An Unnecessary Woman

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¿Qué mejor manera podría haber de comenzar el año que acometiendo la traducción de una gran obra de la literatura mundial? La protagonista de An Unnecessary Woman [Una mujer innecesaria] es una traductora aficionada residente en Beirut que ronda los 72 años. A finales del año, cuando ha terminado de redactar a mano un proyecto de traducción que luego esconde con esmero en cajas de cartón, elige un nuevo proyecto.

La vida de Aaliya ha girado en torno a los libros desde que su marido, “el apático mosquito al que le fallaba la trompa” (p. 13, mi traducción), se divorciara de ella hace más de 50 años. Casada a los 16 años, cuando “mi país…aún trataba de zafarse del siglo XIV” (p. 14), trabajó durante décadas como dependienta en una librería de Beirut, de donde fue sacando a hurtadillas los innumerables volúmenes que ahora reposan en su pequeño y ajado apartamento, donde vive sola. Cuando se presenta al principio de la novela ante nosotros, sus lectores, acaba de teñirse el pelo azul por error, y se debate, tras haber concluido la traducción al árabe de Austerlitz de W.G. Sebald, en si acometer o no la enorme obra póstuma de Bolaño, 2666.

Aaliya solamente traduce obras que no hayan sido escritas originalmente en inglés o en francés, los dos idiomas que, aparte del árabe, domina con fluidez. El corpus de su obra como traductora cuenta con 37 títulos. Es decir, lo que hace es traducir a partir de traducciones ya publicadas en inglés y en francés, traducciones que nunca ha leído nadie.

De esta encantadora narración en primera persona que realiza Aaliya surgen múltiples historias acerca de las personas que jugaron algún papel significativo en la vida de esta señora tan atípica. Así, conocemos a  Ahmad, joven voluntarioso que un día se presenta en la librería buscando un libro (El conformista de Alberto Moravia) y que termina por convertirse en su ayudante de librero con tal de poder leer los volúmenes que Aaliya vende (o no vende). Tras el Septiembre Negro Ahmad encuentra en la tortura su vocación, y será entonces cuando Aaliya, mucho mayor que él, descubra el placer del sexo con él. También los numerosos miembros de su familia, en especial su madre y su medio hermano, forman parte de los recuerdos que Aaliya va desgranando. La narración (no me queda del todo claro que pueda decirse que haya una trama) fluctúa entre los larguísimos años de la guerra civil libanesa y la época actual en la que escribe Aaliya, y está salpicada de abundantes citas, referencias y anécdotas literarias.

Aaliya encarna la típica lectora imperecedera. En su solitaria vida le acompañan sin embargo nombres ilustres de la literatura, en la lectura atenta de libros que han logrado capturar a lo largo de los siglos el esencial caos que supone la vida, el misterio del ser humano, de autores como Tolstoi, Conrad, Faulkner, Kafka, Hemingway, Dostoievski, Calvino, Borges, Nabokov, Javier Marías, Saramago, David Malouf, Joseph Roth, Flaubert, Proust, Spinoza, Schopenhauer y Fernando Pessoa, entre muchos, muchos otros. También hacen acto de presencia compositores, pintores y hasta directores de cine, de cuyas vidas y obras Aaliya ha aprendido en algún momento algo que le sirve de consuelo o le da pie a la (auto)reflexión.

Pero posiblemente sea la historia de su amiga Hannah la que más nos acerque al corazón de Aaliya. Hannah, unos cuantos años mayor que Aaliya, debería haber formado parte de su familia, pero el infortunio se ceba en ella cuando el que cree que será su prometido, teniente del ejército libanés al que conoce en un taxi, fallece en un accidente. Durante años, Hannah y Aaliya comparten infinidad de cosas en una sociedad donde una mujer que pierda o sea abandonada por su marido se convierte en un “apéndice innecesario”. Gran parte del dolor que siente la traductora emana de la muerte de su amiga, muerte que no supo prever ni evitar.

El telón de fondo de esta deliciosa novela es siempre la ciudad natal de Alameddine, Beirut. Dice de ella Aaliya: “Beirut es la Elizabeth Taylor de las ciudades: chiflada, hermosa, cursi, arruinada, envejecida y siempre impregnada de drama. Se casará también con cualquier pretendiente obsesionado que le prometa una vida más acomodada, sin que le importe lo inadecuado que él sea.” (p. 88)

Rabih Alameddine crea en Aaliya un personaje singular y memorable, una anciana que puede resultarnos por momentos fastidiosa pero también enternecedora. Estoy seguro de que sus vecinas, a las que ella se refiere como “las tres brujas”, coincidirían en esa apreciación. Por otra parte, son constantes sus humorísticas ocurrencias, con las que de alguna manera logra enfrentarse al desgaste que le ocasionan la vejez, la soledad y el dolor por la pérdida de los seres queridos. De su posible locura, dice Aaliya: “Debo mencionar ahora que solamente porque durmiera con un AK-47 en lugar de un marido durante la guerra no me convierte en una loca.” (p. 26)

An Unnecessary Woman es también la historia de la entereza y el coraje con que una mujer toma conciencia de la necesidad de luchar por sobrevivir y aferrarse a la cordura en medio de la barbarie y la desesperación, inmersa por otra parte en una cultura que encasilla a la mujer en papeles secundarios. Aaliya parece conseguirlo aferrándose a la belleza que encuentra en la literatura universal, al tiempo que reconoce lo absurdo y lo fútil que puede resultar ser el arte en última instancia. Un personaje complejo y mordaz al que Alameddine dota de una elegancia epigramática heredada del mismísimo Ovidio.

by Jorge Salavert

nació en Valencia en 1964. Vive en Canberra, donde se dedica a la traducción y a la lectura. Escribe en el blog Notas Literarias,. Forma parte del equipo editorial de Hermano Cerdo.

One Reply to “An Unnecessary Woman”

  1. 1
    J. Salavert

    Una breve nota a la reseña anterior. El libro está ya publicado en español por Lumen bajo el extraño y engañoso título de La mujer de papel, en traducción de Gemma Rovira.
    Otro ejemplo más (y van…) del absurdo que las editoriales españolas provocan con la traducción de los títulos, a veces rayana en lo fraudulento.

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