En el ambiente de las artes marciales, al menos en aquél que frecuentamos, hablar de AFAMBA (Academia Femenina de Artes Marciales de Buenos Aires) ha sido siempre motivo de sonrisas o del sarcasmo de más de uno, cuando no excusa para ser tildado velozmente de fascista. Saldados estos baches, poco se ha dicho fehacientemente sobre la institución, y no sobrará decir que hay quienes suponen que se trata de un mito. A estos últimos les decimos, y que quede claro: Creer que AFAMBA fue un mito es una estupidez. Así se sostenga que se trató de una sociedad de fanáticos, así se diga que lo que hubo fue algo como “hombres de extrema derecha” vinculados de alguna u otra forma “con las artes marciales y el catolicismo”, nadie, sin pecar de ignorante, debería ser capaz de afirmar a la ligera que AFAMBA y sus miembros no existieron. Este trabajo especial del equipo de Golpes y Patadas precisamente viene a destruir todas esas impugnaciones, mediante textos veraces, citas fehacientes y entrevistas ágiles a mujeres que pertenecieron a una Academia de características únicas en el mundo.
Agradecemos la paciencia, la tolerancia y la buena disposición de las mujeres que nos rodean. Ellas, enteradas de la empresa que encarábamos, y medianamente noticiadas de los genuinos propósitos que guiaron a los hombres de AFAMBA, no dudaron en regalarnos generosamente sus compañías, cuando necesarias fueron, así como la soledad y el silencio, cuando el trabajo lo exigió.
Redacción de Golpes y Patadas. Buenos Aires, 4 de abril de 2008.
Posdata. Dedicamos este trabajo a todas las jóvenes que practican artes marciales. Ojalá se interesen en los temas propuestos por AFAMBA más de treinta años atrás. Ojalá puedan ser de algún modo émulas de muchas de las mujeres que por la institución pasaron.
Finalmente, también sea este trabajo para nuestras fuentes: familiares de personas otrora relacionadas con AFAMBA y personajes vivos que fueron protagonistas de esta historia.
Fundada por el millonario Alejandro Straderlitz, la Academia Femenina de Artes Marciales de Buenos Aires (AFAMBA) contó desde sus inicios con el aval científico del doctor Rodolfo Medrano, quien sentó las bases de su metodología de entrenamiento en tres puntos complementarios:
que la virginidad en las mujeres es la principal causa del buen estado físico y de la belleza;
que no sucede lo mismo con los hombres;
que la belleza y el buen estado físico femeninos dependen naturalmente de la custodia del sexo opuesto.
Estos tres puntos complementarios nacieron de una rigurosa investigación clínica (con argumentos más que nada estadísticos) que Medrano, como médico residente, desarrolló en el Hospital Álvarez, todavía desconociendo los móviles que encaminarían a don Alejandro Straderlitz a conclusiones parecidas y asimismo a la mentada fundación de la Academia. Pero vayamos por partes.
Rodolfo León Medrano, coinciden nuestras fuentes, nació en la República Argentina hacia la década del cincuenta. Hijo quizá de argentinos que gozaron de un buen pasar económico, al momento de sus estudios sobre la relación entre las artes marciales y la virginidad femenina ya vive solo. Olga Menotti, una de las protegidas de AFAMBA, asegura que por motivos políticos, en octubre o noviembre de 1976 los padres de Medrano y un vástago contrahecho, a la sazón, hermano de Rodolfo, viajaron hacia el Paraguay, de donde también huyeron, y que tras largos periplos terminaron en Barcelona, España. La señorita Menotti también sostiene que la investigación aplicada que dará como resultado los tres puntos complementarios fue realizada en el más discreto de los silencios.
Los antiguos compañeros de carrera del médico lo describen como un muchacho afable pero corto de carácter y bien parecido. Medrano es alto, supera el metro ochenta, es corpulento y rubio, y también un alumno brillante. Este pormenor justifica los siguientes. Un profesor le propone ser ayudante de cierta cátedra. Medrano responde que necesita tiempo para tomar una decisión. El mismo profesor una mañana no identifica a su alumno, que se ha dejado crecer la barba. Luego de las formalidades y agradecimientos del caso, Medrano argumenta que no es su vocación la docencia y que ha conocido lo que es un dojo, lo que son las artes marciales, y que allí se encuentran sus verdaderas inclinaciones. Meses después de esta negación a la carrera docente es de común acuerdo sostener que el joven aprendiz de Medicina ya desarrolla en silencio la resolución de sus inquietudes, influenciado por tergiversaciones del budismo zen.
