La sociedad de las estrellas de rock muertas

“When you arrive in the afterlife, you find that Mary Wollstonecraft Shelley sits on a throne”.
David Eagleman

Duane mira con cierto recelo a Amy. Esa mirada no es mala; es más, podría considerarse la mirada del infeliz infatuado que debe hacer algo para llamar la atención. Cuando estás muerto, ‘hacer’ es un verbo que significa mucho más de lo que uno asume. Por eso Duane piensa en muchas cosas, en lo que podría inventar si la tuviera cerca, en lo que pudiera tocar en la guitarra para conseguir que de su garganta saliera ese sonido de clarinete gastado que tanto le encanta, en eso que sentiría cuando sus dedos descendieran sobre los muslos de la mujer. Duane Allman se muere por Amy Winehouse. En sentido figurado, claro está, pues los muertos no se pueden morir de nuevo. Eso es lo que todos saben, pero de acuerdo a Duane todo eso es una tontería. Duane padece el mismo dolor de la muerte, porque morir tiene su cuota de sufrimiento, el mismo que siente cuando una cuerda de su guitarra se rompe. Pero ahora la sensación es peor. Hay algo que se desgarra cada vez que ella, desde su trono lejano, recibe las sonrisas de los eunucos que la rodean y la llenan de abrazos. Vive ese fuego cercano al abandono, ese peso que se escapa y que se convierte en vacío, esas palabras que imagina y que se reducen a varios “hijodeputa” o un claro “flacaputadelcarajo”. Duane come mierda, pero se sosiega cuando asume que es bueno que esté rodeada por tipos sin genitales, porque en el fondo prefiere asumir que nadie la toca, que nadie se acuesta con ella, que nadie la entretiene llenándole la boca. Duane es un pobre pendejo. Se distrae por el golpe en la mesa. Cuando estás muerto, solo queda el azar. Pero cuando estás muerto y no tienes ninguna manera de acercarte a la realeza de las estrellas de rock, el único camino es entrar en sus juegos y ganarles el resquicio de ingreso, aunque sea momentáneo. Por eso, esta noche todos son expertos en blackjack y Duane tiene vía libre para su intento.

Duane es un iluso, porque nunca nadie ha ganado nada. Cobain, Morrison, Joplin y Hendrix son parte de una realeza infame que se dedica a las cartas para abrir las distancias entre ellos y los que viven cruzando el río. Cuando estás muerto, los ríos de cada poblado cumplen una función clasista. Nada se destruye con la muerte, solo se transforma.

Es imposible no imaginarse a Amy Winehouse haciendo aquello que Duane niega con su imaginación de muerto. Buddy lo sabe. Lo está viendo desde su palco. Ha conseguido algo de poder con cierta dificultad y por eso tener un puesto como vigía es de gran ayuda. Cuando estás muerto, las entradas a los espectáculos siguen siendo difíciles de conseguir y lo único que queda es fiarte de los contactos para tener buenos sitios. Buddy se saca los lentes y los desempaña con un pañuelo que lleva bordado las letras B y H. Buddy y Duane son amigos y se quieren mucho. Cuando estás muerto hay tan poco que hacer que solo te queda cultivar amistades. Por eso Buddy está ahí, para darle apoyo a Duane Allman. No apoyo moral, porque cuando estás muerto no interesa la moral. Buddy está ahí para conseguir, desde la altura en la que se encuentra, los números dibujados en las cartas que el crupier lanza a cada uno de los jugadores, gracias al upgrade en los cristales que le permite ver más allá de lo evidente. Cuando estás muerto, la suerte no es más que una palabra bonita que justifica decisiones correctas. Duane Allman vendió su Gibson Les Paul del 59 para pagar la cuota de entrada al juego. Le dolió hacerlo. Hoy mira a Amy Winehouse y no puede dejar de pensarla. Ya nada le duele, solo siente cómo le crece un cosquilleo en el trapecio, un calor que parece decirle algo cada vez que las cartas caen sobre la mesa por el lado oculto y cierra los ojos para adivinar las que le tocaron.

Al ver los números que le juegan en sus dos cartas, respira y sonríe. Siempre lo hace. Bluff. Pokerface. Engaña. Hay que engañar a los muertos de lujo para encontrar algo de camino. Bon Scott lo intentó alguna vez. No pudo hacerlo. Su reacción ante la derrota fue destruir todo lo que tenía a la mano y caerle a golpes a Hendrix. La alcurnia sangra, eso vieron todos. Ahora hay agentes de seguridad cada dos metros de la sala, que está representada en el punto más bajo del coliseo. El pan y circo después de la muerte.

