Magma

Lars Iyer es un tipo muy inteligente y, además, escritor y profesor de filosofía en la Universidad de Newcastle, aunque quizás a él, según se puede suponer, con ironía, de la lectura de su primera novela, Magma[1. Título original Spurious en su edición anglosajona (publicada en 2011 por Melville House)] (Pálido Fuego, 2013), le hubiese gustado más ser matemático, místico o idiota, esto es, ser otra persona, en otro tiempo, en otro mundo. En Magma subyace el anhelo de que las cosas sean diferentes a como son. Lars Iyer desea lo que presiente como imposible. El escritor inglés lo explica con claridad en la siguiente cita [2.Cita extraída de una entrevista publicada el 6 de enero de 2012 en el magazine Full Stop y que viene transcrita en el dossier de prensa facilitado por la editorial Pálido Fuego en su página web.]:

Tengo el deseo de que se me reprenda, de que no se me permita salirme con la mía. El deseo de que el orden del mundo sea restaurado, aun cuando sé que aquél no puede ser restaurado. Éste, naturalmente, es en realidad el deseo de un mundo literario más antiguo, un mundo de tradiciones y seguridad del que me siento completamente distanciado.

Lars Iyer anhela lo que sabe que no acontecerá, un mundo distinto aunque ese mundo prescindiese de su novela (o mejor dicho, no la generase). En resumen: anhelar sin esperanza (que, dicho sea de paso, es la forma más inteligente de anhelar) puesto que no compromete, ni duele. La no realización del anhelo es esperado, casi exigido. Y sin embargo tiene sus contrapartidas, como ya veremos.

De esta manera, en la cita anterior, refiriéndose a la literatura, o más ampulosamente, a la “vida literaria”, Lars Iyer confiesa que desea que el orden del mundo sea restaurado, pero es consciente de la imposibilidad, además de la lejanía experimentada hacia la antigüedad desde este comienzo del tercer milenio. Por otra parte, si nos detenemos un instante vislumbraremos un nuevo problema…, porque ¿qué entiende Lars Iyer por restaurar el orden? Seguramente, algo distinto a lo que entiende Fulanito. O Menganito… O sea, ¿qué entendemos cada uno de nosotros por restaurar el orden, literariamente hablando? Por supuesto, habrá multitud de respuestas. Y, todavía, podríamos analizar la cuestión con mayor profundidad porque ¿realmente creemos que alguna vez existió un orden? En el Universo este concepto aún es imaginable, pero ¿en nuestro mundo, en la historia de la humanidad, y específicamente en la literatura, existió un orden alguna vez (condición indispensable para que ese orden pueda, o no, ser restaurado)? Dejemos la pregunta en el aire.

Pero centrémonos en la novela de Lars Iyer, Magma, publicada en España por la editorial malagueña Pálido Fuego el mes de febrero, y tratemos de desentrañar algunas de las claves de la obra, primera parte de una trilogía, que completan Dogma (2012) y Exodus (2013). En esa misma entrevista, antes aludida, sostiene el escritor inglés sobre los dos protagonistas de la novela, W. y Lars:

En Magma los personajes representan papeles de filósofos, pensadores y escritores igual que yo represento el papel de autor literario en mi incesante autopromoción. E igual que ellos nunca están del todo convencidos de su empeño, yo tampoco lo estoy del mío. Igual que ellos son hombres desfasados, que anhelan convertirse en filósofos de la Vieja Europa cuyo pensamiento formara parte de una rica tradición cultural aun cuando son conscientes de que nunca se convertirán en filósofos de la Vieja Europa, podría decirse que yo, también, anhelo anacrónicamente convertirme en un autor literario cuando tal rol pertenece al pasado. La época de los personajes de la Vieja Europa pasó. Por tanto, también, para mí, ha pasado la época de la literatura, y una de las formas en que este hecho se pone de manifiesto es en la necesidad de que hoy el autor se autopromocione.

