Puesto que el propósito fundamental de la autonovela es el de no olvidar, el de servir como marca de agua que ambiciona fijar la identidad. Una identidad, la contemporánea, herida casi de muerte por su “error ontológico estructural” (p. 175), su “grieta subjetiva estructural” (p. 169) y que encontraría en la ficción un modo óptimo de re-llenar el vacío. Pero aquí este fracaso al que nos referíamos antes no ha de verse como una desgracia, sino como una oportunidad.

Así, entendiendo (desde la neurociencia cognitiva) al yo como una conjunción de procesos mentales (p.168), habremos de considerar la autonovela en tanto que el espacio de la realidad (de la realidad representacional, claro está) donde se constata la transformación (o más bien, la transubstanciación) del yo, bien sea en base al procedimiento de la adición, la deconstrucción o la re-construcción. Como bien precisa Vicente Luis Mora, la identidad no es que surja ex nihilo, pero aceptamos que hay una fractura interior en el sujeto, “una realidad íntima parcialmente dispersa, desintegrada o vacua” (p. 168) que ha de ser completada. Así, la autonovela, sería un preciso instrumento del que deberían (o podrían) servirse los escritores contemporáneos para la construcción de la identidad (literaria) en base a un procedimiento estilístico relevante.

La gran ventaja competitiva de la autonovela sería su capacidad de sobreponer(se) a la dicotomía arte/vida, proponiendo el conflicto interno que sucede en los libros en tanto que experiencia autobiográfica (siendo la escritura el auténtico sujeto, como defiende Miguel Casado; en tanto que realidad representacional). Con ello, se permite que en el espejo (en la escritura) quede fijado el testimonio del desdoblamiento inevitable del sujeto. Un sujeto egódico [2. El neologismo egódico proviene del ego latino y se asocia al dicere con el que éste se dice o narra, “o quizá se sobrenarra o muestra de más”; en consecuencia la literatura egódica es aquella del ego excesivo, “sobredimensionado o hinchado, cuya manifestación antonomástica sería la autoficción, pero que en sentido amplio engloba aquellas formas narrativas o poéticas donde la identidad es uno de los temas fundamentales (u obsesivos) del texto» (del Prefacio)] (reconstruído a través de la ficción): un sujeto débil, que se construye (o deconstruye) subjetivamente a través del espejo. Y ese espejo, el lugar de pruebas, donde el escritor ensaya sus gestos, sería la propia escritura. El lugar donde aparece y muere la subjetividad. No en vano, decía María Zambrano que “todo narcisismo es juego con la muerte” [3. María Zambrano, Confesiones y Guías, Edición, introducción y notas de Pedro Chacón, Ed. Eutelequia, Madrid, 2011, p. 47]. Y si algo caracteriza a esta (auto) literatura es ser un “canto del yo narciso” (p. 126). Pues el espejo vuelve extraño lo familiar y viceversa.

Así, la autonovela sería el laboratorio de pruebas del escritor, que atiende a la materia narrativa con una mirada forense, nos dice Mora. Y, ello, de alguna manera, para orillar el problema de la ética de la vergüenza (la dicotomía actual exhibicionismo/pudor, verdadero nudo gordiano del ethos contemporáneo) que asola al sujeto post-postmoderno, quien necesita reconstruir su vacío desde un punto mínimo (el yo que (se) enuncia y (se) anuncia).

Algunos ejemplos

Autonovelas serían Negra espada del tiempo (1998), de Javier Marías, Amarillo (2008), de Félix Romeo (pero también La noche de los enamorados (2012)), La familia de mi padre (2008) , de Lolita Bosch o Arena Negra (2013), de Juan Carlos Méndez Guédez. Cultivos (2008), de Julián Rodríguez, La luz es más antigua que el amor (2010) , de Ricardo Menéndez Salmón, Los extraños (2014), de Vicente Valero [4. J. S. de Montfort, «Los extraños,» Paisajes Eléctricos Magazine, 13-Marzo-2014] o los “autocuentos” de Paul Viejo [5. «Mis problemas con la autoficción», J.S. de Montfort. Hermano Cerdo. 25-Enero-2012].