La Academia mientras tanto se ha constituido. El millonario Straderlitz (Viena, 1915; Buenos Aires, 1979), junto con otros amigos adinerados, funda AFAMBA (1975) y la comanda, con el karate como excusa. Las pocas niñas que recluta con un modus operandi parecido, pero no igual, al de los tratantes de blancas, son su hija (Elena) y ocho familiares más de los otros hombres socios de Straderlitz, a quienes el trabajo los desborda. “En el dojo original que se dispuso en casa había más propósitos de mantenernos ocupadas con el karate que otra cosa -dice Elena Straderlitz-. Incluso, y hoy me da risa, las intenciones de papá eran también de alguna manera políticas. Tenía simpatía con los militares, no me avergüenza decirlo, muchos creían que los militares eran la solución a los problemas del gobierno de Isabel Perón, y pensaba papá que las artes marciales eran el mejor modo de defensa de chicas como nosotras frente a los embates y secuestros extorsivos de lo que él llamaba ‘el marxismo internacional’. Lo de la virgnidad en cambio fue algo si se quiere más esotérico. O intentó convencerme de lo importante de mi virginidad con excusas poco racionales, pero que supo hacerlas convincentes.”
No deja de ser llamativo, sin embargo, que Medrano y Straderlitz, sin conocerse, hayan llegado a conclusiones parecidas acerca de la virginidad, la belleza y el buen estado físico de las mujeres. Más aún si se tiene en cuenta que, como sugiere Elena, Alejandro Straderlitz, a diferencia de Medrano, carece de argumentos sólidos para justificar la necesidad de la virginidad en las artistas marciales: no se sostiene en razones religiosas ni tampoco inventa una hipótesis que luego transformará en ley estética, deportiva o metafísica; todo es al revés, como en Newton, como en Darwin.
En efecto, Straderlitz, ya hemos dicho que millonario, agregaremos ahora que también viudo, coleccionista de obras plásticas menores y séptimo dan en karate-do, amanece tal cual él lo manifiesta embriagado por un sueño feliz:
“Agosto 10 de 1972:
“Vi 70 niñas hermosas, desnudas, elevándose sobre la ciudad, con sus bucles y rubores y muslos pálidos o morenos. Escuché sus salmos, unas melodías en si bemol ajenas a este mundo: parecían pedirme auxilio. Las admiré mientras se extraviaban en los cielos, y más aún cuando regresaban húmedas, felices y calmas, con rosas florecidas en sus vientres. Eran vírgenes, eso me decía una voz. Vírgenes guerreras.” (Nuestra Historia, pág. 18.)
En ese delirio se encuentra el único móvil de su decisión posterior: la fundación de AFAMBA. Allí también está el germen de lo que muy de inmediato trabajará: el armado de un dojo dedicado a todas las chicas vírgenes que conoce. Y en ese contexto irrumpe la figura juvenil del recientemente licenciado en Medicina, Rodolfo Medrano.
Las versiones acerca de cómo se generó ese encuentro tienden a chocarse. Está aquella que asegura que el fundador de AFAMBA, enterado por un informante de lo que se traía cierto residente del Hospital Álvarez, fue a buscarlo en su Mercedes blanco una noche escarchada de julio de 1976. Y está la que dice que fue Rodolfo Medrano quien, enterado de la Academia, corrió hacia la residencia de los Straderlitz, en la calle Nahuel Huapi. Una tercera narrativa asevera que en la casualidad se halla una explicación o relato del encuentro. Esta última posee el mayor sustento entre nuestras fuentes, aunque es menos literaria. Sea como haya sido, lo cierto es que la sociedad Straderlitz-Medrano rendirá enseguida sus primeros frutos. Medrano facilitará a Straderlitz las diversas ecuaciones lógicas que, ahora sí, servirán de sustento para aquel sueño pretérito. Straderlitz, a su vez, incrementará en el médico sus afanes científicos y metodológicos. Y listo. El mecanismo, por absurdo que parezca, no se distancia del nacimiento de cualquier secta fundamentalista o de los movimientos políticos de fanáticos que suele engendrar de vez en vez el mundo.
“Una niña virgen era para Medrano una potencialidad absoluta de todas las virtudes -apunta Olga Menotti-. Recuerdo bajo su mirada haber resuelto difíciles ataques por la espalda. Él me había instruido pero decía que todo era mérito mío. Decía: ‘Olga, no me imputes lo que son tus habilidades naturales’. Poseía un cariño por las protegidas incluso mayor al de Alejandro, que sin embargo siempre fue mucho más justo, honesto y bondadoso.”
Nació en Buenos Aires en 1973. Es autor de los libros Tulipanes para Zamudio, Bonito/Yo soy aquel y El huérfano de Montemarciano. Escribe semanalmente en La Agenda de Buenos Aires.
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