Guillermo Rigondeaux: de traidor a campeón.

Butler se la jugó en grande: invirtió toda su fortuna y credibilidad periodística en escribir un libro sobre el boxeador que ha sido considerado por HBO, ESPN, The New Yorker y otra larga lista de medios, como el más aburrido del planeta Tierra. No sólo eso: él, o su editor, o ambos quizás, eligieron un título que, si bien podría atraer al sector de los lectores que disfrutan de las telenovelas del Sueño Americano, posiblemente aleje a todos los que no, que son muchos. Vaya apuesta.

Felizmente para Butler –y para el lector–, cuando uno recorre las páginas del libro, este dista de ser una historia hollywoodense de “un hombre hacia la libertad” y se convierte, más bien, en dos cosas: un entrañable reportaje sobre el mundo boxístico de Cuba y Estados Unidos, con todo y su fauna –boxeadores legendarios como Teófilo Stevenson y Félix Savón, en Cuba, gangsters de Miami, extraficantes de cocaína, boxeadoras que trabajan en su tiempo libre en un table dance de EU– y un candoroso recuento de las peripecias por las que tiene que pasar un periodista novato –el propio Butler– para hacer la investigación que se transformará en el libro sobre Rigondeaux y en un documental sobre el boxeo cubano, Split Decision.

Esto no quiere decir que, en el libro de Butler, la historia de Guillermo Rigondeaux pase a un segundo plano. Los admiradores del boxeador cubano podrán sentirse satisfechos con el nítido retrato que de él hace Butler mientras lo acompaña en una parte de su largo recorrido hacia el estrellato, desde La Habana en 2007, cuando Rigondeaux se encuentra en una virtual reclusión doméstica por haber intentado desertar del equipo nacional durante los Panamericanos de Brasil, pasando por su huida a los Estados Unidos en 2009, hasta su épica pelea contra Nonito Donaire en 2013, cuando Rigondeaux unifica los títulos supergallo de la AMB y la OMB. O puede que los admiradores no se sientan tan satisfechos, después de todo. El libro de Butler se puede comparar con algunas biografías que, por el modo en que acumulan atributos oscuros sobre el biografiado apagan el deseo en el lector de toparse algún día con este por las calles. “Materialista”, “triste”, “amargo”, son algunos de los epítetos con los que Butler caracteriza la personalidad de un hombre cuya última aspiración es, simple y llanamente, dejar de ser un símbolo de congruencia en su madre patria –como lo fueran Teófilo Stevenson y Félix Savón– y convertirse en un individuo y en un boxeador profesional. Volviendo a los admiradores de Rigondeaux, si bien podrán sentirse defraudados ante el hecho de que su héroe no tenga ni el ingenio de Muhammad Alí, el don de gentes que ostenta Pacquiao, ni la divertida bravuconería de Zab Judah, sí que tiene la determinación para lanzarse de bruces, como lo dice Butler en su libro, hacia el abismo capitalista. Y deberían sentirse agradecidos, también, con el autor del libro, quien no sucumbe a la tentación de matizar el carácter unidimensional del protagonista de la historia; en vez, se apega al viejo principio periodístico de la objetividad y le entrega al lector el trazado preciso de un hombre que desea, como cualquier otro, recibir buen dinero por un trabajo que hace estupendamente bien. Un mérito adicional para Butler, haber escrito un libro impecable a pesar de no contar con un sujeto de estudio carismático como lo tuvo, pongamos, David Remnick al escribir King of the World, su ya clásico libro sobre Muhammad Alí.

