Desde el momento de su muerte Salvador Sánchez ha vivido en más universos paralelos de los que son obligados para un difunto. En este universo ha triunfado sobre Alexis Argüello, convirtiéndose en una leyenda a los 23 años de edad. En otro le ha dado, para su beneficio mental, una revancha a Wilfredo Gómez, y lo ha batido por segunda ocasión. En aquel otro Eusebio Pedroza es un digno rival pero no lo suficiente para lograr que el muchacho del Estado de México logre la unificación de los pesos plumas. En otro más victorias sobre McGuigan, Bobby Chacón y Bazooka Limón lo convierten en el rey indiscutible de los pluma y dan lugar a la gran pelea entre mexicanos, Salvador Sánchez vs. Rubén Olivares. Y puesto que su cuerpo seguía desarrollándose, ¿habría subido al mundo de los ligeros para retar a las bestias que reinaban en la década de 1980? Sus propios planes contemplaban dos peleas más, la ya pactada con Juan Laporte para el 15 de septiembre, y una más a realizarse en diciembre; y luego el retiro. Su sueño era educarse, convertirse en doctor.
Sánchez no tuvo tiempo de convertirse en el personaje de una mala novela sobre boxeo. Quizá iba por el mismo camino, Manejando en su porsche a altas horas de la noche, rebasando autos en la semi oscuridad. ¿Cómo saberlo? Tenía 23 años y un mundo nuevo y pasmoso se abría ante sus ojos. Apenas unas semanas antes había hecho su décima defensa ante un aguerrido Azumah Nelson y los nombres de sus futuros oponentes comenzaban ya a barajarse. Al conseguir la oportunidad de pelear por el campeonato contra Danny López la gente preguntaba ¿Salvador who? Y poco más de dos años después (¿quién, hoy día, lleva a cabo diez defensas contra oponentes de primera en un periodo tan corto?) se había convertido en el ídolo que tanto se necesitaba tras la debacle de figuras como Rubén Olivares, Carlos Zárate, Miguel Canto y Alfonso Zamora.
Pero aquel jueves 12 de agosto de 1982 la gente se reunió a las afueras de la morgue de Querétaro, donde un helicóptero había llevado el cuerpo de un hombre, al parecer Salvador Sánchez. Ismael Sánchez, policía de caminos y primo de Sal, fue quien avisó del accidente. Un Porsche modelo 1981, una camioneta Ford y un camión que transportaba dos tractores, habían sido los vehiculos accidentados. Al parecer el Porsche chocó con la parte trasera del camión, motivando el accidente y provocando la muerte instantánea del joven conductor.
Eso sucedió hace 30 años y sin embargo los habitantes de Santiago Tianguistenco lo recuerdan como si fuera ayer, incluso si aún estaban por nacer y conocer la historia de Sal. Alzan la vista y contemplan la estatua casi infantil, como de papel maché, que mira hacia la Catedral y en la que han quedado grabadas diez estrellas que representan las diez defensas de su campeonato pluma.
Porque si algo debemos recordar de Salvador Sánchez es que su carrera no fue un engaño. Y si uno se anima a compararla aplicando los estándares de hoy comprenderá que sus logros son más asombrosos todavía. Al arribar a Phoenix para enfrentar a López no era un rostro conocido entre los aficionados mundiales y ni siquiera contaba con un récord invicto. Nadie sabía lo que iba a pasar y cuando pasó tan sólo fueron dos años de gloria. Y por sólo esos dos años de gloria la gente ha continuado, durante tres décadas, rindiendo homenaje a un muchacho de 23 años.
Sí, Sánchez ha vivido en la mente de muchas personas, a veces como una gran posibilidad, como un gran “hubiera” que nunca tendrá una respuesta definitiva. Y sus oponentes, sus contemporáneos, miran hacia atrás con desconcierto, incluso con envidia. Son hombres viejos, de nudillos destrozados por el tiempo y los golpes, que cada año contemplan la tumba de un hombre que, a diferencia de ellos, permanecerá joven por siempre.
nació en 1979. Vive en la ciudad de México.
Desde chavo he oído hablar de Salvador Sánchez, las mismas posibilidades, el mismo regusto necesario en torno a lo que pudo ser. Y cómo no recordarlo, era uno de los buenos; los mitos duelen como agujas clavas bajo las uñas y no hay de otra que desprenderlas a punta de nostalgia.
Texto refrescante sobre el box y sus ánimas.
Gracias, Rogelio
SALVE AL ENORME SAL SÁNCHEZ!!!