Aquí todos son amigos. Los escritores se pasean ampulosos entre el público multitudinario, reciben aplausos, firman libros, reparten saludos y abrazos. Lo fundamental es quedar bien con todo el mundo, con los periodistas, los críticos, los agentes, los otros escritores desde luego, pero sobre todo con los editores, a la busca de algún contrato (acaso millonario), en eso andamos todos, durante todo el día, a toda hora.
Nadie critica nada, nadie debate, nadie polemiza, este no es un lugar para cuestionar, para disentir, menos para enemistarse. Después de las muy aplaudidas presentaciones, todo el que se precie de tal debe acercarse al proscenio para buscar a los ponentes, depositarles un buen par de palmadas en la espalda, tomarse del brazo, jurar haberse leído con delectación, decir que quieren seguir leyéndose y, para terminar, sellar el intercambio con alguna palabra del tipo “estupendo” o “magnífico” o “increíble”. Y luego, a falta de otra mejor, de nuevo la misma, a efecto de remarcar el énfasis: “maravilloso”, “increíble” “estupendo”.
Entre la concurrencia, de modales suaves y pelo platinado, Herralde, el gran pope de la edición hispanoamericana, siempre rodeado por un par de acólitos jóvenes, de preferencia esmirriados y de gestos nerviosos, como si la sensibilidad literaria no pudiera aflorar sino a través de un par de tics. Todos quieren acercarse a él, pero ¿cómo hacerlo? ¿A través de quién? Y, más aún, ¿qué decir una vez en su presencia? ¿Un comentario lúcido o pseudosagaz, que revele el escepticismo por la literatura en general, quizás incluso la propia, acaso arriesgarse con una especie de auto-boicot? ¿O tal vez mejor optar por el camino más convencional de una autopromoción mesurada, a lo mejor aventurar alguna influencia o predilección literaria, en la esperanza de encontrar una súbita complicidad con el editor? El trance es complicado, y puede resultar incluso contraproducente, parecen pensar algunos con temor.
No hay que engañarse con este “herraldismo” en todo caso, sin duda tiene su justificación. Al fin y al cabo Anagrama es prácticamente la única editorial que promociona a sus autores en el fragmentado mercado latinoamericano, la única que se la juega por llevarlos más allá de las estrechas fronteras de su país de origen. Que esto ocurra vía Barcelona y no –como sería más lógico– a través de las propias editoriales latinoamericanas (ya sea las engañosamente llamadas “trasnacionales”, o incluso las independientes), es otro problema, de amplitud mayor, que no es posible abordar aquí. Pero sin duda que la industria cultural latinoamericana adolece de un problema grave de “colonialismo cultural”, una enfermedad que ha sido difícil de curar, y a la cual el continente parece curiosamente resignado. Sólo a modo de contraste ¿sería concebible que el enorme mercado editorial de Estados Unidos fuera controlado desde Inglaterra?
Pero tampoco estos incómodos problemas preocupan a los concurrentes a la FIL, podría ser incluso de mal gusto sacarlos a colación. Aquí lo importante es darse palmaditas en la espalda y hacer amigos, no ponerse a arreglar el mundo, menos aún el literario.
Por las noches es el momento de las fiestas, siempre hay más de una disponible, en general gratis, a veces incluso con bar abierto y mesón de comida (algo completamente inconcebible para un evento cultural en Chile, donde el Estado es apenas subsidiario y busca siempre la eficiencia). Pero en México el Estado es garante, y valora la cultura, de manera que se puede disfrutar de una opípara velada, sin preocuparse mucho por el costo. En todo caso, tampoco las fiestas son un ambiente para distraerse por completo, pues entre los estridentes sones de la música a todos volumen, la pista de baile o la barra atiborrada bien pueden constituir un escenario propicio para establecer un contacto promisorio, acaso incluso cerrar un buen trato.
