Leer es olvidar, o recordar poco y nada. Una frase, una imagen, un chiste, una idea, un personaje, una escena, un título, un autor, una corriente literaria: a eso queda reducida toda lectura.
Cambian los títulos, los autores, los géneros, los argumentos, la forma y el tema. (Por cierto, se desaconseja el tema libre a todo escritor que desee la aceptación de su obra, ya sea por parte de editores, periodistas o lectores. En la forma todo vale, pero no así en la elección temática). Cambia todo esto, decía, pero uno siempre acaba leyendo el mismo libro, el único libro posible, el libro que se lleva dentro.
¿Qué más? Leer es sólo otra manera de rellenar el tiempo hasta que la palmas. ¿Qué más? Leer es un intento vano por aprender a escribir ya que luego te sientas y escribes como siempre y sólo como puedes.
Todas estas ideas que ya ni me acuerdo de dónde he robado, porque leer es olvidar, ¿ya lo he dicho?, son meras excusas y rodeos, porque en realidad lo que me ocurre es que no sé hablar de libros.
Un momento. Nadie me dijo que hablara de libros. Aquí se trata de comentar lecturas. De este año recuerdo especialmente la lectura de una cenefa en la estación de metro El Carmel, Línea 5, Barcelona. Es una cenefa amarilla a modo de cinta métrica que recorre pasillos y escaleras mecánicas, y en ella se enumeran 25 sustantivos abstractos manoseados hasta perder el sentido (labor de publicista), precedidos en cada caso del eslógan de la acción comunicativa: «Tómate un minuto de…» (sólo un minuto, que somos catalanes). Tómate un minuto de duda, nostalgia, utopía, calma, incertidumbre, determinación, olvido, disidencia, riesgo, convivencia, evolución, audacia, paciencia, clarividencia, imaginación, deseo, autoestima, solidaridad, afecto, tolerancia, ingenio. Dígame, Carver, ¿de qué hablamos cuando hablamos de cada una de estas cosas?
Dejaré de hacerme el distinto. Intentaré hablar de libros. Para mis lecturas tengo un riguroso sistema de prioridades que establece qué libros voy a leer y en qué orden.
Prioridad 1. Libros escritos por amigos y preciados conocidos.
Aquí debo referir la grata lectura de El pozo y las ruinas (2010), de la argentina Jimena Néspolo, una novela que empecé con la convicción y la preocupación de que no iba a gustarme y de que tendría que hallar algún elemento aislado en el libro que pudiera rescatarse y elogiarse cuando hablara con la autora (algo como la portada, que en esta edición ya no me gustó de entrada). Pero al final resultó ser una de esas pocas novelas que me inspiran para ponerme a hablar como si supiera hablar de libros. Hasta terminé ensayando una reseñita: «Novela estimulante y novedosa. Formalmente creativa. Rica en ideas y recursos: narrativos, gráficos, visuales. Un collage de textos y voces, y hasta notas al pie fotográficas. Pero no hay pose innovadora. No hay detrás ningún efectismo marketinero marca Oloixarac. Los referentes no sintonizan con el Enteradillo’s Infomational Universe, pero son propios. Néspolo aporta sustancia y literatura. ¿El tema? Un fotógrafo hijo de desaparecidos que desentierra el horror».
Prioridad 2. Libros de lectura pendiente e imprescindible.
Lo que vendría a ser: lagunas imperdonables e inconfesables. Ahora mismo estoy con Un mundo para Julius (1970), de Bryce Echenique. La novela es desternillante y sobre todo destaca por ser una maquinaria de lenguaje: prosa inconfundiblemente sudaca, libre, fresca y juguetona. El relato es el retrato de ese desdén clasista y grotesco que caracteriza a la gente rica de un país pobre.
En esta categoría, sin embargo, quisiera incluir como la lectura más significativa del año a Izquierda y Derecha (1929), de Joseph Roth. El contexto es la arruinada república de Weimar de entreguerras, caldo de cultivo del nazismo. Una voz poderosa, burlesca y lúcida conduce la narración. En una ficción la voz es un elemento esencial, al menos para los que creemos que las buenas historias están sobrevaloradas. Ahí va una perla:
«No necesitaba leer más de diez páginas para caer rendido a los pies del autor o calificar el libro de “porquería”. Porque le gustaban las expresiones fuertes, quizás era el único signo claro de juventud que había él».
Otra:
«El periodista daba vueltas a su idea y paseaba de un lado a otro del despacho dictando frases rotundas cuyo eco le devolvía el tableteo de una máquina de escribir. Todas estas personas creían ser libres. Apenas conocían al hombre que llevaba a sus mesas el pan y la margarina, la excelente mantequilla o un sucedáneo».
Y otra más:
«En el fondo, no creía ni sincera ni definitivamente en su muerte. Pero, a veces, las personas como él sienten la necesidad de exagerar su desgracia sin que los molesten o los consuelen».
Debo ser sincero: este tipo de voces es lo único que realmente me atrae de la literatura. Me gusta el narrador manipulador, el que sabe conducirte a una definición que está de acuerdo con lo que él piensa, y creo que los escritores responsables de estos narradores son los únicos que tienen algo que decir, da igual si no son sutiles o si no tienen ninguna historia que contar.
Prioridad 3. Libros de actualidad.
Es decir: títulos pertenecientes a escritores menores y coetáneos. Lo de «menores» no encierra menosprecio literario, ¿vale?, sólo señalo que los coetáneos hiperactuales que gozan de esa visibilidad que a todos nos gustaría son por lo general seis, siete, ocho, nueve y hasta diez años «menores» que yo, ¿vale? Pues eso, que hay que leer a los coetáneos que están haciendo bien los deberes, estar al corriente de esas novedades que están teniendo mucha prensa, da igual si se trata de un intercambio de favores y palmaditas o de una obra que sobresale por mérito propio.
