Es imposible no pensar en Afterpop. La literatura de la implosión mediática (2007) de Eloy Fernández Porta y Postpoesía. Hacia un nuevo paradigma (2009) de Agustín Fernández Mallo, antes de abrir siquiera La fábrica del lenguaje, S. A. de Pablo Raphael. El ensayo de Raphael viene a sumarse a los títulos con los que recientemente la Editorial Anagrama ha dado voz a escritores vinculados a la academia española en los que son puestos en cuestión el escritor hispanoamericano y su práctica.
Y una vez leído puede confirmarse otra similitud, esta de orden estructural: laten dentro de cada uno de ellos cuando menos dos libros. La última sección de Afterpop, en la que Fernández Porta analiza las obras de Julián Ríos y Enrique Vila-Matas, es un epílogo innecesario. Peor es el caso de las secciones de Postpoesía en las que Fernández Mallo hace apología de Siniestro Total y las demás bandas españolas de las ochenta que admira, o se detiene a explicar verdades archiconocidas de la poética publicitaria. Estos desvíos no anulan las tesis que sostienen Afterpop y Postpoesía ni demeritan la calidad del conjunto, y prestando atención al índice esas secciones son fácilmente evadibles en la relectura. No es el caso de La fábrica del lenguaje, S. A.
En las primeras páginas se anuncia que el tema principal sería el neoliberal-ismo que, sin darse cuenta, profesan los escritores hispanoamericanos. Pero el libro no tarda en convertirse en una miscelánea de discusiones en los muros de Facebook, tweets y mensajes electrónicos que Raphael intercambia con los escritores mayoritariamente mexicanos de su generación.
Y como las discusiones en las redes sociales, este es un libro disperso. De pronto Raphael habla de la relación entre la escritura y el performance, que es genial en México e insufrible en España. O de la industria editorial, que es España es fraternal y en México ruin. O del pasmo que sufre al ver la mala educación y la crueldad de los cibernautas anónimos con los que interactúa en discusiones que no cristalizan en acciones exteriores al foro de discusión. O de la intolerancia de Hugo Chávez y Mariano Rajoy. De literatura habla poco, y en realidad Raphael habla poco. Es un personaje más en este Rashomon de las letras mexicanas en el que colaboran sus involucrados (que no toda su generación) con la contundencia del que se juega todo cada ciento cuarenta y cuatro caracteres.
El tercer apartado está subdividido en las estéticas que vislumbra en el panorama literario hispanoamericano, pero de eso también habla poco. A tal grado que anuncia la monumentalidad de Corona de flores (2010) de Javier Calvo, pero cuando llega el momento de discutirla sólo cita el primer párrafo de la novela seguido del primer párrafo de A tale of two cities. Si sabes inglés te darás cuenta de que son casi idénticos. A esa y a las demás estéticas dedica un promedio de tres páginas, salvo a la literatura wiki, en la que se demora dieciséis.
En el apartado dedicado a la literatura fantástica opone dos modelos insostenibles por desproporcionados e inoperantes en la realidad: por un lado J.K. Rowling y Tolkien, que escriben «libros de pacotilla» y por el otro Dante, Shakespeare y Borges. Dice que él y otros escritores relevantes (Guadalupe Nettel, Tryno Maldonado) hacen lo más interesante de la literatura fantástica mexicana. En su grupo escriben en torno a “la tradición de lo fantástico latinoamericano: Cortázar, Felisberto Hernández, Borges mismo, etcétera, así como con los precursores más canónicos de éstos. Esto significa una literatura minoritaria, lejos de la moda” (p. 214). Leo esto y supongo que se refiere al escaso éxito editorial de Cortázar, tan lejos de la moda que Rayuela es hoy en día un libro inconseguible. O quizás habla de los radicales que intercambian fotocopias desgastadas de la Historia universal de la infamia.
De todos modos, su peor derrotero es la política. Cuando habla de México logra mantener una versión enrevesada de las generalidades que es dable encontrar en las columnas políticamente correctas de Denise Dresser, pero cuando describe la aldea global sucumbe al desvarío.
