Este martes 15 de mayo el escritor Carlos Fuentes murió en la Ciudad de México. Durante los últimos años su presencia pública y artística fue una voz en off que con mayor o menor efecto se pronunció sobre los muchos problemas que aquejaban a México y, a veces, al mundo. Después de haber creado obras formalmente renovadoras en las décadas de 1960 y 1970, sus últimos libros produjeron una opinión crítica de extremos, y su candidatura al Nobel, si una vez sólida entre los tahúres, comenzó a desdibujarse en el contexto de una época que no tenía ya mucho tiempo para procesar la visión y el oficio que Fuentes ofreció con cada una de sus novelas.
Como pocos escritores (Philip Roth, por ejemplo) Fuentes fue capaz de estructurar su obra literaria en un gran panorama, «La edad del tiempo», lo llamó, con el cual quiso iluminar buena parte de la historia del siglo XX mexicano. Es el tiempo un motivo central de su obra, el tiempo histórico que rebasa a las generaciones para convertirse en proceso histórico irreversible, y el tiempo íntimo que, al contrario, es capaz de volver y echar luz sobre lo aparentemente sólido de la Historia.
Fuentes escribió docenas de libros pero su primera época como narrador es la que sin duda ha dejado la huella más honda entre sus lectores. Es fácil olvidar que Los días enmascarados, La región más transparente del aire, Aura y La muerte de Artemio de Cruz son obras no del escritor maduro y venerado en medio mundo que solemos ver en fotografías, sino de un joven escritor que en nuestra época podría ser todavía candidato a recibir una beca del Fonca.
Así, ficcionalizó el redescubrimiento de lo mexicano, el arribo y posterior debacle del poder revolucionario y la pretendida modernidad mexicana.
A esta época continuó una que se movió entre una suerte de costumbrismo a la Fuentes (Cumpleaños, La cabeza de la hidra, Una familia mexicana) y una vena experimental y ambiciosa (Cambio de piel, Terra Nostra) que concluyó en Gringo viejo, Cristóbal Nonato y el premio Cervantes de literatura. Y pagó un precio.
Apenas recibido el Cervantes, Enrique Krauze escribió en Vuelta un amplio ensayo con el que buscó desmentir la esencia mexicana de Fuentes. Visto a la distancia dicho ensayo queda menos como un ejercicio crítico que como un documento de admirable retórica cuyo fin era desprestigiar la autoridad que el novelista pudiera tener sobre «lo mexicano». Mi impresión es que hoy en día nadie lee ese ensayo como una lectura crítica literaria de la obra de Fuentes sino como un ensayo que documenta las guerras culturales entre la inteligencia reunida alrededor de Vuelta y Carlos Fuentes.
En aquel ensayo Krauze parecía reprochar a Fuentes no comportarse como un historiador, capaz de encontrar la «verdad histórica», lo que sea que ello signifique. «La comedia mexicana de Carlos Fuentes» es además el magnífico documento retórico que he dicho porque convierte la capacidad o incapacidad literaria de Fuentes en un asunto moral. Y cuando esa transubstanciación ha sucedido, descalificar una obra literaria se convierte en un juego de niños.
Si Fuentes fue o no capaz de interpretar artísticamente la realidad mexicana, es un tema que podría resolverse literariamente, explicando las contradicciones internas en su obra. A fin de cuentas es un tema que por increíble que parezca aún no se ha podido resolver. Juan Villoro o Jorge Volpi, por nombrar a dos escritores reconocidos de la actualidad, se han visto embrollados en el mismo dilema a pesar de contar con la educación sentimental mexicana que Krauze le niega a Fuentes (“un gringo niño de origen mexicano nacido en el lugar donde la historia y la geografía han dejado, en verdad, una cicatriz: Panamá”).
No sabemos si literariamente el tiempo será benevolente con la obra de Fuentes. ¿A quién le importa, además? Lo que sí resulta irónico es que las palabras con las que Krauze comienza su famoso ensayo suenan en efecto a una muy buena radiografía, pero del mismo Krauze:
Mi desencuentro de lector con Carlos Fuentes ocurrió en 1971. Aunque en los años sesenta había admirado sus cuentos y novelas, luego de los asesinatos masivos de Tlatelolco y el Jueves de Corpus la fe estatista de Tiempo mexicano comenzó a desconcertarme. No entendía el mal uso que Fuentes hacía de la historia, sus trampas verbales, la prisa e imprecisión de sus juicios ni la facilidad y autocomplacencia de sus indignaciones. No entendía su modo de abordar la realidad ni justificaba, en suma, su actitud intelectual.
Uno puede desencontrarse con la obra de un escritor por muchas razones. Pero cuando estas razones son de índole moral y política entonces ya no nos encontramos en el juego de la literatura sino en el juego del poder.
En 2012 nos hemos percatado de la valía de Fuentes al verlo partir. En sus últimas obras intentó ser joven otra vez y probablemente no lo consiguió. Pero ha muerto siendo todavía un escritor honesto consigo mismo, un perenne crítico del sistema y de los actores políticos mexicanos y alguien que no abusó de su poder para imponer agendas culturales y políticas. Algo, por supuesto, que no se puede decir de todas las buenas conciencias morales de nuestro gran país.