Pero no hay que desanimarse. Si bien la suma de los rasgos de Rigondeux nos otorga un sujeto soso, nada parecido sucede con el resto de los personajes que figuran en el libro, comenzando con el mismísimo Butler, el personaje que resulta más atrayente por las agallas con las que pone en práctica su oficio periodístico, e incluyendo a otros protagonistas del medio boxístico, como Teófilo Stevenson, Félix Savón y Robert Arum. Con respecto a Butler, su atractivo como personaje radica en que ni las advertencias que le hacen los taxistas isleños sobre los riesgos de llevar a cabo entrevistas sin el aval del gobierno cubano, ni el ser seguido a todas horas en La Habana por hombres vestidos de negro le impiden entrevistar a la familia de un púgil desertor y, después, a varios boxeadores legendarios de Cuba; Butler tampoco se amedrenta cuando tiene que acompañar a Tijuana a Gary Hyde, representante de Rigondeaux, a una pelea del cubano en la cual estarían presentes un grupo de pistoleros cuyo objetivo era eliminar al mismísimo Hyde. Hay que insistir en el personaje de Butler porque, contrario a otros trabajos de reportaje investigativo en los que el periodista se diluye para dar altorrelieve a los hechos y personajes reporteados, aquí el periodista es una presencia constante y, para fortuna de todos, entrañable. Si este libro no es un melodrama ramplón sobre el sufrimiento de un hombre ante los abusos del régimen cubano y la industria del box estadunidense es, precisamente, por la vis comica con que Butler describe los hechos fortuitos que le suceden durante su casi improvisada investigación periodística –desde la casi surrealista entrevista que lleva a cabo con Teófilo Stevenson, hasta el errático encuentro en la arena Kid Chocolate con Félix Savón.

Y ahora volvamos al inicio de esta reseña. Si Butler se la jugó a favor del boxeador más aburrido del mundo es porque este boxeador es considerado, al mismo tiempo, el mejor del mundo, o por lo menos esa es la opinión de Freddy Roach, quien se ha referido a Rigondeaux como “el peleador más talentoso que haya visto”, y vaya si Roach ha visto boxeadores talentosos. Pero Freddy Roach es una voz perdida en el Aleph mediático del boxeo en el que, más bien, preponderan las saetas contra un estilo considerado excesivamente defensivo, como aquellas que lanzó The Ring al término de la pelea entre el cubano y Agbeko, en las que definía el encuentro como “otro aburrido seminario de boxeo”, o los comentarios de Jim Lampley de HBO durante el encontronazo entre Rigondeaux y Ricardo Córdoba, que señalaban que “culturalmente, no es aceptable que alguien se convierta en una estrella del boxeo peleando de ese modo”. Las mismas saetas son lanzadas, en forma de abucheos, por un público que paga por asistir a un espectáculo de boxeo fajador, ofensivo, rico en uppers, sangre y nocauts, y que se encrespa cuando asiste, en vez, a un despliegue de purismo técnico cuya premisa es “pegar y que no te peguen”. En este contexto, la apuesta de Butler parece ser en contra de ese mainstream mediático y a favor de un estilo de boxeo que otorga al deportista la libertad de llevar su técnica al grado más alto de perfeccionamiento y de belleza estética, al margen de las exigencias de aquellos que pagan por ver la pelea. Butler muestra ser un idealista en el sentido de que defiende un ideal de boxeo en el que lo que importa es el boxeo mismo y nada más, y no es de extrañar, pues, que haya escrito un libro sobre el otro gran idealista del boxeo, Guillermo Rigondeaux, el púgil que va de asalto en asalto dando cátedra de lo que es el mejor boxeo del mundo mientras recibe abucheos y mentadas de madre de un público sediento de triunfos por la vía del cloroformo.

Pero ya sabemos que este mundo no es de los idealistas, y mucho menos lo es el mundo del boxeo estadunidense. En su libro, Butler señala que el dilema al cual se enfrentan los boxeadores cubanos es: “Fidel Castro o Don King”. Guillermo Rigondeaux se inclinó por el segundo y huyó de Cuba en 2009. Ahora bien, si la vida de Rigondeaux hubiera terminado en el último capítulo del libro de Butler, aquel que describe el triunfo del cubano sobre Nonito Donaire, podríamos pensar que Rigondeaux hizo la elección correcta, pues saltó del anonimato a la fama y consiguió los tan anhelados reflectores, con todo y su recompensa monetaria. Pero si hacemos un epílogo al libro de Butler encontramos que  quizás Rigondeaux haya errado en su decisión. Ya dijimos que el mundo no es de los idealistas, y este idealista del boxeo pensó que se saldría con la suya desplegando un estilo técnico en la pelea contra Nonito, frente a las cámaras de HBO en el Radio City Music Hall de Nueva York, un escenario dedicado a espectáculos como los de los de Roberto Carlos o Billy Joel. No fue así. Si bien Rigondeaux triunfó por decisión unánime, volvió a acaparar los abucheos del público y logró que Bob Arum, su promotor y dueño de la poderosa promotora Top Rank, declarara que no tenía certeza sobre el futuro de su promocionado. Ese futuro llegó ocho meses más tarde con la pelea de Rigondeaux en contra del ghanés Joseph Agbeko, en el magno Boardwalk Hall de Atlantic City, transmitida como la pelea estelar de Top Rank y HBO Boxing After Dark. Aquella era la última oportunidad que la industria del boxeo le daba a Rigondeaux para redimirse, para ganarse al público y a sus promotores. No lo hizo. Rigondeaux, el idealista, bailó al ritmo de su propio estilo y, en vez de enviar a la lona en el primer asalto a un oponente que se asemejaba a un costal de papas, prefirió superarlo en puntos y ganarle por la vía de la decisión. Fue la gota que derramó el vaso.