Lars Iyer personifica en W. y Lars el anhelo que se sabe irrealizable, del que ya hemos hablado. El escritor desea un rol, el de «autor literario», que, en su opinión, ya no existe ni puede volver a existir; y consigue trasladar magistralmente esa sensación y esa idea a su novela por medio de la narración de diversos avatares de estos dos amigos, hombres dedicados a las letras, profesores ambos, escritores, que deambulan por este extraño tiempo en el que no se distingue con claridad lo que es cultura de lo que es un producto cultural, mientras anhelan anacrónicamente un rol que saben que es cosa del pasado, el de “filósofos de la Vieja Europa”. Magma aparece entonces como una obra que apela la sensibilidad del lector para aprehender lo esencial, es decir, esa atmósfera crispada por algo que ya fue y que no va a volver. Por algo que quedó atrás. Como explica Iyer:

Se trata en realidad de una sensación de nostalgia y duelo, que en última instancia es, naturalmente, de lo que trata en sí Magma.

[3.Cita extraída también de la entrevista ya mencionada (Full Stop, 6 de enero de 2012)]

No obstante la importancia de lo arriba mencionado por el autor, y que explica perfectamente el trasfondo que se percibe al leer la novela, un trasfondo de una tonalidad casi lúgubre que enfatiza los golpes de humor presentes en el libro (pues W. y Lars, de manera indirecta, forman un dúo cómico de autoagresión controlada que provoca, en ocasiones, auténticas carcajadas), en Magma, traducida por José Luis Amores, destacan otra serie de conceptos, que iremos desgranando, casi todos enraizados en la filosofía, de tal modo que la estructura se sostiene y adquiere cohesión al apoyarse en este ‘amor por la sabiduría’, aunque en estas páginas más bien se proclama, con bastante ironía, que la filosofía debe ser comprendida como enfermedad peligrosa, o como absurda aspiración humana.

En cualquier caso, tengan en cuenta esta recomendación: Magma es uno de esos libros de los que se ha de hablar con los amigos, uno de esos libros que si te lo guardas para ti mismo, si no compartes lo que te ha generado, podría suceder que no te dijera gran cosa. Una novela, en definitiva, que genera debate y opiniones muy personales. Una novela que genera amistad. De hecho, la amistad es indudable protagonista del libro. La amistad entre W. y Lars (el narrador y álter ego del escritor), por supuesto; dos amigos supuestamente atípicos que proporcionan páginas con momentos geniales. Y digo “supuestamente atípicos” porque, si uno se para a pensarlo, acaba viendo que la relación amistosa de W. y Lars es bastante común, sobre todo actualmente. En cierto párrafo, Lars compara su amistad con W. con la que tuvieron Emmanuel Levinas y Maurice Blanchot. En este ejercicio de recapitulación al que le insta su amigo, podemos ver bien a las claras cómo las cosas han cambiado, o mejor, cómo hemos cambiado a las cosas, porque no es defendible que las cosas cambien solas.

«Compara nuestra amistad», dice W., «con la de Levinas y Blanchot.» De su correspondencia, únicamente han sobrevivido un puñado de cartas. De la nuestra, que está formada por obscenidades y dibujos de pollas intercambiados por Microsoft Messenger, sobrevive todo, aunque no debería. De sus intercambios casi diarios, no se sabe casi nada; de nuestra amistad, se sabe casi todo, pues yo, como un idiota, la cuelgo toda en internet.

Como leemos, lejos de la gravedad de las misivas entre Levinas y Blanchot —la mayoría perdidas—, Lars y W. intercambian triviales mensajes en Messenger —que se guardan automáticamente—. Pero no solo intercambian ese tipo de correos, también se cuentan, vía mail, cómo van de salud, o hablan por teléfono para saber el uno del otro, dándose consejos o variadas pullas. Ya lo dijimos: amistad. Una amistad imperfecta, faltaría más, pero una amistad en toda regla. De libro. También se insultan (“W. me dice que mi estupidez es teológica”) y se burlan de sus idioteces y manías, muchas compartidas. Y beben, generalmente ginebra Plymouth. Y viajan juntos por Europa mientras se van dando cuenta de que el mundo en que viven se acaba:

«Estos son los últimos días», dice W. «Todo está acabado, todo es tan asqueroso», dice W., «sin embargo, estamos contentos, y ¿por qué motivo? Porque somos pueriles», dice. «Porque somos inanes. Eso nos salva», dice W., «aunque también nos condena.»

