Uno podría parafrasear a Conrad y decir: Toda América participó de su educación.
Ciertamente lo hizo Estados Unidos, donde nació, en Torrance, California, y donde se convirtió, primero, en un fiero y respetado peleador y, luego, en el villano por excelencia.
Y Tijuana, también, en cuyas calles su hermano Manuel sería asesinado con un tiro en la nuca. Apenas había dejado la báscula para su pelea número 27 en Forth Worth, Texas, cuando la noticia del asesinato alcanzó su habitación de hotel.
Sólo él -y otros pocos- pueden decir lo que significa subir al ring con la muerte a cuestas. Mancini creyó haber matado a un hombre y peleaba con la certeza de que cualquier cosa que lograra en el ring era una ganancia, para él y para el hombre que había matado. Al enterarse que el hombre vivía entonces el ring comenzó a darle miedo.
¿Es por eso que Margarito podía proferir que estaba dispuesto a dar la vida en el ring?
Esa noche en Texas subió al ring y no tuvo piedad de Robert West, como si al castigarlo castigara al hombre que pocas horas antes había privado de la vida a su hermano mayor. Su izquierda penetró una y otra vez en el cuerpo de su oponente hasta que este cayó adolorido y abrumado, como años después Kermit Cintron lo haría, apaleado por la misma zurda.
Cuando Bill Clinton hacía esfuerzos sobrehumanos para rescatar al país de la bancarrota, Margarito debutó a los 15 años contra José Trujillo. Era un muchacho delgado, alto para la división, de corte militar y un ligero bozo sobre el labio superior.
Al retirarse se había producido una transformación písquica y fisica. Tras su pavorosa derrota con Mosley la limpieza de su cuerpo se cubrió de símbolos (un pez Koi usado por muchas personas tras un momento difícil o para simbolizar el amor que se tiene hacia otra persona) del mismo modo que Cotto lo había hecho tras ser masacrado por sus puños. Para muchas personas tatuarse el cuerpo es una manera de proteger su psique.
Al anunciarse su pelea de revancha contra Miguel Cotto las gafas oscuras cubrían perennemente su mirada y la barba alborotada de su mentón lo había vuelto intimidante, diabólico.
Demostró, por lo menos, que no era realmente humano, o razonablemente humano, tras ofrecerse como sacrificio humano a fin de mantener la grandeza de Manny Pacquiao.
Entre aquellos años en que se le consideraba uno de los peleadores más temidos –evitado lo mismo por Mayweather que por Óscar de la Hoya- y los años en que encarnó la maldad misma, coleccionó varios cinturones del alfabeto y ganó varios millones de dólares.
Una noche el entrenador de su oponente opinó que el vendaje no era normal al tacto. Pidió que lo quitaran y al hacerlo un pedazo de venda aparentemente usado cayó al piso. Fue incautado para su investigación. Los peleadores tardaban en subir al ring. La gente creía que la demolición de Shane Mosley era segura. Pero quien subió al ring no fue ni el Margarito de antaño –el humilde y temido boxeador- ni el Margarito del futuro –el cínico y oscuro personaje. Al ring subió una sombra sobre la que planeaba una decisión. ¿Sabía Margarito lo que llevaba en las manos? ¿Fue Capetillo el único responsable? De cualquier manera la responsabilidad era obvia.
Aquella noche pudo haber repetido las palabras que dijo después de la victoria sobre West. “Mi cuerpo estaba ahí. Pero mi mente no”.
En retrospectiva su derrota ante Mosley, Paquiao y Cotto son veganzas para sus supuestas víctimas. Y desde su punto de vista pueden ser votos -pero votos millonarios- para pagar su pecado.
Margarito ha dejado tras sí un legado incierto. El joven que quería pelear para comer y proteger a su familia en Tijuana -sus hermanas y su esposa- escogió un camino recto y agotador. Pero luego encontró una encrucijada. Es ahí donde la historia se pierde. Ante sus propios ojos Margarito siempre será inocente pero el resto de nosotros nunca sabrá si el precio que pagó fue justo o no.
nació en 1979. Vive en la ciudad de México.
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