Cuando estás muerto es muy difícil definir una línea temporal que valga la pena. Lo que queda es el ahora y si bien sabemos que Duane tuvo que vender su guitarra favorita, en realidad eso está pasando en este momento simultáneamente. Bon Scott sigue destrozando las mesas, las fichas y los lentes que se cruzan en su camino. Por eso es que siempre han llegado todos al mismo tiempo y desde el inicio de la eternidad, los miembros del “Club de los 27” son los únicos que se alzan con el plus de la fama y el renombre, la comida deliciosa y los cuidados de sirvientes. Los demás esperan. A algunos no les importa. Cuando estás muerto, John Lennon es Dios. George Harrison es el Espíritu Santo. Harrison vence a Lennon en ciertos días. A ninguno de los dos les interesa una velada parecida. Nunca van, no van, ni irán. Todo lo mismo en cada momento, como la vocación de un fotón. Duane quisiera pensar que eso es posible en una noche como esa. Sin embargo no lo piensa. No hay tiempo para eso. Lleva el conteo de las cartas, la desesperación por Amy Winehouse, el descanso que se niega para no soñar más cosas sobre ella. Sí, porque duerme y en sus sueños, Duane se deja llevar por las viñetas que lo atormentan y que quisiera perder: Amy Winehouse suele estar rodeada de hombres que de seguro la van a penetrar. No existe otra manera. En la mente de Duane Allman sucede algo malo. Buddy lo sabe muy bien. Amy y el gangbang que solo revela lo podrido en él y el rictus en ella. Los pasos errantes, el panal sobre la cabeza y los dedos que toman las vergas erectas para pasearlas por sus mejillas recubiertas de anorexia. Se horroriza por lo que imagina, llora, sabe que está mal, que no ha aprendido nada, que es el mismo imbécil que tocaba con su hermano Gregg. Por eso Buddy está ahí ayudándole. No lo quiere ver revolcándose en lágrimas de nuevo. Buddy le suele cantar “You know my love a-not fade away” y eso pone a su amigo de buenas.

Buddy cuenta las cartas que caen. Consigue ver el número y el palo antes de que queden selladas sobre las palmas de jugadores como Morrison, Kurt, Jimi y Brian Jones, a quien no le interesa ganar, sino reír. ¿Detalles? Los de siempre. Nadie habla, nadie bebe nada, solo reciben las cartas y gritan con desesperación que es tiempo de parar. Cuando lanzan el stop y todos tienen que revelar su número, estalla la fanfarria. Duane se lleva los alaridos de los asistentes, que lo celebran porque se está acercando al Club. Duane está ganando porque Buddy susurra, mueve sus labios con tanta lentitud que le permite a su amigo, desde la mesa, reconocer los números de sus rivales. Buddy Holly recita los dieciocho, veinte y doce que define en color rojo y negro sobre los naipes, esa grafía que cada jugador protege como si fuese oro. Saborea cada sílaba silenciosa que luego Duane, abajo, decodifica con calma, sin revelar método o ansiedad. La lengua de Buddy, cuando se enreda con la hilera de dientes del maxilar superior para pronunciar un fonema resultante de la mezcla de T + R + O, se vuelve una poderosa referencia de Amy. Esa lengua, el apéndice, la rugosidad y el contacto animal. Duane entiende el veinticuatro y mira sus cartas en el instante en que Joplin reniega de las que la han salido y baja la cabeza, marcando su salida. Duane tiene veinte. Dice que cierra su mano. Morrison pide una carta más. Buddy solo asiente y sonríe levemente. Morrison consigue veintitrés y lanza sus fichas al suelo, molesto. Duane vuelve a ganar. Gritan por él. Buddy lo aplaude de pie. Cuando se sienta, siente que alguien lo observa detenidamente.

Cuando estás muerto ya no sientes que te miran. Los que están en las tribunas son los mismos, los del “Club del 27” también son iguales entre ellos. Las miradas traspasan los cuerpos, excepto cuando se produce la fricción suficiente para que un cuerpo pueda convertirse en referente de otro. Nadie sabe cómo sucede, pero con Duane pasa y ahora le sucede a Buddy Holly. Alguien a su lado se ha dado cuenta de lo que hace. A su derecha está Nick Drake, despeinado y sorprendido hasta desencajar su boca. Cuando estás muerto no hay realmente espacio para el engaño, aunque al parecer sí existe esa posibilidad, solo que nadie se ha dedicado a buscar grietas en la norma.