En estos periplos por Europa, en estas jornadas como «auténticos intelectuales” para dar conferencias en distintos lugares de la “Vieja Europa” (un pleonasmo, dicho sea de paso), es cuando observamos más patente el anhelo de los protagonistas de Magma, y el sinsentido que sufren, en consecuencia, por no creer posible lo que desean —ya advertimos que “anhelar sin esperanza” tenía contrapartidas—. De tal modo, se refugian en el alcohol y la comida, se refugian en el mesianismo (“Cualquiera podría ser el Mesías, dice W. El Mesías podría ser yo, dice un comentarista del Talmud”), se refugian buscando líderes a quien seguir, a quien idolatrar, como Béla Tarr, el director húngaro nacido en 1955 que realizó su primera película a la edad de dieciséis años.

¡Deberíamos enviarle el dinero a Béla Tarr! ¡Enviárselo todo! Béla Tarr es nuestro líder. ¿Cuánto tiempo llevamos esperando un líder? Y allí está él, trabajando en Hungría, en la meseta central, a gran distancia de nosotros. No hay duda de que sus productores le habrán abandonado. No hay duda de que habrá perdido otro cámara… Estamos de acuerdo: él necesita nuestro apoyo, y nosotros necesitamos su liderazgo.

O como Kafka. Mejor dicho, sobre todo Kafka, el genial escritor, una especie de Dios literario para W. y Lars.

Kafka fue siempre nuestro modelo, admitimos. ¿Cómo es posible que un ser humano pudiera escribir así?, dice W. una y otra vez. Siempre lo dice cuando acaba la noche, después de que hayamos bebido muchísimo y estemos a cielo abierto, y sea posible hablar de las cuestiones más importantes.

Y, fundamentalmente, se refugian en la amistad, aunque creemos que ni ellos mismos se dan cuenta. Una amistad que es ridiculizada a menudo por los dos protagonistas, a veces con vehemencia. Pero una amistad sin la cual no sería posible, pues no se sustentaría, la novela. De hecho, Magma reposa siempre en esta meseta, la amistad, infinita en cierto modo. La amistad que vincula a W. y a Lars, y que los salva. Los salva del barro y la lluvia de Béla Tarr, de la humedad doméstica que nadie puede explicar, del fracaso e incluso de la literatura y de la estupidez.

«¿Qué significa la amistad para ti, en realidad?», pregunta W. «¿Te ves apto para ella? ¿Crees que alguna vez has sido amigo de alguien? ¿Puedes siquiera concebir lo que podría significar ser amigo de alguien?»: estas cuestiones se le cruzan por la cabeza constantemente, dice W., mientras que sabe que por la mía no.
La amistad ejerce las más altas demandas sobre él, dice W. Es una especie de prueba. Es la única posibilidad de que dispone, la amistad, dice W.; ésta y el amor. El amor y la amistad son las únicas cosas que podrían redimirle, dice W. «¿Y tú?», dice. «¿Cómo te redimirás? ¿Qué vas a hacer para arrepentirte de tu miserable existencia?».

La amistad como antídoto al apocalipsis, al final de los tiempos, que también cohesiona la novela. No parece, en un primer momento, que W. y Lars puedan escapar a ese final del mundo, a su fracaso, nada menos. En este punto hay que considerar que Magma es el primer de los tres pilares con las que el escritor sustenta su teoría sobre la “vida literaria” y que pecaríamos de incautos si quisiésemos abarcar con el primer libro lo que el autor ha ido diseminado en tres (esperemos, por tanto, que se publiquen pronto en español las dos restantes partes de la trilogía; o decantarse por leerlas en inglés, quien pueda, claro).

Por otra parte, en Magma asoman ya algunas de las ideas que luego se sintetizan en frases demoledoras que construyen párrafos de gran efecto como los que componen Desnudo en la bañera, asomado al abismo (Manifiesto literario tras el fin de la literatura y los manifiestos), un texto publicado por Iyer en 2012 que gozó de un considerable alcance. En este manifiesto Iyer escribe: “Decir que la Literatura ha muerto es a la vez empíricamente falso e intuitivamente cierto.” Y sin remedio de continuidad, se lanza a profundizar en esa intuición, llevando el pensamiento más lejos, o más cerca, en realidad, pues trata de aproximarse mediante sus reflexiones y argumentaciones al punto central del manifiesto: el final, o no, de la Literatura. Son de gran interés las opiniones vertidas en este texto sobre El mal de Montano, de Enrique Vila-Matas y Los detectives salvajes, de Roberto Bolaño. Ambas obras son analizadas por Iyer ya que ejemplifican casos en los que la literatura se enfrenta a su propia muerte y pervive. También describe ciertos aspectos de algunos libros de Thomas Bernhard, con los que introduce en la disertación, principalmente, el tema del fracaso a la que parece abocado quien se dedique a la creación artística, la literatura en especial. El fracaso y el absurdo.

