Para el editor:
Hubo un tiempo en que la gente inteligente usaba la literatura para pensar. Ese tiempo se está acabando. Durante las décadas de la Guerra Fría, en la Unión Soviética y en sus satélites orientales europeos, los expulsados de la literatura fueron los escritores serios; ahora, en América, es la literatura la expulsada de tener una influencia sobre cómo es percibida la vida. Los usos predominantes de la literatura en las páginas culturales de los iluminados periódicos y en los departamentos de inglés de las universidades son tan destructivamente contrarios a los fines de la escritura de ficción como lo es la recompensa que la literatura brinda a un lector de mente abierta, y tanto que sería mejor si la literatura no tuviera más ningún uso público.
El periodismo cultural de su diario, entre más amplio peor se pone. Tan pronto se entra en las implicaciones ideológicas y la reducción biográfica del periodismo cultural, la esencia del artefacto se pierde. Vuestro periodismo cultural es un tabloide de chismes encubierto en un interés por “las artes”, y todo lo que éste toca se contrae en lo que no es en verdad. ¿Quién es la celebridad? ¿Cuál es el precio? ¿Cuál es el escándalo? ¿Qué transgresión ha cometido el escritor? Y no una transgresión contra las exigencias estéticas literarias; sí contra su hijo o hija, madre, padre, esposa, amante, amigo, editor o mascota. Sin una sola idea sobre lo que es innatamente transgresivo en la ficción literaria, el periodismo cultural está siempre atento de falsas cuestiones éticas: ¿Tenía el escritor derecho a bla bla bla? Este periodismo es hipersensible a la invasión de la privacidad hecha por la literatura durante el milenio, mientras se dedica maniáticamente a exponer en impreso, sin ficción, cuál privacidad ha sido invadida y cómo ha sido invadida. Impacta ver el cariño que tienen los periodistas culturales por las barreras de la privacidad cuando se trata de una novela.
Ya que los primeros relatos de Hemingway fueron situados en la parte alta de la península de Michigan, su periodista cultural va entonces allá y busca los nombres de los nativos sobre los que se dice sirvieron de modelo para los personajes de sus cuentos. Sorpresa de sorpresas, ellos o sus descendientes se sienten mal servidos por Hemingway. Tales sentimientos, injustificables o pueriles o completos embustes como tal vez lo sean, son tomados con mayor seriedad que la ficción porque es más fácil hablar de eso para su periodista cultural que de ficción. La integridad del informante del periodista nunca se cuestiona, sólo se cuestiona la integridad del escritor. El escritor trabaja en soledad por años hasta el final, pone todo de sí en riesgo por la escritura, revisa cada frase sesenta y dos veces, y todo es sin ningún tipo de invalidación de la conciencia literaria, entendimiento o meta.
Todo lo construido por el escritor meticulosamente, frase a frase y detalle a detalle, es un ardid, una mentira. El escritor no tiene un motivo literario. Todo interés de representación de la realidad es nulo. Los motivos que guían al escritor son siempre personales y generalmente bajos.
Saber esto viene a ser un alivio, pues resulta que los escritores no son superiores al resto de nosotros, como pretenden ser -son además peores que el resto de la gente. ¡Esos terribles genios!
La forma en que la ficción seria evita parafrasear o describir -requiriendo esto pensar- es una molestia para su periodista cultural. Sólo sus fuentes imaginadas han de ser tenidas en cuenta, sólo esa ficción, la perezosa ficción de ese periodista. La naturaleza original de la imaginación en esos primeros cuentos de Hemingway (una imaginación que con un puñado de páginas transformó los cuentos y la prosa americanos) es incomprensible para su periodista cultural, cuya forma de escribir convierte nuestras honestas palabras inglesas en un sinsentido. Si uno dijera a un periodista cultural: “Mire nada más dentro de la historia”, él no tendría una sola que decir. ¿Imaginación? No hay imaginación. ¿Literatura? No hay literatura. Todas las partes exquisitas -incluso las que no lo son tanto- desaparecen, y solo quedan estas personas con sentimientos heridos por lo que Hemingway les hizo.
¿Tenía Hemingway derecho a …? ¿Tiene cualquier autor el derecho a …? Vandalismo cultural sensacionalista para mostrar la responsabilidad de la devoción del periódico a “las artes”.
Si tuviera algo parecido al poder de Stalin, no lo desperdiciaría en silenciar a los escritores imaginativos. Silenciaría a aquellos que escriben sobre los escritores imaginativos. Prohibiría toda discusión pública de literatura en periódicos, revistas y suplementos académicos. Suspendería la enseñanza de literatura en todos los cursos de primaria, secundaria y en las universidades en todo el país. Vetaría a los grupos de lectura y el cotorreo de libros en Internet y haría vigilar las librerías para asegurar que ningún empleado hablara a ningún cliente de libros ni que los clientes se atrevieran a hablar entre ellos. Dejaría a los lectores solos con los libros, para que hicieran lo que quisieran con ellos por su propia cuenta. Haría esto por tantos siglos como fuera necesario para desintoxicar a la sociedad de su veneno sin sentido.
fue la amante de E.I. Lonoff, el primer héroe literario de Nathan Zuckerman.
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