En esta esperanza veo a mi agente perderse entre la multitud, sin duda en busca de alguna oportunidad editorial, acaso un contrato millonario, especulo. Yo por mi parte me dirijo a la barra, donde siempre puede haber algún desprevenido a quien ofrecerle un nuevo best seller erótico-artístico. Aquí se habla del PRI, del PAN, del PRD, se polemiza un poco en torno a la influencia de Estados Unidos en la cultura mexicana (¿Nociva? ¿Poderosa? ¿Útil?), pero tampoco nadie critica nada, nadie reclama, nadie se enemista. Este no es lugar para revivir absurdas disputas literarias, por el contrario, es lugar para acallarlas (en eso la música a todo dar ayuda bastante) y, ojalá, pasar un buen rato a costa de la munificencia estatal para con la cultura.
En contraste con la precaria y engolada institucionalidad cultural en Chile, México parece algo así como el primer mundo. Aquí los escritores viven bien, ya sea de una de las prolongadas becas de la Conaculta, o de un trabajo verdaderamente literario: editor de alguna revista cultural, director de algún centro cultural, o cualquiera de los innumerables puestos de la extendida burocracia cultural mexicana. Los índices de lectura en México no son tan favorables, pero, con más de 100 millones de personas, eso tampoco es tan importante, siempre habrá lectores para todos.
También estas fiestas y eventos son completamente inimaginables en Chile, un nivel de producción que sólo sería posible para un encuentro empresarial (de los que sí hay muchos). La fiesta de inauguración constituyó el ejemplo más impresionante. Con guardias provistos de escopetas recortadas en la entrada, y un sinuoso camino de ingreso a través de jardines y lagos, la escena realmente parecía sacada de una película. Nada de pelearse por una copita de vino, nada de perseguir al mozo para agarrar un sangüichito, aquí hay mesones florecientes de comida, y el bar abierto es en serio, el tequila y el whisky corren a raudales y los mozos son tantos, y tan solícitos, que realmente cuesta mantener el vaso vacío.
Sin embargo, también hay algo sospechoso en esta enorme maquinaria de apoyo estatal a la cultura, pienso, mientras observo preocupado a mi agente que, parada en medio de la pista de baile, con un buen vaso de whisky en la mano, no parece en realidad estar cerrando un trato demasiado millonario. Muchas becas pródigas, muchas residencias para escritores, muchas revistas intelectuales de doscientas páginas, impresas en papel couché, pero que no sé si alguien lee en verdad. Sobre todo, hay algo raro, sospechoso, en tanto amiguismo, tanta inofensiva confraternidad. Homenajes, elogios y palmetazos en la espalda, eso parece ser lo único que está permitido aquí. La prensa se hace eco de este estilo mundano, y publica cada día un cuerpo especial de la FIL, pero son prácticamente transcripciones de las ponencias, hay muy poca opinión, por no hablar de análisis, más parece un boletín de relaciones públicas que un artículo de prensa. Durante la semana un periódico informa que un grupo de académicos de la Universidad de Guadalajara ha publicado una carta criticando el evento, la organización y el estipendio de recursos públicos, pero lo han hecho anónimamente, para evitar represalias.
Me pregunto si toda esta atmósfera de solidario compañerismo no tendrá algo que ver con eso, con un paraguas estatal demasiado amplio, proclive a la cultura, pero que de cierta forma la atenúa, la atrofia, la uniforma, transformándola en un espacio de amigos y compadres donde queda poco lugar para la disidencia, para la crítica real. La institucionalidad cultural puede ser buena, pero la institucionalización de la cultura es fatídica, termina por anquilosar el arte, la literatura, y volverla inútil. Acaso haya algo bueno también en la desprotección, pienso, mirando alrededor al público bailando animadamente, repartiendo conversaciones y anécdotas, algo bueno en un ambiente menos mullido, más desprotegido y a la deriva, donde es necesario orientarse por medios propios, y luchar para conseguir algo.
