1.
Verano (Alianza editorial, 2008), la novela del escritor Manuel Rico (Madrid, 1952), da cuenta de un mes de agosto igual que este que anda pronto a terminarse. Un mes de agosto de 1999, vivido por un grupo de viejos amigos -camaradas- en la urbanización La Tejera, situada en el pueblo de Lozoya, a una hora -más o menos- de Madrid.
Y no solo es que suceda ahí, en ese espacio, la novela, sino que el propio autor la creó en esa misma zona, durante diez años (entre 1997 y 2007).
La novela es tanto un compendio de re-encuentros, como de despedidas y, al tiempo, un óptimo espacio para la iniciación (amorosa), pero también para la re-iniciación (sentimental). En ella, además, se produce siempre la colisión de dos mundos (lo viejo/ lo nuevo, la memoria/el olvido, la soledad/la compañía, etc) y es en esa tensión en la que se sustenta la trama narrativa.
Trama que, por otra parte, no es más que una excusa para dejar que la novela se escriba a sí misma. Quiere decir esto que se producen varios hechos luctuosos, sí, pero que -aunque lo parezcan- no son los verdaderos armazones de la novela, sino más bien su decorado, los hechos que la justifican (la Historia). Instancias reales que validan, por así decir, la emocionalidad re-descubierta de los personajes principales.
Y es que se ha de decir que la novela que leemos es una novela escrita por uno de los protagonistas: el escritor Enrique Blasco
«un autor extraño y solitario, alejado de modas y corrientes y entregado a una literatura sin dependencias ideológicas o políticas, a una literatura elusiva de las servidumbres y urgencias del presente» (p. 95).
Lo que leemos, pues, es la remembranza de ese verano de 1999, contada por el escritor Enrique Blasco y que guarda las apariencias (sin conseguirlo del todo), presentándosenos con un aire de novela formal, lineal y quasi-omnisciente.
Sin embargo, algo hay aquí y allá que siempre nos alerta: un cierto tono de ensoñación, de inconsecuencia, de irresolución -y de solapado misterio. Algo que nos invita a pensar que la convencionalidad de la forma novelesca no es más que un ardid.
2.
Verano es un texto que se escribe justo un segundo después de haber sucedido los hechos y, por ello, se quiere una transcripción de la realidad, y se constituye en pura arrebatada -por inmediata- remembranza emocional.
De ahí el inescapable caracter delicuescente de su prosa.
Pues se trata de una novela escrita contra la voluntad del escritor, una suerte de proyecto en marcha, de aspiraciones joyceanas.
3.
A esto Enrique Blasco, el escritor/protagonista, lo llama «la novela en la realidad». Se trata de intentar torcer el curso de una vida, de elegir un personaje del mundo real para abrirle -teóricamente- «oportunidades de felicidad con las que nunca había soñado» (p. 52)
Así, la idea es escoger a un personaje cercano, próximo, «cuyos movimientos y estados de ánimo [se pudieran] conocer a diario para poder trasladarlos al texto» (p. 52). La elegida será Nuria Cruz, una de las integrantes de la vieja pandilla de adolescentes universitarios y que, ahora, ya en la cuarentena (como todos ellos) veranea en La Tejera.
Este proyecto, sin embargo, ya tuvo unos antecendentes (seis años atrás):
«varias cartas, escritas en el ya lejano agosto de 1993, enviadas a desconocidos, servidores de la dictadura en dos o tras pueblos del valle cuyos nombres [Enrique] había rastreado en boletines oficiales de los años cuarenta» (p. 58)
Las consecuencias, tanto de aquellas primeras tentativas como de las cartas nuevas que Blasco enviará a Nuria Cruz (haciéndose pasar por un chico que esta conoció treinta años atrás y que estaba enamorado de ella), se harán sentir durante este mes de agosto de 1999 que se nos cuenta en Verano. Efectos que, por respeto, no desvelaremos al interesado lector.
3.
Enrique Blasco, el testaferro -y relator- de Verano, es un escritor sin hijos, a quien se le murió la mujer muchos años atrás y que ahora comparte su vida con una chica diez años más joven que él, un personaje «extraño» al grupo.
Blasco es un escritor que:
«había llegado tarde, muy tarde, a la literatura y que lo había hecho en tiempos nada fáciles para un escritor tardío y cuarentón, en tiempos en los que se sacralizaba la juventud y en los que ocupaban el escenario novelistas casi adolescentes» (p. 54)
Un escritor que ese verano de 1999, en La Tejera, anda leyendo Rock Springs, el magnífico libro de cuentos de Richard Ford.
Alguien que no vivió la pubertad y que se vió forzado a una madurez impuesta por las circunstancias. Y quizá sea esta la razón de ese suave tono elegíaco de la novela, tan pavesiano, por otra parte.
Y tan bello.
4.
Por último, me gustaría destacar una frase; dice así:
«El paso del tiempo había convertido en camp lo que antaño fue hortera, en metáfora del verano de la felicidad lo que antaño sólo alcanzó a ser frivolidad e intrascendencia» (p. 162)
Me encanta esa frase y creo que resume bien el espíritu de la novela: una felicidad engañosa que da cuenta tanto de lo que fue ideal y que hoy luce deslustrado, como de lo que hoy parece trascendente y, en cambio, sabemos frívolo y voluble.
Me alegro de haber leído esta novela justo ahora, en el momento idóneo, cuando colea ya el verano, pero aun se resiste el calor y nos suelta eventualmente algún que otro aguijonazo.
Me temo, queridos lectores de Hermano Cerdo, que tendrán que esperar al próximo verano para gozar en plenitud esta novela tan veraniega, o acaso darse prisa, mucha prisa, e ir corriendo a procurarse un ejemplar.
es autor del libro de relatos Fin de fiestas (Suburbano, 2014), además de crítico literario y miembro de la AECL (Asociación Española de Críticos Literarios). Escribe sobre arte y cultura para diferentes medios impresos y digitales. Forma parte del equipo editorial de Hermano Cerdo.
Muchas gracias. Un recorrido por la novela que incluso al propio autor le enseña aspectos nada irrelevantes. Ha sido muy hermoso leerlo.