Magma se nutre de todo este trasfondo filosófico y literario. Así, en Magma se reconocen las huellas de Vila-Matas, Bolaño y Bernhard. También de Samuel Beckett. Pero se reconocen asimismo la influencia de pensadores como Franz Rosenzweig, Friedrich Schelling y Hermann Cohen. Y de estudiosos de la mística judía, Gershom Scholem especialmente. Es un tema recurrente en esta novela la espera del Mesías. Y lo apocalíptico. Magma se puede leer como un libro filosófico, en cierta medida. La trama, lo que pasa, el argumento, es prácticamente inexistente, o sea que ‘pasar, lo que se dice pasar, no pasa nada’. Y, no obstante, pasan muchas cosas, pero están soterradas, o mejor dicho, aparecen solo en el interior, en donde se cocina el libro, en donde no es posible atisbar desde afuera. Curiosamente, lo mismo acontece en Magma con la misteriosa humedad. Sin motivo aparente esta humedad ataca la casa de Lars, convirtiendo el interior de la vivienda en un lugar, en ocasiones, prácticamente inhabitable, con un aire viciado de esporas de moho y de olor insoportable. Lars llega a temer que la estructura colapse, que se derrumben los muros. Por momentos parece una humedad imparable, de la que los expertos no pueden asegurar nada porque no consiguen averiguar de dónde viene. Lars convive con ella, y W. se interesa por cómo evoluciona y le da consejos sobre el mejor modo de vencerla. Pero la humedad continúa y adquiere su mayor virulencia en la cocina, en lo más íntimo de la casa.

La humedad, le digo a W. Ese es mi apocalipsis. ¿Sabe que en mi techo están creciendo setas? ¿Sabe que se agrupan en la esquina superior más alejada de la cocina? Antes me estremecía, le cuento a W. Antes lo detestaba, Pero ahora…
La humedad me fascina, le cuento a W. No puedo evitarlo. Salgo afuera otra vez, a la cocina, al baño. Pongo la mano sobre la pared pegajosa. La humedad me llama. La humedad quiere tener un testigo. ¿Y quién soy yo sino el que la ve y la toca? ¿Quién soy yo sino el que tiene esporas en los pulmones?

No existe solución sencilla para terminar con la humedad porque que no reacciona con mucha lógica ante los condicionantes externos que aplican los técnicos que Lars consulta y contrata. No obstante, Lars confía en que vendrán días más cálidos, soleados, para frenar este ataque desde dentro, y misterioso, que pudre sus paredes. Un anhelo, en definitiva. El arribo del calor, la luz, el sol. Pero esta vez sí nos deja ver el autor, Lars Iyer, que su álter ego, Lars, piensa que es factible esta consecución. Que es un anhelo con esperanza, en resumen, pues subyace la voluntad de no ocultar nada, de sacar a la luz todo lo que hay en el interior para que no se pudra dentro. De este modo, la humedad terminará desapareciendo ya que el verano y el sol llegarán indefectiblemente. La estructura no se derrumbará. No hay final, por tanto. El apocalipsis, el final del mundo, lleva en su seno un nuevo principio.

Todo, bajo cierta luz, es literatura.

Pero ¿durante cuánto? Creo que se acercan días más cálidos, le digo a W., aunque hoy estábamos bajo cero, y había algunos copos de nieve en el aire. Días más cálidos y la honestidad del sol, que hará que todo se seque. Y si no puedo coger la pared para darle la vuelta, para volverlas del revés, para que ya no haya más secretos, para que nada permanezca oculto, todavía quedará la lenta penetración del sol, parsimoniosa, sobre el muro exterior, el enlucido y el sin enlucir. Y un día será verano, también, en mi cocina.

by Estanislao M. Orozco

es ingeniero civil de profesión. Colabora en las revistas Manual de Uso Cultural (Málaga) y Rocinante (Quito), ambas editadas en papel; así como en Revista de Letras, suplemento literario de LaVanguardia.com (Barcelona). Ha publicado relatos en las revistas digitales Palabras Malditas, Cinosargo, Pliego Suelto y Palabras Diversas.

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