Al día siguiente, para variar un poco, asisto a un panel acerca de la relación entre literatura y derechos humanos, organizado por la Casa América de Cataluña. Moderado por Santiago Roncagliolo, cuenta con dos invitados célebres: Juan Gelman y Laura Restrepo. Pero tampoco aquí se produce algo siquiera parecido a un debate. La mesa parte con un largo panegírico del anfitrión respecto de cada uno de los panelistas, prosigue con un anecdótico panegírico de Roncagliolo respecto de cada uno de los invitados, se interrumpe apenas con una interesante alocución de Gelman acerca del tema y luego retoma con un todavía más largo y emotivo panegírico de Laura Restrepo respecto de Juan Gelman. Tengo que reconocer que este último sí se entrelazaba de algún modo con el tema mismo del panel (algo de que los guerrilleros en Colombia leían la poesía de Gelman), pero de todas formas se trata de una vinculación difusa, ligera, carente de contenido. Literalmente, cuando se han acabado los agradecimientos ya no queda tiempo para de debate, apenas un par de preguntas apresuradas, que son respondidas por medio de apuntes graciosos.
En busca de un ambiente un poco menos apologético me dirijo a una lectura de poesía. Ésta se realiza en un salón especial, acondicionado con sillones acolchados y una iluminación en claroscuro, propicia para la lírica. Como llego cinco minutos tarde tengo que rogarles a los encargados que me dejen entrar, pues temen que la interrupción pueda “perturbar” la atmósfera poética. Aquí la dinámica, me percato enseguida –después de entrar más silencioso que un fantasma– es aplaudir cada poema. Un poema, un aplauso. Es cierto que el público hesita después de los poemas más breves (por ejemplo los de dos versos), pero el aplauso se impone al final de todas maneras. De vez en cuando la moderadora se permite interrumpir esta rutina para comentar lo maravillosa que es la poetisa, y lo maravillosos que son sus poemas. Al final, dos preguntas puntuales y una encargada que informa del stand en que se están vendiendo sus libros.
Al día siguiente asisto al lanzamiento del último libro de Guadalupe Nettel, una de las narradoras jóvenes que más suena en México, publicada por Anagrama. Se trata de una novela autobiográfica, y la presentación corre a cargo de Jorge Volpi, un estrecho amigo de la autora. Una vez establecida esta relación con efusividad (lo que le toma unos 10 minutos), Volpi parte por anunciar que no perderá el tiempo en las trabajosas distinciones entre autor y narrador. El hablará directamente de su amiga (para qué perder el tiempo con la literatura). Hecha esta precaución se lanza sin complejos en una confesión de lo mucho que le habría gustado vivir en la familia progresista y neo-hippie de Guadalupe en vez de la conservadora y rígida que le tocó a él, lo mucho que le habría gustado tener una infancia como la de Guadalupe, lo mucho que admiraba a la mamá de Guadalupe (si hubiera sido chileno, estoy seguro que hubiera hablado de la “tía”).
A partir de estas amables reflexiones, el panel se transforma rápidamente en una especie de diván de psicoanálisis, donde la autora toma la palabra para contarnos un poco acerca de su madre, sus antiguas querellas, la forma en que las han superado (o, en la mayor parte de los casos, al parecer todavía no lo han hecho); también para iluminar algunas de las interesantes anécdotas que dieron lugar a la novela, en medio del progresista ambiente en que transcurrió su infancia: una pareja de padres que hacía el amor delante de los hijos, otro par de amigos a quienes habían bautizado Clítoris y Kundalini. Frente a este enriquecedor escenario, la reacción de Guadalupe (a estas alturas a quién le importa la novela) fue estrictamente dialéctica: a sus hijos les puso Matías y Lorenzo. ¡Lorenzo! ¡Que murió quemado en la hoguera en el siglo III por no negar a Cristo!
Al final los aplausos de rigor, apretones de brazos, y el cúmulo de felicitaciones “¡estupendo!”, “¡fantástico!” “maravilloso”. De la novela, como dirían los españoles, “ni me enteré”, aun cuando, según dicen, no está nada mal.