El escarmiento de la industria del boxeo estadounidense por semejante acto de soberbia no pudo ser peor. La próxima pelea del cubano fue agendada por Bob Arum en el lejano Macao, en China, a donde no asistieron ni los pocos seguidores de Rigondeaux ni la prensa deportiva, y el rival elegido para Rigondeaux fue un total desconocido de apellido impronunciable: Sod Kokietgym. Más doloroso aún: la pelea fue sólo una preliminar y su transmisión fue diferida y por UniMás. No más HBO. No más mimos de la industria. Resulta curioso cómo, si el castigo que el gobierno cubano dio a Rigondeaux por su intento de deserción fue el aislamiento social, el castigo propinado por la industria del boxeo estadunidense consistió en el aislamiento mediático. Y es por eso que Butler es tan atinado cuando dice que el dilema Fidel Castro o Don King es una “Sophie’s Choice” para la mayoría de los púgiles, pues cualquiera que sea el camino elegido, conduce a un callejón sin salida. Es así como Rigondeaux se convierte en el Edipo moderno: se jugó todo para huir del anonimato al que lo tenían destinado en Cuba y terminó en… el anonimato. O por lo menos a eso está condenado ahora que HBO vetó sus peleas. ¿Cuánta gente habrá visto su pelea en contra de Kokietgym? Y no sólo porque esta no se transmitió por HBO sino porque el respetable público, aquel que llena las arenas y paga por ver las peleas de Pago por Evento, no aprecia que un boxeador pueda repartir leña sin recibirla a cambio. Y quiere, además, a un boxeador guapo, simpático y pendenciero que lo cautive con su personalidad al tiempo que sea capaz de fustigar con insultos ingeniosos a sus oponentes. Nada de esto lo tiene Rigondeaux. Lo guapo y lo simpático no lo va a obtener nunca, aunque sí podría dar un giro a su estilo técnico y defensivo y darle al público lo que quiere. Si lo hace en su próxima pelea, posiblemente desafíe al olvido mediático que le tienen deparado el mainstream del boxeo estadunidense. Ya lo hizo en la pelea contra Kokietgym, noqueándolo en el primer asalto. El mejor boxeador del mundo, pues, tendrá que repudiar el estilo que lo llevó a la cima para poderse mantener en ella. Averiguar si lo logra o no es suficiente incentivo para dar seguimiento a sus próximas peleas. El principal mérito del libro de Butler es haber narrado el camino que llevó a Rigondeaux a semejante encrucijada.

by Emilio Sánchez

es doctor en Literatura Hispánica por El Colegio de México. Ha publicado notas sobre pugilismo en Revista Esquina Boxeo y en la revista digital en línea Boxeo Mundial. Actualmente vive en Xalapa, Veracruz, donde divide su tiempo entre la escritura académica y creativa.

6 Replies to “Guillermo Rigondeaux: de traidor a campeón.”

  1. 3
    FLAVIO GONZALEZ

    Guillermo Rigondeaux es el mejor boxeador del mundo, ya que tiene técnica y pegada, algo que la gente no considera es que ya quedan pocos boxeadores con esa técnica.

  2. 5
    hola

    Como aficionado al boxeo de toda la vida y tras haber visto a Rigondeaux pensé que era el más grande boxeador que nunca ha pisado un cuadrilátero. Cuando vi con posterioridad años despues el comentario de Fredy Roach me dije …. ohhhh entiendo de boxeo. El boxeo es como la ciencia y las matemáticas… una multitud puede afirmar la respuesta que quiera, pero la correcta es la correcta y la única .. el mejor boxeador de la historia

  3. 6
    mk

    Sigue palante hermano tu has tenido batallas más duras el guaso Cuba te quiere y respeta somos de la tierra caliente de Maceo dios te bendiga mí hermano

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