Antonio Díaz Oliva

Lo dije hace doce meses atrás en el recuento de mis lecturas cerdas: terminaría mi 2010 leyendo Freedom de Jonathan Franzen y, debo confirmar, fue una excelente manera de cerrar el año y además de reencontrarme con el autor de Las Correcciones, una novela que siempre he encontrado algo sobrevalorada. Por eso, en estos momentos me encuentro en una tarea similar: leo todos los días un poco de The Pale King de David Foster Wallace, el cual será mi último libro de este 2011. Y ya saben: puede que el 2012 se acabe el mundo, pero por lo menos habré leído lo último que DFW escribió.

La gran decepción de mi 2011 fueron los dos primeros tomos de 1Q84 de Haruki Murakami. La historia se me hizo eterna, le faltaba acción y a veces bordeaba un realismo mágico -o algo parecido a una atmósfera onírica- que no me convenció del todo. Paralelamente a la lectura de 1Q84, en una tienda de libros en inglés en Perú, hallé Underground: The Tokyo Gas Attack and the Japanese Psyche, el libro del japonés sobre los ataques de gas sarín en el metro de Tokio en 1995. Me cautivó, me tuvo leyendo por horas y quedé con ganas de más.

Algo extraño me sucedió al leer las siguientes cuatro novelas: Formas de volver a casa de Alejandro Zambra, El cuerpo en que nací de Guadalupe Nettel, El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia de Patricio Pron y Tiempo de vida de Marcos Giralt Torrente. ¿Estaban esos cuatro autores intentando escribir una misma novela? No sé. O no: obviamente que no. Pero los cuatro comparten cosas en común, no sólo porque -más o menos- son de la misma generación, sino porque se repiten elementos en sus historias (principalmente la relación con los padres, pero también la ficcionalización de la infancia y/o la pubertad, las dictaduras de sus respectivos países, y una forma y tono de escritura que se acerca cuidadosa y levemente a la memoir). Me parece que luego de cuatro libros como esos, resulta algo complejo tomar la misma senda (la de la autoficción, como le han llamado), por lo que hay que buscar otras carreteras narrativas.

En Chile muchos escritores ¿jóvenes? publicaron novelas y libros de relatos (Daniel Hidalgo, Juan Pablo Roncone, Francisco Díaz Klaassen, Gonzalo Maier, Simón Soto) y hasta hubo una antología que reunió a algunos (Voces-30). De alguna forma me siento un poco inhabilitado para comentar (por la cercanía ¿generacional?), pero no estaría de más estar atento a lo que salga de ahí. De todas maneras, y en cuanto a Chile, para mí la lectura de Correr el tupido velo, las memorias de Pilar Donoso, la hija de José Donoso, fue uno de los momentos que no olvidaré. Lo había empezado el 2009, pero lo tuve que dejar y recién lo finalicé hace un tiempo. Y fue una tenebrosa sincronía: apenas un mes luego de pasar la última página, la autora murió y lo que había leído me quedó retumbando hasta hoy. No sé si a propósito o no, mi siguiente lectura fue Blue Nights de Joan Didion. Me fue imposible no hilar ambas historias; no pensar en la hija de Joan Didion que también murió de forma trágica y a la vez volver a las postales donosianas de Correr el tupido velo. Y me es imposible no evocar todas esas frases que tengo subrayadas en las que Didion habla de ese momento del día en que todo se torna de un color azul medio extraño. Un color que es más bien una sensación. O una epifanía lúgubre. O algo, tal vez, demasiado triste para ponerlo en palabras.

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