Jorge Salavert

2011 ha sido un buen año para la lectura. Terminé 2010 leyendo The Adventures of Vela, una narrativa en verso de Albert Wendt, autor samoano residente en Nueva Zelanda. Su protagonista es Vela, una especie de troubadour del océano Pacífico, que con su historia atraviesa los siglos, desde el tiempo mitológico de la creación del mundo según las antiguas creencias polinesias hasta nuestros mismos días. La historia refleja esencialmente la cualidad oral de la milenaria cultura samoana, y destaca por su musicalidad.

Una lectura provechosa este año fue la última novela de Peter Carey, Parrot y Olivier en América. El autor australiano ‘exiliado’ en Nueva York vuelve a hacer uso de fuentes históricas (el viaje de Alex de Tocqueville en 1831 a la costa este de la entonces joven nación norteamericana). La historia se escribe a través de los diarios de los dos narradores y personajes principales: el melindroso y temperamental aristócrata francés Olivier (inspirado por de Tocqueville) y su criado Parrot, quien ha pasado algunos años en la colonia penal de Sydney, y que aporta la mirada cáustica de su autor australiano. Hay caricatura e ironía en abundancia, y no puede defraudar a quien disfrutara en su momento de Óscar y Lucinda o Jack Maggs.

Como muchos otros, no resistí la tentación de leer Freedom de Franzen. No creo que estemos ante la gran novela norteamericana del siglo XXI, pero es un hecho que Franzen vende mucho. Testigos de su charla pública en la Biblioteca Nacional de Australia en invierno (no pude asistir por celebrarse en horas de trabajo) me aseguran que en Australia a Franzen únicamente pareció entusiasmarle observar pájaros. Freedom me gustó, pero no me entusiasmó.

Muchos otros libros pasaron por mis manos en 2011. Me gustaron Una parte del todo, primera novela del australiano Steve Toltz, El refugio de la memoria de Tony Judt, The White Tiger del indio Aravind Adiga, Syrup de Max Barry, The Sense of an Ending del británico Julian Barnes y la primera parte de Traiciones de la memoria del colombiano Héctor Abad Faciolince. También hubo decepciones: El último día antes de mañana, una pobre narración de Eduard Márquez, y Blanco nocturno de Ricardo Piglia (la segunda parte de la novela me pareció algo latosa). E incluso hubo algún motivo para un poco de cabreo por parte del lector: Fin, de David Monteagudo, y El tiempo mientras tanto, de Carmen Amoraga.

Y dejo para el final el que elijo como mi libro del año 2011: Contes rusos/Cuentos rusos, de Francesc Serés. Un notable juego metaliterario y evocación del difunto sistema soviético, tanto en sus aspectos positivos como los negativos, Cuentos rusos se abre como las muñequitas rusas, las matrioskas, y ofrece un atractivo abanico de posibilidades al lector: desde un ficticio concierto de Elvis Presley en la Plaza Roja de Moscú a la burla final de un cosmonauta desde la nave espacial averiada que será su tumba, pasando por la charla aparentemente intrascendente de dos azafatas de tierra de una línea de bajo coste. Un libro que deja un excelente sabor de boca.

0 Replies to “Jorge Salavert”