Una variante de interés que me gustaría apuntar aquí [y que Mora soslaya] se referería a una suerte de autoficción por defecto. Esto es, una narración elíptica en la que el yo se esconde para poner el foco sobre el tú o el vosotros (al modo poético, pero en prosa, sin apelaciones ni prosodia); una narrativa que, empero, sigue manteniendo fuertes implicaciones autobiográficas (los otros serían no el espejo donde el escritor se mira para precisar su identidad, sino el lugar donde el yo del escritor desaparece, volviéndose un nosotros). Por decirlo de otro modo, se trataría de una autonovela de la(s) periferia(s), que no busca reconstruir el yo, sino que indaga en sus aledaños para buscar pistas. Sería, pues como una autobiografía elusiva. Por poner dos ejemplos, mencionaré el libro de cuentos Los días más felices (2010), de Rodrigo Hasbún [6. «Escenas de la vida gaseosa», J.S. de Montfort, Tendencias 21, 15-Marzo-2013], así como también Fotos tuyas de cuando empiezas a envejecer (2011), de Maximiliano Barrientos [7. «Promesas». J.S. de Montfort, Blog La soledad del deseo, 24-Diciembre-2011].

El giro egódico/narcisista

Lo importante del libro de Mora es que en él se inserta la autonovela en un continuum [8. Sobre la autonovela ya había escrito Vicente Luis Mora en Metanarrativas hispánicas (Lit Verlang , 2012), edición de Antonio Jesús Gil González, Marta Álvarez y Marco Kunz y también en su blog, «La Autonovela. Pasadizos entre los últimos libros de Lolita Bosch y Julián Rodríguez», Diario de lecturas, 29-Noviembre-2008], la contextualiza y le da un marco (sociológico y literario): el de la literatura egódica, del yo excesivo. Una idea de raíz lypovetskiana, la del sujeto egódico, que entiende el sujeto contemporáneo yoísta en tanto “mónada forjada no por constitución exterior, sino por voluntarismo interno” (p. 127). Para el literato, en opinión de Mora, autonarrarse respondería a un “deseo de supervivencia del yo escritor” (p. 129) y cumpliría un doble propósito, el de servir como exegi monumentum; esto es: “se ofrece uno al alatar de la posteridad”. Y dos: el de permitir “la disolución de la propia vida en el concepto de realidad virtual” (p. 130)

Así las cosas, el libro de Mora se resuelve como un mapeo interesantísimo de estas diversas veladuras -y voladuras- escriturales del yo (una cartografía que no es solo rigurosa -aunque no exhaustiva- sino, también, milagrosamente amena -teniendo en cuenta que se trata de un libro académico). En La literatura egódica, Vicente Luis Mora analiza las causas de la presencia del espejo [9. Comencé a leer a Jorge Luis Borges en 1985 (…) Desde entonces comencé a anotar, por puro gusto, las menciones a los espejos en las obras que iba leyendo. (…) En total han sido casi treinta años de lectura orientada hacia los espejos, y quince de investigación sobre el tema en su relación con la disolución del sujeto contemporáneo“. Alberto Gómez Vaquero, «Entrevista a Vicente Luis Mora». Mundo Crítico. 26-Febrero-2014] en la literatura española de la postmodernidad (1978-2012) y las diferentes maneras en las que este afecta a la cimentación del yo, bien sea porque se dé una construcción o una destrucción subjetiva.

De esta manera, por las páginas del libro se nos desliza el yo intruso (aquel al que le persigue “la sombra de su propia personalidad” (p. 42)), el propio motivo del espejo utilizado como estructura del relato narrativo, el topoi del espejo a solas (caracterizado por un cierto juego conceptual: un elemento de puesta en duda de lo real), el espejo en tanto que brecha del autodeseo o las diferentes formas de fantasía que permite la idea del espejo habitado, al instituirse como puente simbólico. Pero también el modo de destruir o (diluir) la identidad, como la multiplicidad y la metanoia o metamorfosis (entendida como procedimiento arquetípico: una cosa pierde su esencia para cambiar a otra, mediante un proceso de transformación). El transformismo identitario y el gesto de duelo que consiste en cubrir el espejo para repudiar la tiranía de la visión del cuerpo, así como el encuentro con este entendido como lugar metafísico “donde es necesario un pacto con la imagen devuelta” (p. 120). También se detiene Vicente Luis Mora en las diferentes formas de otredad: el clásico tema del doble, que “viene a significar la observación bifurcada sobre un mismo sujeto, debida a la crisis de su personalidad, manifestada en un yo dividido, en crisis” (p. 99) y del doble digital (“Aquel doble literario situado en Internet o con una doble vida en Internet (p. 103)), y las diferentes formas de la notredad (caracterizadas por la invisibilidad y el vaciamiento del sentido).