No digo que una Feria Literaria tenga que ser un antro de facciones y cuchilladas, al estilo de una novela de Bolaño. Siempre tiene que haber encomios, incluso cumplidos, presentaciones motivadoras y un poco de sana exageración. Los escritores dirán que se sienten diferentes al resto de los mortales y que sufren por eso, contarán que escriben para librarse de sus fantasmas (al fin y al cabo, todos usamos esas fórmulas, aunque nadie sepa muy bien qué significan), y emitirán después comentarios graciosos y desencantados, y el público los reirá y los celebrará. Tiene que ser así, no tendría sentido si no hubiera algo de este ritual y este bálsamo. Pero igualmente importante y significativo es que haya algo de debate, discusión, polémica, incluso escándalo. Al fin y al cabo la literatura es insubordinación, disconformidad, denuncia. Sin espíritu crítico la literatura muere, se transforma en un producto inerte, un objeto de consumo, quizás entretenido, o atractivo, pero a la larga inofensivo y vano.
Una reflexión similar me surge en relación con el enorme apoyo estatal a la literatura. Cómoda y mullida, la literatura corre el riesgo de estancarse, abatirse. No se trata del problema de los compadrazgos, las cuotas de poder o las prebendas, es algo más profundo, y más peligroso. Para surgir la literatura necesita de alguna forma la intemperie, el descampado, la marginalidad incluso. Esto no significa que sea necesario eliminar cualquier apoyo estatal a la cultura y desproteger por completo a los creadores, para producir otra vez una especie de César Vallejo. Siempre será necesaria una dimensión de apoyo público hacia el arte, sobre todo para prevenir la mercantilización total, la dictadura del márketing y las mayorías. Pero acaso sí sea necesaria una cierta cuota de autonomía entre el mundo creativo y el aparato estatal, una cierta dosis de aislamiento, de precariedad, o simplemente de “realidad”.
Entre tanta comodidad, fiestas a bar abierto y aplausos, la literatura corre el riesgo de anquilosarse, transformarse en una pieza de museo, una especie de fetiche u oropel, que simplemente sirve para darle un aspecto falsamente cultural a una cultura en realidad frívola y vacía. A veces son falsos amigos los que aparentemente promocionan la literatura, pero lo único que hacen es enarbolar la faceta más inofensiva de ella, al tiempo que desactivan su dimensión más crítica, corrosiva. La literatura no se hace (o muy pocas veces) de cócteles regados y discursos oficiales en los proscenios, se hace en algo un poco más cercano al margen (aunque sea un margen intelectual, artístico, espiritual). Y de eso, a decir verdad, se ve muy, muy poco, en la FIL.
nació en Santiago de Chile en 1974. Es psicólogo y narrador. Autor de los volúmenes de cuentos Superhéroes (2001) y En compañía de actores (2004) y de la novela Acqua Alta (2009).
Alguien tenia que decirlo. Es una mirada autentica y reflexiva que siempre sera necesaria. Gracias a Eduardo Varas me tope con este link posteado en facebook.
Enhorabuena por la crónica, Pablo. Me parecen muy acertadas tus observaciones. Cabría hacerse la pregunta: ¿De qué va la FIL? ¿De literatura o de mercadeo? Estoy contigo: vayámonos a los márgenes; hay más espacio y libertad en los márgenes, aunque no haya whisky gratis…
Muy buen artículo. Me queda la duda de si una feria del libro puede ser otra cosa que lo que su nombre indicia: una feria. Un mercado donde la consigna es vender y venderse. Tal vez el mercado es, verdadera y fatalmente, un espacio sin excepciones ni márgenes, y no hay alternativa. O tal vez sí la hay pero es un poco espeluznante para algunos (entre los que me incluyo, porque me gustan la comida y el trago gratis): que los escritores no vayan a las ferias del libro. Que vayan los lectores, que son quienes compran libros, y los editores, que son quienes los venden; y que los escritores vayan, sí, pero en calidad de lectores. Habrá quien se queje de que entonces no habría charlas, pero el que haya asistido a un solo panel, mesa redonda o cualquiera de esas cosas sobre literatura que haya verdaderamente valido la pena, que tire la primera piedra.