Le parece que la fundación de Microsoft, la diplomacia entre Cuba y Estados Unidos después de la Guerra Fría, la formación de la Unión Europea, los niños disfrazados de Buzz Lightyear y la piratería en la red prueban que el comunismo triunfó sobre el capitalismo (pp. 92-93). “El ascenso del comunismo contemporáneo ha sido tan vertiginoso que no hemos sido capaces de apreciar con detalle la manera en la que la sociedad global estandariza principios, modelos económicos y hasta el gusto” (p. 93).
Al final de lo que se trataba el marxismo era de la estandarización del gusto. Tantas guerrillas y luchas sindicales para nada. El comunismo es que un niño vestido de Buzz Lightyear que toma Coca-Cola sea igual a otro niño vestido de Woody que come McNuggets. Qué importa si uno es una nueva víctima de los recortes de Merkel y el otro trabaja en un sweatshop del tercer mundo.
Este es, por cierto, un comunismo liberal con mercado autorregulado. Esto permite que “los residuos del capitalismo caigan gracias a la piratería y que la propia piratería sea una manera de redistribuir el ingreso que genera Lady Gaga” (p. 94). Este tema y sus indagaciones numerológicas en torno al 11 de septiembre me resultan demasiado incomprensibles para que pueda hacer algo más que señalarlas.
Por no ser negativo mencionaré una de las pocas provocaciones que llamaron mi atención. En el tramo final del libro llama a Heriberto Yépez “el ensayista más lúcido de mi nube” (p. 250). Esa cercanía sólo podría fundarse en la amistad o al haber nacido en la misma década, de ninguna otra manera son equivalentes. Pero no importa, porque Raphael no quiere discutir los ensayos de Yépez, sino hablar de las solapas de sus libros:
por qué en las solapas de la increíble hazaña de ser mexicano el libro aparece recomendado por Mark Vicente, uno de los directores de What the bleep do we know? No sé si Heriberto Yépez sepa que Vicente es miembro de la secta de Ramtha, que patrocinó el famoso documental. Obra cinematográfica que es una manipulación desaforada de verdades científicas que se acomodan impunemente para desarrollar un discurso sobre la voluntad, la percepción temporal y la capacidad de transformación interna y cuyo objetivo anunciado es convencer al auditorio de nuestra condición de seres creadores y libres, aunque en realidad pretenda apoyar los preceptos de un credo y hacerse seguidores.
Sobra decir que Ramtha es la voz de un guerrero milenario que se manifiesta en su fundadora J. Z. Knight y que esta mujer ha entablado demandas y juicios legales contra otros creyentes que han osado afirmar que el tal Ramtha se manifiesta también en ellos. La chequera de J. Z. Knight no deja cabida para la tolerancia, el espíritu libre y el dios interior que, según sus seguidores todos llevamos dentro. Lo que la líder religiosa encarna en su lenguaje místico se opone a la impiedad con que ataca jurídicamente a todo aquel que ose erigirse como profeta. Es decir, en cada uno de nosotros hay un dios, pero no un Moisés. El hombre ha usurpado la idea del dios en las alturas y ser mensajero espiritual arcángel o guerrero de la luz exige copyright (pp. 250-251).
Heriberto Yépez hizo una reseña demoledora de La fábrica del lenguaje, S. A. en su columna en Milenio aunque no aclara por qué un connotado divulgador de pseudociencia recomienda su libro. Quizá fue una decisión editorial que no pudo controlar, o Yépez pertenece a una secta en la que creen que la gente puede mover el agua con el pensamiento.
Para averiguarlo no es necesario leer la obra de Yépez, basta con agregarlo a Twitter y Facebook. Y si agregamos al resto de los escritores mexicanos podremos hacer el retrato generacional. ¿Para qué buscar rasgos comunes entre las obras contemporáneas, para qué rastrear filiaciones, para qué leer entre líneas si la verdad última está en el gran chismógrafo de la hipermodernidad? Ese es el espíritu y el glamour del libro.
(Tijuana, 1982) es Doctor en Filología Hispánica por la Universidad Autónoma de Madrid. Catedrático de Literatura Hispanoamericana Contemporánea de la Universidad de Monterrey. Actualmente hace una estancia de investigación en la Universidad Pompeu Fabra.
Anagrama, desde luego, no es lo que era
muy interesante tu crítica y me lleva más allá de La fábrica del lenguaje, aprendí mucho con tus comentarios y opiniones. Felicidades espero seguir leyendo tus críticas y ojalá pronto podamos leer algo de tu autoría.