26 son los muertos que aparecen el 24 de noviembre en la Glorieta de Los Arcos del Milenio en Guadalajara. Los cadáveres se encuentran atados de pies y manos, dentro de un trío de camionetas abandonadas en la calle, con huellas de bala en sus cráneos, signo claro de haber sido ejecutados. Con esta imagen estampada en la cabeza tomo el vuelo que me reunirá con mis 24 desconocidos compañeros que conforman los secretos mejor guardados de la literatura latinoamericana según la FIL. Conmigo hacemos 25, pienso. Un número menos que el que leo en el diario del avión mientras me acerco al epicentro de la noticia. La nota del día señala que las 26 víctimas habrían sido gente anónima, mecánicos, chatarreros, empleados, personas desconocidas, sin reconocimiento público, como escritores secretos escondidos detrás de una página en blanco.
Con una pistola en la nuca deben ser millones las imágenes que se cruzan por la mente. Desde la infancia en adelante, instantáneas veloces de la pequeña o gran biografía que se tuvo. Lejos de sentir algo tan crudamente parecido, al evocar mis cuatro días en la FIL, a escasa distancia de Los Arcos del Milenio, es difícil sacarse ese imaginario feroz de encima. ¿Se puede entrar a Comala sin intuir la presencia de sus muertos? Como debe ocurrirle a un condenado frente al pelotón de fusilamiento, la intensidad de lo vivido esos días hace que todo recuerdo desfile por la mente con la forma de imágenes sueltas, trozos desperdigados, chispazos gozosos de una estadía carnavalesca.
La energía festiva y amable de mis anfitrionas es lo primero que aparece como una fotografía en la memoria. Luego mis 24 secretos compañeros, sus voces de acentos dispares, sus mexicanismos y peruanismos y ecuatorianismos y colombianismos, y todos los ismos posibles y combinables. Sus libros, su conversación, los intercambios literarios y vivenciales, las mesas de presentación que fueron tomando su forma definitiva de a poco, con cierta frialdad al comienzo, enmarcadas por una banda sonora extraña con las voces de actores profesionales leyendo párrafos que se parecían a los nuestros, a los que alguna vez escribimos, pero que así, tal cual sonaban, eran ajenos, como de otro lugar, como escritos por muertos. Pero los escritores, con sus voces llenas de ismos, se apropiaron de lo suyo y terminaron leyendo con autoridad sus textos y así se develaron mejor que con cualquier entrevista. No hay nada como la voz de un autor, por secreto que sea, nadie conoce mejor que él la respiración de su propia escritura. También recuerdo las caras entusiastas de los alumnos de la Prepa número 4 en mi visita a su escuela en el programa de los Ecos de la FIL, una de las imágenes más luminosas y reales que me traje. Sus preguntas, su lectura rigurosa de mis libros, su curiosidad por el río Mapocho, por la ciudad de Santiago de Chile. También el maestro Joaquín, profesor de la Prepa, y su paseo por Tlaquepaque, sus talleres literarios, su conversación generosa, sus teorías sobre lo ocurrido con los 26 hace apenas unos días atrás.
Una noche pasé por la Glorieta de Los Arcos del Milenio. No recuerdo qué noche, ahí en la FIL el tiempo corre en contra, al revés del minutero. Venía de alguna comida, o tal vez de una fiesta o un cóctel, no lo sé. Era tarde, muy tarde, y el lugar estaba vacío. Por sobre mi frente leí un cartel de señalización que decía: A Tlaquepaque. ¿Alguno de los 26 habrá alcanzado a leer ese cartel? No creo, sus cabezas estaban envueltas en bolsas plásticas. El taxista condujo lentamente por el paso nivel, tal como se lo pedí, porque quería observar con detalle el escenario que había visto únicamente por fotografías en la prensa. Me acerqué al vidrio de la ventana, pero sólo vi una calle vacía. El silencio ciego de la noche. De golpe recordé la voz frágil de Herta Müller en una conferencia a la que alcancé a asistir en la FIL esa misma tarde. Allí dijo que lo que le había tocado como escritora había sido narrar el silencio de los muertos.
Días antes, o después, no lo recuerdo, nos reunimos los 25 secretos mejor guardados de la literatura latinoamericana por única vez para sacarnos la fotografía oficial del grupo. Fue una reunión relajada donde no terminábamos de conocernos unos a otros. Como buenos secretos nuestros rostros no eran públicos, gente común y corriente, como mecánicos, chatarreros o empleados, personas anónimas hasta para nosotros mismos. Así posamos en fila frente a la cámara. Una instantánea que quedó grabada también en mi recuerdo. Antes de desarmar la estampa e irnos al cóctel de turno que nos esperaba, alguien gritó que no éramos 25 en la fotografía, que había que contar bien porque esta vez éramos 26. Alguien sobraba. Alguno no era el que decía ser. Algo estaba fuera de forma, fuera de línea, fuera de contorno, fuera de tono.
26, no 25.
¿Un infiltrado? ¿Un reemplazante? ¿Un error de enfoque? ¿Una broma?
Ahora, a la distancia, miro la fotografía en la pantalla de mi computador y pienso que ese número 26 sólo era la sombra de los otros. El silencio de los muertos exigiéndonos un párrafo.
nació en Santiago de Chile en 1971. Es actriz, escritora y guionista. Autora del libro de cuentos El Cielo (Cuarto Propio, 2000), y de las novelas Mapocho (Planeta 2003/Uqbar, 2007) y Av. 10 de Julio Huamachuco (Uqbar, 2007).
Gracias, Nona, gracias por compartir con todos nosotros estas vivencias tuyas y las posteriores reflexiones, ya en frío, como encontraron a los 26, lejos del mundillo mercantiliterario que es una Feria del Libro.
Completamente de acuerdo: los muertos nos exigen, no ya párrafos, sino páginas y páginas de palabras y de su silencio.
Agradecido,
Jorge
Nona, tu prosa es increíble, hermosa, te lleva al abismo ceniciento de la imaginación, como en tus libros.
Merecido viaje, genial testimonio, buena reflexión.
¿Cuándo otra novela?
Ya es hora de dejar un rato los culebrones, y obsequiarnos una nueva historia escrita, sin Pacho Melo, ni Amparo Noguera, eres la mejor novelista que aún sigue en silencio, debes gritar, así nos sacudimos de tanto Letelier, simonetti, Allende, y Ampuero, y te pones en el lugar que mereces, como una admirada escritora.
Tu ferviente e incondicional lector.
Nona,gracias por compartir tu viaje, el profundo e intimo.
Brava escritora.
Qué buen texto.
q mala onda 1 de ellos era hermano de mi tio de parte de mi mama el iva en la caravan oscura se llamaba q en pas descanse guadalupe bunrrostro (agan algo)
hagan justisia eso no se tiene que quedar asi
Los 25 secretos mejor guardados de América Latina, bah.
Efectista. Frío. Mirada superficial de turista lampareado por los diarios. Es como si uno hablara del río Mapocho y dijera que es sólo un río seco, pútrido, o que Bella Vista es el único sitio cultural en Santiago. Vamos, se hubiera agradecido una mirada lateral. Al menos, que las tortas ahogadas estuvieron ricas.