El último libro que leí antes de sentarme a escribir estas líneas fue 1984 de George Orwell. Fue una casualidad que leyera sobre proles justo ahora. No fue premeditado. La primera vez que leí 1984 fue, sí, en 1984, pero lo leí en español: ahora, 25 años después, lo leí en inglés, y fue como leerlo por vez primera, aunque descubrí todo lo que le debo a Orwell (que es mucho). No leí 1984 de forma gratuita, debo anotarlo. Preparo una nota sobre 1Q84 de Haruki Murakami y, pues, me pareció que debía regresar a Orwell para ponerlo a dialogar con el novelista japonés y su opus magnum, que también leí y me gustó mucho (y me llevó a preguntarme: ¿por qué se le tiene tanta tirria a Murakami?). También atajé un gran pendiente: terminé de leer el Red Riding Quartet de David Peace: me faltaban Nineteen Eighty y Nineteen Eighy-Three y, finalmente, los encaré. Esa tetralogía es, sin más, la gran cosa. Si quieren leer buen noir, lean a Peace. Rompiendo con mi ciclo de años literarios, leí mucha literatura mexicana, sobre todo escrita por jóvenes. El mejor del conjunto es el Cosmonauta de Daniel Espartaco Sánchez, una pequeña obra maestra. También leí Tiempos de culpa, de Erma Cárdenas, que no dejó de sorprenderme. Y me divertí como enano con la Siembra de nubes de Oswaldo Zavala, uno de nuestros secretos mejor guardados: quien quiera leer una historia en clave del Boom, su antesala (Borges) y su desagüe (Bolaño), tiene que leer a Zavala. También leí la desternillante Ánima de Antonio Ortuño, que me parece un punto de llegada y un hallazgo literario. ¿Más mexicanos? Claro que sí: Moho, de Paulette Jonguitud, y Mala fe sensacional, de Luis Panini: vayan mis aplausos. En otro tenor, y regresando de cierto modo a 1984, leí los Comentarios a la sociedad del espectáculo de Guy Debord en su versión inglesa, traducida por Malcolm Imrie: espeluznante, para no decir espectacular, palabra peyorativa y de mal gusto. Leí mucho, muchísimo más, pero ya me estoy pasando de tueste, tengo muchos pendientes por resolver y son las 21.22, hora en la que tendré que dejar de lado Nosotros, del ruso Yevgeni Zamiatin, uno de los últimos libros que leeré en 2011.
es legión.
Post Scriptum obligado. A esta lista debo sumar Constatación brutal del presente, de Javier Avilés, libro que no sé si acabaré antes de que acabe conmigo. Es la constatación luminosa de que el género novelístico no conoce fronteras. Y de que aún hay vigorosos nadadores a contracorriente.