Dormir en el lugar de las trincheras, pero en paz, bajo las estrellas, sin que nada explote. Con una especie de sabiduría etílica se van hilando los poemas: volver con amigos excombatientes a tomar las islas, literalmente, con wisky y buenos vinos. Reencontrarse con kelpers, conocer a soldados ingleses que volvieron por el mismo motivo, y dejar que el alcohol devele la hermandad.
Esa es la descripción pacifista que hace Pedro Mairal en la introducción de Brilla tú, borracho loco, de Hugo Emilio Sánchez, excombatiente de Malvinas, que, editado por Garrincha Club, pequeño emprendimiento editorial porteño, vuelca sus vivencias de la guerra y de su regreso en «paz» a la Isla Soledad (Malvinas), en algo que yo, antes que definirlo como poesía, lo llamaría prosa cortada.
Pero antes de seguir tengo que bardear un poco a Mairal, porque su lectura de Brilla tú… es demasiado literal, acaso excesivamente moderna y drogada desde el punto de vista cultural. Allí donde él observa «sabiduría etílica», más «alcohol» asociado con «hermandad», yo más bien veo que solo borracho, solo con el coraje artificioso que propina el alcohol, se puede rememorar la guerra y creer en la falsa paz impuesta por un imperio colonial. Para el excombatiente, la solemnidad en las islas, al cabo de tres décadas de la guerra, podría ser un elemento demasiado peligroso. Mi argumentación tiene sustento en
El alcohol es el idioma universal / ebria la gente se entiende,
y también nomás al principio, cuando Sánchez escribe:
me siento de espalda / al tele que puse en mute / para ver los mismos documentales abrilescos / treinta años pudren / me rompe las bolas / el silencio la umbrella / la pesca el petróleo / la ridícula autodeterminación / y la agenda de estado.
Porque el recuerdo, si se lo toma con solemnidad, duele:
el nono pipo tony y huguito [que es Sánchez] / en posición fetal / contra las piedras,
esperando el ataque final.
Mejor en definitiva parece, apelar a la libre asociación y lanzar:
Nací el 14 de abril de 1962 / llegué a las islas el 14 de abril de 1982 / regresé a las islas el 14 de abril de 2009 / en la puerta de mi casa hay un palo borracho / en el interior de mi casa estoy borracho / escribiendo / lo que sospecho será / el poema 14,
donde la cifra, al menos en la Argentina, para los ludópatas y no tanto, como así también para los que sueñan con ese número, tiene una única simbología: el borracho.
Por supuesto, el borracho también es Galtieri, en 1982 presidente de facto de los argentinos. Y entre esos borrachos también hay, según Sánchez, cagones, que son los que se muestran como quienes la tienen más larga, pero que a la hora de los bifes rajan como maricas sin que sus priapescas vergas se les enreden entre las piernas.
Escribe bien Sánchez, carajo.
Pero el volumen de Garrincha Club es todavía más novedoso. Porque si de un lado, de una tapa, está Sánchez, del otro se encuentra lo escrito por un excombatiente inglés, que escribe bajo seudónimo (cosa que lo hace un poco fantasmal, poco verídico, pero eso no interesa). Se hace llamar James Love y el libro que escribe dentro del libro se titula Qué dirán de mí, eh, Inglaterra.
Según dice el señor Amor, nació en Glasgow en el 55 y sirvió en las Malvinas a su majestad, la vicaria de Satán, entre mayo y junio de 1982. Ahora, también dice, es empleado del Ministerio de Defensa inglés y trabaja en la Escuela Real de Artillería, en Wiltshire.
Love acusa padecer de estrés postraumático, herencia de haber estado en la guerra. Love está triste, triste está Love.
Frío, / asustado y solo, / perdido en las sábanas de la oscuridad, / mi vida se filtra lentamente por las heridas. / ¿Dónde estarán ahora mis compañeros? / ¿Quién vendrá ahora a consolarme?
Parece Job en su peor momento. Donde las islas son la ballena que se tragó a Jonás. Una ensalada bíblica, sí. De hecho, a diferencia de Sánchez, lo que el señor Amor nacido en Escocia escribe suena a versículo bíblico, donde la inconexión narrativa poco importa, porque el significado es siempre el mismo: la muerte, la guerra, la muerte otra vez. A las pruebas me remito:
Acá no hay muertes de película / solo la cruel y fría realidad. / ¿Quién me va a sostener a mí / cuando me caiga?.
Y la vicaria de Satán más su amiga la vieja fulera —doña Margarita Yegua Mala Thatcher—, mientras tanto, son en buena medida las destinatarias de esos versículos, quienes a miles de millas de distancia, deciden también la suerte del señor Amor nacido en Escocia y la de otros que solo saben del oficio de la muerte y de la valentía, de las dos cosas, en una tierra que Love & Co. creen «suelo extranjero» pero que no, que para el Imperio del Mal es territorio de ultramar.
Y ustedes, alegres, a ocho mil millas / lejos de nuestra estúpida guerrilla / chupaban, bailaban, armaban fiesta.
La traducción de los poemas del señor Love, llevados a su argentinización a veces rara, vale ser mencionada. Es obra de Soledad Urquía, Washington Cucurto, Lucila Rolón, María Bernardello, Santiago Martorana, Raúl Suárez, Lucas Mertehikian, Cecilia Fanti y Santiago Llach, este último, cerebro de un libro que, hay que decirlo, acaso sea uno de los más interesantes de leer a 30 años de la guerra y a unos cuantos más de la expansión británica cada vez más pronunciada sobre el Atlántico Sur, donde sudamericanos y africanos técnicamente no existimos.
Nació en Buenos Aires en 1973. Es autor de los libros Tulipanes para Zamudio, Bonito/Yo soy aquel y El huérfano de Montemarciano. Escribe semanalmente en La Agenda de Buenos Aires.
Buenas tardes, quería saber donde puedo adquirir el libro, recientemente me vine a vivir a capital federal por motivos laborales.
Muchas gracias,