Pero lo cierto es que en 2011 no he perdido el tiempo con este tipo de lecturas, porque ya venía curado de espanto del año pasado, después de que un colega me insistiera hasta convencerme de que leyera una novela española de un primerizo bendecida por todos los periodistas como la gran revelación literaria, titulada Fin (sí, ésa, la de oye que se parece a la Piel fría, la de oye que el autor es un obrero de fábrica –promoción brutal, hay que reconocerlo). La devolución del ejemplar que me prestaron tuvo que ir acompañada de una valoración. «Una buena novela de entretenimiento –le dije a mi colega–, ¿sabes si quedan ejemplares en Carrefour?» Y la ocasión me sirvió para conocer la biblioteca personal de mi colega. Estaba compuesta por: las obras completas de Murakami, las obras completas de Houellebeq, las obras completas de D.F Wallace, un ejemplar de la novela Fin. Y nada más. Absolutamente nada más. Quizás esto no les dice nada, pero a mí sí: no te puedes fiar de semejante consumo libresco.
No me gustaría dejar vacía esta categoría. Así que haré una salvedad y mencionaré la obra de un autor mayor que yo (en edad, físico y potencial literario) que se convirtió en título de actualidad por tratarse de su última novela publicada en vida: Lo que sé de los vampiros (2008), de Francisco Casavella. Escenario: Europa y el Siglo de las Luces, un jesuita desterrado que recorre las cortes en compañía de un hombre mayor que podría ser el Conde de Saint-Germain. Personajes siempre fuera de lugar, humillados, sin escarmiento. La verdad es que me quedo con otros libros de Casavella, que me hicieron muy feliz en su momento, pero en esta novela como en todas las suyas la voz y el estilo compensan lo que se echa en falta. Ahí va una frase:
«El enigma no se daba tan sólo en el habla; sus modales y hasta sus silencios compartían esa falta de llaneza que tan ingrata le es al vulgo cuando no debe agasajarla».
Y otra:
«El bobo ve su imagen perfecta en el pequeño Martín Viloalle, mientras le enseña una verdad desnuda: cualquier esfuerzo de Martín sólo es y será derramada saliva de un imbécil».
Enorme Francisco; en Barcelona vivíamos en el mismo edificio de la calle Campo Sagrado, nos cruzábamos en el supermercado, yo iba a por las verduritas y él a por la bebida blanca. Lo veía y pensaba: vaya oso, ése sí, ése sí que es un escritor.
Prioridad 4. Libros que traduzco.
Están al final de mi lista de prioridades, y sin embargo ocupan el primer lugar entre mis lecturas. Seis de cada diez libros que leo, los leo porque tengo que traducirlos. Narrativa americanosa pura y dura en una amplia variedad: histórica, romántica, erótica… Todo es posible, desde el género infantil y el porno conservador (una vez me tocó traducir ambos a la vez) hasta el thriller extravagante y la biografía de la última diva pop para quinceañeras, pasando por la ficción adolescente de ángeles y vampiros y sin olvidar las fábulas de autoayuda feminista (elefantas en un matriarcado y tal). Producción editorial anglosajona con destino de best-seller, el tipo de relato basado en la trama, la intriga y la prosa llana, con un formato de guión de cine pensado ya para la pantalla, orientado a la inmensa mayoría planetaria con un interés limitado en la lectura y ningún interés en la literatura.
Entre las lecturas que me dieron de comer este año tengo muy presente un thriller llamado Goliat, de Steve Alten. Ninguna frase para entrecomillar. Así que ahí van algunas pinceladas de la historia: va de inteligencia artificial, de tecnología armamentística, de un submarino gigantesco (adivinen el nombre) gobernado por un nanoordenador bioquímico y cargado con misiles nucleares robados. La meganave está en manos de unos rebeldes que en nombre de la humanidad imponen exigencias a los países: el cierre de los laboratorios de bioarmamento en EE.UU., el derrocamiento de una lista de dictadores en varios países periféricos, etc. El país que no cumple recibe una cabeza nuclear como regalito. Así las capitales de Irán y Corea del Norte son borradas del mapa, junto con Kim Jong II y Ahmadinejad. El presi de EE.UU cumple con lo que se le pide, y tiene una charla con sus asesores y generales: oye, que estos locos nos están haciendo un favor / sí, ahora la gente de los países de la lista saldrá a la calle y pedirá la cabeza de los dictadores / y eso además tendrá un efecto dominó / claro: primero Etiopía, luego Egipto y al final Libia / pero en Arabia Saudí que ni se les ocurra. ¿Por qué tengo tan presente esta novela? Porque mientras la traducía me tocó asesinar a Gadafi exactamente un día antes de que sus captores lo mataran en Sirte. Por lo demás, poco que añadir sobre el libro: datos y descripciones minuciosas de lo inenarrablemente atroz se alternan con los chistes peliculeros del héroe yanqui en momentos de máximo peligro. Y el propósito, como no, de revelarlo todo acerca de la vileza de los gobiernos del mundo, eso de lo que presume El País desde que vende wikileaks. Pero no hay nada que nos filtre Julian Assange o nos cuente un activista de barra de Barcelona que nuestras madres, tías y abuelas no sepan ya a través de lecturas como ésta. Para los que se hayan quedado con la intriga y quieran leer el libro, próximamente en OpenCor, o en Carrefour.
es legión.
¡Al menos hay espantos que le dan a uno de comer!
Herzliche Grüße!