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Más información:
El País (Sergio González Rodríguez, Carmen Balcells, Sergio Ramírez, Julio Ortega, Mario Vargas Llosa, Martín Caparrós)
The New York Times
The Washington Post
The Guardian
Revista Ñ
Proceso
Jorge Volpi
Julián Herbert
nació en 1979. Vive en la ciudad de México.
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Era un gran autor, y se siente su pérdida. Siempre me quedará grabada en la memoria la extraña sensación de zozobra que me causó ‘Chac Mool’ cuando lo leí por vez primera. Un gran cuento.
«Apareció un indio amarillo, en bata de casa, con bufanda. Su aspecto no podía ser más repulsivo; despedía un olor a loción barata, quería cubrir las arrugas con la cara polveada; tenía la boca embarrada de lápiz labial mal aplicado, y el pelo daba la impresión de estar teñido.»
Siento todas las muertes de personas buenas y creo que lo era como tal.
Ahora bien, como escritor me parece tan limitado y localista que da pereza volver una y otra vez leyéndolo.
En definitiva, que para un rato.
Su aspecto de mujeriego chulazo empedernido tampoco ayuda a tomar interés por su trayectoria aunque tan desgraciado fue y tantas desgracias vivió que con creces pagó lo que a otros hizo sufrir.
Por otro lado, se trataba de un burgués en un mundo de paupérrimos ciudadanos, peligrosos colectivos y, claro, se marchó en cuanto pudo. Suele pasar en Suramérica.
Que descanse en paz y saludos para todos.
Dressank, pues personalmente no me obsesiono nunca con el aspecto externo de los creadores. De hecho, uno podría leer miles de libros sin ver la cara de su autor y aun así, formarse un juicio sobre la calidad de su literatura, no sobre su pinta.
Es muy socorrido atacar a los muertos y no hacerlo mientras viven. En mi opinión, la obra de Carlos Fuentes no es para nada localista (se ha traducido a muchos idiomas, y esa es una señal indiscutible de que llega a otras partes), y sobre limitaciones, ¿quién no las tiene?
Un cordial saludo.
Hola Grieving father,
la independencia de la creación de un artista o intelectual con respecto a su ética personal y su comportamiento humano es una discusión eterna y queda muy éticamente e intelectualmente correcto decir «no, es la obra la que hay que valorar tan solo». A mi ver, bastante hipócrita. Yo, personalmente, ni nadie a mi entender, sería capaz de, por poner un ejemplo límite, valorar independientemente a Hitler de cualquier tipo de literatura o libro que hubiera escrito o cuadro pintado (que los tuvo), algo así como ¿Que tiene que ver que fuera un H.de P. y se cargara a millones de personas?-bellísimo y de gran calidad lo que hace-.
Pero, claro…allá cada cual. No daría yo de comer a ese h.de p. comprando sus obras, francamente.
El caso de Carlos Fuentes, diferente por completo, es un caso a admirar por un lado y a ignorar por otro dependiendo de los gustos. Su aspecto, bueno, su aspecto era extraordinariamente occidental y su educación y formas también pero, claro, de decir, o querer decir, que el mexicanismo es él… pues no, siendo como es México y como era él, en tal medida, que siempre que podía vivía fuera de ese país e, incluso, en Europa va a ser enterrado.
Y muchos artistas y escritores burguerse y pudientes actúan igual, igual, igual. Mucho nacionalismo, pero lejos, lejos…
Espero me comprenda aunque no que esté de acuerdo.
Un placer cambiar impresiones con Vd.
Más saludos.
Hola Dressank, un gusto poder entablar una buena conversación contigo. Digamos que no termino de comprender qué tiene de hipócrita basar la evaluación que uno haga de un creador en atención a sus obras y no tomar en cuenta su apariencia física. Yo no mencioné para nada los actos ni las expresiones de índole política de dichos creadores. El ejemplo al que haces referencia, el del bigotudo austriaco sexualmente frustrado, que luego se ensañó con vascos (a petición de Franco, otro frustrado), gitanos, judíos y otras etnias que él (manda huevos la cosa) consideraba inferiores, pienso que no podría ser menos acertado.
Respecto a tus observaciones sobre los escritores burgueses y adinerados iberoamericanos, ni entro ni salgo. Solamente me viene a la cabeza un aforismo, cuya autoría no recuerdo: «El nacionalismo es el último refugio de los canallas».
Un saludo,
J.S.
Quise decir intelectuales burgueses suramericanos, por supuesto. Y no le doy nombres porque son muchos y sobradamente conocidos e, incluso, cambian sus nacionalidades y tal… eso sí, nacionalistas a tope. jajajaja. Lo siento, otro saludo.
Lo siento, usted toma la parte por el todo. Desconozco por qué. Lo siento de veras pero creo que ambos sabemos a lo que nos referimos uno y otro.
En lo de “El nacionalismo es el último refugio de los canallas” no puedo estar más de acuerdo y por eso precisamente, entre otras razones, a los creadores a los que aludo, suramericanos, les considero bastante cercanos a tal calificativo en cierta medida, sobre todo si, además de serlo, huyen de sus países y sus culturas.
En fin, repito, es bastante común y es una verdadera pena.
Saludos.