Perdón por el error; «indica».
Estaría bien bueno el análisis de las palabras «críticas» de Fernando Vallejo en FIL: si bien los periodistas y la gente del gremio piensan que siempre dice lo mismo, ocurrieron cosas muy interesantes mientras leía su crítico discurso: los silencios, el lenguaje corporal de los funcionarios que lo rodeaban, lo que siguió a sus palabras, cómo las recibió la gente, cuándo la cultura política de aplaudir a cada palabra contra el sistema… Sugiero un artículo que continúe el tema. La crítica de Vallejo, es crítica? Si siempre dice lo mismo, y sabían los funcionarios que esto iba a suceder, por qué le dieron el premio? La crítica como simulación…?
Muy buen artículo. Interesantes «palos» al modelo cultural chileno.
Yo creo que son más «palos» al modelo cultural mexicano.
Excelente análisis que comparto. Estás entre mis blogs preferidos.
Para no incurrir en el abrazo al final y la palmada en el lomo al tiempo que suelto un «¡estupendo!», digo más bien que estoy de acuerdo en casi todo. Y es que yo añadiría que el programa literario de la FIL, en efecto, se desarrolla con las particularidades que se consignan tan precisamente aquí —los encantamientos recíprocos entre presentadores y presentados, el mimo incesante con que la feria trata a todos, la indolencia o la ingenuidad o la ignorancia de la prensa en sus coberturas, las complacencias y autocomplacencias de editores, autores y público, la sonrisa magnánima con que el aparato cultural estatal se luce y se pavonea durante esos nueve días, el ánimo generalizado de pachanga y reencuentro que neutraliza animadversiones o enconos (si los hay) y lubrica todos los tratos con los hectolitros de tequila y whisky que se vierten en los innumerables brindis y fiestas—, pero acaso haya una explicación en la historia misma de la feria, cuyo carácter de festival cultural ha terminado por ser en buena medida accesorio (si es que no inevitable: lo conserva porque no queda de otra: de ahí que año con año se vea a los mismos de siempre haciendo cosas parecidas, y que, salvo una o dos excepciones por edición, las figuras estelares se reciclen, y en buena medida gracias a la conveniencia de los grandes grupos editoriales españoles, que siembran el programa con los nombres que toca que estén en su apogeo cada otoño). La FIL está al tanto de su importancia como centro de negocios para el mundo editorial iberoamericano, y a lo demás —a las evoluciones simpáticas e inofensivas de la literatura actual, por ejemplo— le da cabida como porque sí, porque así ha venido haciéndose desde el principio, y porque a la gente le da perfectamente lo mismo ver a Carlos Fuentes un año sí y otro también —tanto que, si falta, como este año y el pasado, nadie llega a percatarse.
bravo por el artículo!. Sin dudad el debate, y como no un toque de escándalo, le dan vida a estos acartonados eventos. Es una pena que algo tan íntimo y estremecedor como la lectura y la escritura, lleguen a derivar en la posibilidad de lo vano y complaciente al punto de la frivolidad. Como decía mi abuela «si algo es demasiado lindo, desconfía».
«Pero acaso sí sea necesaria una cierta cuota de autonomía entre el mundo creativo y el aparato estatal, una cierta dosis de aislamiento, de precariedad, o simplemente de “realidad”…
Esa realidad, aislamiento y precariedad sí existe en la literatura en México, tal vez no en la FIL que al parecer tiene una cualidad de excepción.
Hay que entender que en México hay al menos dos «mundos», incluso cientos, los elegidos por las becas y el mercadishing y otros escritores que están haciendo literatura desde el margen que anotas.
Tu artículo es punzante y se necesitaba esa navaja.