—Están haciendo trampa —dice Drake, quien no consigue cerrar del todo los labios.
—¿Perdón? —Buddy hace un ejercicio de resistencia para no sentirse atrapado en medio de la novedad del engaño, porque se supone que no hay espacio para eso, que eso se ha obviado para que todos permanezcan en este nivel en total paz.
—¡Trampa! ¡Están haciendo trampa! —grita Nick Drake. Las arterias de su cuello y las venas de su cabeza se alborotan para acompañar los alaridos.

Progresión geométrica. La tensión crece de manera concéntrica alrededor de ellos. El ruido se distribuye a manera de elipsis hasta que llega a la mesa de los jugadores, a los miembros del Club y al joven valiente. De golpe el silencio, las descascarada sensación de diferencia. Cuando estás muerto siempre hay ruido, un rumor que se mantiene en un tono grave y que te da sosiego. Cuando estás muerto, el pan y circo siguen existiendo, pero con otros colores y condicionamientos.

Duane mira a Amy. Ella ríe a carcajadas y señala hacia el palco donde Buddy debe defenderse de los ojos que lo escrutan. Frunce el ceño. Duane establece una parábola con su cabeza para ver de un lado al otro: la mujer con su corona de cabello y la copa en la mano y el amigo al borde del colapso. Risas y tensión. Nick Drake se acerca a Buddy y le quita sus lentes. No puede ver . No hay nada más que ver. La sentencia es el blur. Ya es tarde y cae al tropezarse. Nadie se acerca a auxiliarlo. El primer puntapié lo da Syd Barrett. Cuaj, cuaj, cuaj. Suenan las repeticiones. Barrett da el segundo, el tercero, el cuarto y el quinto. Nick Drake suelta los lentes y los pisa. Sonríe. No es el malo de la historia. Nick Drake no puede ser malo en ninguna historia. Cuando estás muerto, no existen buenos ni malos, solo pendejos y capaces. En el coliseo se vive la eterna lucha entre los que se adaptan y los que ridículamente mantienen las normas. Buddy está en el suelo, saborea el sanguíneo reflejo de la creatividad que se le escapa por la boca.

Duane no sabe qué hace. Amy escupe el vino y lo derrama por sus comisuras, para luego reír. Cuando estás muerto estás condenado a repetir las acciones que te dieron cuerpo. Duane putea con la boca cerrada. Cobain lanza las cartas sobre la mesa y con un movimiento de manos ordena los siguientes pasos a los guardias. La presión sobre el hombro de Duane es providencial, recrea un dolor que no había sentido en mucho tiempo, que le enseña el rigor de la muerte, que le permite reconocer el peso sobre un músculo. No será esta noche.

—¡Ay! —grita Duane, mientras lo arrastran de la mesa al pasillo.

—¡Esta mierda se acabó!—Cobain solo tiene que abrir hasta el infinito sus ojos para repartir la miseria al resto.

Se abren las puertas. Se retiran con orden, nadie dice nada, ni se lamentan. Cuando estás muerto el arrepentimiento no existe, solo el siguiente paso, la densidad de un momento que culmina en otro. Duane pierde. Lo arrastran por los pasillos oscuros, camina con la ligereza del que sabe que será excretado. Abren la puerta y lo lanzan al piso fétido y chamuscado.

Cuando estás muerto no puedes experimentar la estética de lo débil y lo burdo.

—¿Te echaron, muchacho? —Robert Johnson lo mira desde la esquina, acariciando la guitarra que lleva pegada a él.

Duane se levanta. Siempre le dirán muchacho, sabe de eso. Se sacude, utiliza el índice y pulgar para acicalar su barba. Se siente como nuevo.

—Sí, me sacaron la puta.
—¿Estabas ganando, no? Robert Johnson no se mueve de dónde está parado.
—Sí, iba ganando.

Robert Johnson sonnríe y se aleja. Canta, pulsa la guitarra que defiende con todas sus fuerzas la afinación: “…All my love is in vain”. La voz de disco viejo se pierde… y Duane piensa que esa es una gran canción y que debería tocarla. Cuando estás muerto casi todo tiene sentido.

by Eduardo Varas

nació en Guayaquil, Ecuador, en 1979. Es el autor del libro de cuentos Conjeturas para una tarde (2007) y de la novela Los descosidos (2010). Mantiene el blog Más allá de los libros.

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