Pablo Miravet

El año termina con una buena noticia: a Fernando Vallejo le concedieron el premio FIL de literatura en lenguas romances; Vallejo pronunció un ácido discurso de veinte minutos largos en Guadalajara que es una pieza literaria digna de ser escuchada. Ahí va una selección de lo mejor que he leído este año. Dejo a un lado las relecturas y los libros editados antes de 2010. Por otra parte, menciono únicamente libros de narrativa firmados por autores españoles y latinoamericanos para no hacer el trámite demasiado plomizo. He disfrutado leyendo la reedición de los dos primeros libros de Luis Magrinyà (Los aéreos y Belinda y el monstruo), reunidos junto a otros cuatro relatos en el volumen Cuentos de los noventa (Madrid, Caballo de Troya, 2011). Magrinyà volvió a las librerías en 2010 con Habitación doble (Barcelona, Anagrama), un libro que lo revalidó como escritor de gran estilo. A Vila-Matas no le ha abandonado la inspiración; en 2011 ha publicado, entre otros, un buen texto inédito de “ficción crítica” (“Chet Baker piensa en su arte”) en un volumen homónimo editado por la colección Debolsillo de Mondadori que agrupa sus relatos escogidos, entre ellos el memorable “El hijo del columpio”. Me pareció un libro valioso y bien escrito El cuerpo en que nací, de Guadalupe Nettel (Barcelona, Anagrama, 2011). Leí con gusto Hilos de sangre, de Gonzalo Torné (Barcelona, Mondadori, 2010), una novela ambiciosa y muy estimable, más allá de las pequeñas deficiencias de la edición. Me reí trágicamente leyendo Un momento de descanso, de Antonio Orejudo (Barcelona, Tusquets, 2011), aunque no es el mejor libro de Orejudo. Me demoré en la lectura placentera de Hotel DF, de Guillermo Fadanelli (Barcelona, Mondadori, 2011). Lo pasé bien con La bicicleta estática, de Sergi Pàmies (Barcelona, Anagrama, 2011), que tiene cuatro relatos buenos, y con Los lemmings y otros de Fabián Casas (Barcelona, Alpha Decay, 2011). He leído con interés (e incluso, en algún momento de flaqueza, con emoción) dos libros de literatura filial escritos desde perspectivas distintas: Formas de volver a casa, de Alejandro Zambra (Barcelona, Anagrama, 2011), y El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia, de Patricio Pron (Barcelona, Mondadori, 2011). Otros dos libros que tienen bastante en común y que me atrajeron: Alma, de Javier Moreno (Madrid, Lengua de trapo, 2011) y Una belleza vulgar, de Damián Tabarovsky (Madrid, Caballo de Troya, 2011). Ha sido inevitable leer la novela de Tabarovsky contrastando el texto con las tesis que sostiene el autor en Literatura de izquierda (editado en España por Periférica en 2010, seis años después de su aparición en Argentina), un ensayo provocador y discutible en algunos puntos (empezando por el título) del que retuve la teorización de la “comunidad inoperante”. En el capítulo de rarezas, incluyo El espíritu de cristal, de Carlos Jover (Palma de Mallorca, Sloper, 2010), una novela sorprendentemente bien escrita, y Constatación brutal del presente, de Javier Avilés (Barcelona, Libros del Silencio, 2011), este último no tanto por su calidad literaria cuanto por la exploración de la vía Finnegan’s que propone el autor. Valeria Luiselli publicó Los ingrávidos en Sexto Piso (Madrid, 2011), un libro delicado que se lee bien. Al margen de las polémicas que ha suscitado su publicación, una novela que considero pertinente es la áspera Ejército enemigo, de Alberto Olmos (Barcelona, Mondadori, 2011). Destaco, por último, La mano invisible de Isaac Rosa (Barcelona, Seix Barral, 2011).

Parafraseando a Wittgenstein: de lo que no me ha gustado, mejor callo.

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