Por resumir, podríamos decir que:

“Frente al vértigo que siente el sujeto contemporáneo al contemplar su hueco interior, su vacío y sus fracturas ontológicas, siente la necesidad de rellenar el espacio ausente con una ficción identitaria que integre, archipielágicamente, las islas dispersas” (p. 168).

Y, para ello, los escritores actuales tienen dos opciones: o volver la vista de esa nada, defendiendo el sujeto “de los de toda la vida” o, por el contrario, “enfrentarse a la realidad en su estatus pre-ontológico, como algo no totalmente construido, ver la nada allí donde no hay nada que ver, sustraer de la realidad su engañosa riqueza” (p. 170).

Ahora les toca a Vds., queridos amigos, ir tomando posiciones y ver por qué bando se decantan. Yo, como ya imaginarán, ando en las trincheras del segundo grupo.

 

by J.S. de Montfort

es autor del libro de relatos Fin de fiestas (Suburbano, 2014), además de crítico literario y miembro de la AECL (Asociación Española de Críticos Literarios). Escribe sobre arte y cultura para diferentes medios impresos y digitales. Forma parte del equipo editorial de Hermano Cerdo.

3 Replies to “Hablemos de la autonovela”

  1. 1
    condonumbilical

    Muy interesante. Creo que hay algunas ideas algo rebuscadas. Tampoco queda claro qué es exactamente ese «vacío» del individuo contemporáneo.

    No entiendo bien la conclusión final, la idea de los dos escritores. La segunda categoría… qué significa “enfrentarse a la realidad en su estatus pre-ontológico, como algo no totalmente construido, ver la nada allí donde no hay nada que ver, sustraer de la realidad su engañosa riqueza”. Me resulta algo ambiguo, te agradecería que me lo explicaras, si es posible.

    Me atrevería a afirmar que hay una tercera opción, la de trascender el yo y que el ego se fusione con el entorno, de tal forma que el concepto de identidad, que se fundamenta en una separación del yo frente a lo que le rodea, desaparece.

  2. 2
    J.S. de Montfort

    Muchas gracias por tu comentario, querido amigo.

    Respecto al vacío contemporáneo, lo explica muy bien Lipovetsky en su ensayo «Narciso o la estrategia del vacío»:

    http://fido.palermo.edu/servicios_dyc/blog/docentes/trabajos/6553_15813.pdf

    La dicotomía entre escritores final es bien sencilla: significa que se pueden tomar dos posturas. O negar la fractura del sujeto y su vacío y recuperar la idea del ser cartesiano (moderno), centrado, unificado y completo (sin fisuras). El individuo romántico, para entendernos. O, por contra, aceptar que la idea del sujeto que representa más fielmente al ser humano contemporáneo es la de aquel que apenas se sostiene en una noción mínima del ser (aquel que no es más que una idea breve, siempre en construcción). La cuestión sería situarse un instante antes de esa conceptualización del ser (esa ontología, pues) y re-crearla, redefinirla en la literatura. Por si te interesa el tema, la cita viene de una idea de Zizek, pero que trae de Heiddeger.
    Es interesante esa idea panteísta de desaparecer o re-fundirse con el entorno (hacerse uno) que apuntas.

    Saludos

    J.S. de Montfort

  3. 3
    Jorge Nácher

    Ya citar a Vicente Mora te desacredita totalmente, J.S. Y después te desacreditas solo con tu verborrea. HERMANO CERDO: basta de insistir con este tío. Lo pido como lector y amigo.

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