Entré a un rincón literario en el pabellón de Alemania.La charla se llamó «Escribir en otro idioma». Se encontraba una escritora polaca que escribía en alemán con un traductor español. Para no hacer el cuento más largo, se leyó un pequeño cuento de la autora en cuestión con la traducción del presentador. El texto presentaba una rima interna espantosa que no percató el traductor. Mencioné la crítica y le pregunté cómo puede ayudar la traducción en casos como ese. Está demás decir que me gané la antipatia del público, se pensó que el texto en sí no me había gustado y el traductor español se escudó en la experiencia y demás. Salí pensando el cómo una pequeña crítica como una rima interna puede perturbar el ambiente de felicidad de los demás. El texto, fuera de eso, era bastante bueno. Una lástima.
El problema es que es así en todos lados. Puede ser que en México haya menos crítica explícita, pero el sistema de relaciones que sirve de sustento al aparato cultural es también así en Europa, donde las amistades se fomentan a partir de intereses comunes (en el amplio sentido del término). De eso nadie habla.
También los asistentes suelen partirse en dos, en una suerte de esquizofrenia: por un lado sonríen felices de estar presentes (reconocidos, vendidos o lo que se quiera) y por otro lado van tejiendo su crítica interna alrededor de lo que les resulta absurdo, ¿me pregunto cuántos escritores, al igual que tú, se cuestionan toda esa parte rosa de los encuentros literarios y ferias y lo usan posteriormente como «experiencia literaria»?, pocos son, eso sí, los que se atreven a externarlo. Me gustó la crónica, acertada, pero también evocativa. Saludos.
¿Crónica de la otra feria? me parece una buena crónica sobre la feria de las vanidades.
Sin embargo creo que hay muchas ferias alrededor de la FIL.La de los editores, la de los que hacen negocio en el entorno del libro, la de los bibliotecarios, la de los promotores de lectura, la de los habitantes de Guadalajara, la de los que vivimos en provincias más alejadas que con dificultades tienen librerías, la de los niños, la de los estudiantes, la de las escuelas y seguramente otras varias que no alcanzo a percibir, pero todas convergen en la fiesta del libro.
A lo largo de estos 25 años, la he visitado como en 15 ocasiones, como comprador institucional, como promotor de lectura, como educador, como librero, como papá incluso como lector.
No obstante coincido en que los espacios formales no son los de la crítica, pero ello no significa que no exista, sino que tiene sus propios espacios de expresión. Como en los congresos, las mejores conversaciones, no están en las salas de conferencia, sino en los pasillos.
La coincidencia en el tiempo y en el espacio de 1400 expositores permite la diversidad y la posibilidad de tantas rutas, como la imaginación permita. Ir acompañado, permite constatar los hallazgos de diferentes miradas subjetivas. Mi sorpresa de este año, la crónica de los Twitters, que me llevó a ver una Feria diferente de la que tenía planeada. Nunca he podido estar mas de tres días, quizás más tiempo me llevaría a conocer la feria de las vanidades. Saludos y buena crónica de esa parte de la FIL.
[…] HermanoCerdo :: Literatura y Artes Marciales : » Todos amigos en la FIL […]
interesante crónica, pero no creo que la solución al amiguismo y mediocridad acrítica reinantes tengan que ver con el paraguas estatal a la cultura. No es tan fácil, me parece que aquello está más definido por profundas conductas políticas y sociales. En el Perú, paráfrasis de neoliberalismo y del salvase quién pueda, la zalamería y vacuidad son aun más audaces. Por otro lado las burocracias culturales que mamaron bien en los 70s se han acomodado aceptablemente en el nuevo orden corporativo y tercerizado. Y me parece que es así en todos lados y tal vez en todos los tiempos. Ahora, yo recalco el valor de este artículo por la situación inconcebible que vive México estos días. Eso si me parece un nuevo level viejo. Un peldaño más hacia no sé donde, nuestra capacidad para brindar mientras la alfombra se tiñe espesamente y los acontecimientos se precipitan. Cómo podemos leer o escribir si es la puta medianoche y nos han robado el fuego viejo. Pues ahí esta, eso lo explica todo.