1.
Leo al escritor José Carlos Yrigoyen hablando en la web peruana Nosotros matamos menos (Monos con metralleta) sobre la crítica literaria peruana que ejercen los «reseñadores literarios de la prensa limeña», en un post que lleva por título Crítica raquítica –aquí-.
Yrigoyen echa de menos la página de crítica que tenía Rocío Silva Santisteban en la revista Somos durante los años noventa. Y, en verdad, lo que echa de menos especialmente es ese:
«arriesgar mínimamente una opinión. Pasar por la experiencia, nada agradable, es cierto, de quedar de vez en cuando mal con alguien».
Y la posición de Yrigoyen sobre este tema es válida -y relevante-, pues Silva Santisteban criticó duramente su primer libro, «un pecado juvenil», en palabras del propio Yrigoyen.
Con muy honrosas excepciones, «la práctica de la crítica literaria ha desaparecido de los medios», nos dice el escritor peruano.
Yrigoyen, sin embargo, dice algo de importancia, pues que, para él, apenas se ejerce una «crítica que juega al avestruz (pura descripción, cero opinión, o, lo que es peor, una desmedida generosidad con todo los libros que reciben)» o acaso cuando los críticos se esmeran en ser justos, «las páginas culturales de los medios en que laboran son tan insignificantes que es como si no existieran».
Dicho en otras palabras, qué sentido tiene realizar una crítica esforzada, con fundamento y razones, una crítica argumentada paso a paso y, esencialmente justa, si ésta no tiene la menor visibilidad.
Aquí a mí me gustaría irle a la contra a Yrigoyen, pues yo creo que siempre será útil, tenga la crítica mayor o menor visibilidad. Ahora bien, no es menos cierto que considero que los medios importantes deberían prever como elemento irrenunciable de sus suplementos la buena crítica, ejercida con oficio, solvencia y buena dedicación. Y, por supuesto, remunerada acorde a su valía.
Aunque no todo está perdido, al parecer, pues Yrigoyen señala a Javier Agreda, crítico del diario La República, como salvedad a la regla. A pesar de aceptar que las reseñas de éste «pequen de mecánicas (su modus operandi es el siguiente: primero presenta el libro, luego señala sus virtudes, y en el 90% de los casos termina dando una maleteada)», en opinión de Yrigoyen, «a diferencia de casi todos los demás [Agreda] se toma su trabajo con cierto rigor».
2.
Algunos recordarán el asunto de la escritora Jacqueline Howett (aquí su blog, y aquí la nota que le dedicó Jean Hannah Edelstein en The Guardian ), un asunto que saltó a la palestra antes del verano, para acabar convirtiéndose en una suerte de fenómeno de Internet. Por si no les suena, el caso es que a un blogger se le ocurrió hacer una crítica de la novela (auto)publicada de Howett y a esta no le gustó y se lio la de dios-es-cristo. El caso dio, así de buenas a primeras, para cuatro lecciones de virtud y profesionalidad –aquí– sobre el comportamiento en Internet de los escritores.
El escritor Leo Benedictus, al hilo del asunto Howett, escribió en las páginas de Prospect Magazine un artículo que llevaba por título «Tough Love (Why do book reviewers insist on being so nice? More honesty would benefit everyone)» –aquí-. En él venía a decir que hay una suerte de cultura de la bondad al respecto de las críticas de libros y que, tal benevolencia se ha extendido a la Internet. Dice que los bloggers, libres de cualquier presión empresarial, sin embargo, tienden a ser cándidos con los escritores noveles y a hablar de los libros que les gustan y no de los que les disgustan.
Pero, en opinión de Benedictus (quien, a su vez, es un autor debutante), las malas reseñas (en el sentido de reseñas críticas) ayudarían a: 1) que los autores estuviesen más dispuestos a mejorar, habida cuenta de saberse señalados públicamente en los defectos que sus libros contienen y 2) el debate sobre un mal libro contribuiría a visibilizar -por contraste- los otros buenos libros que hasta ahora habían pasado inadvertidos. Al mismo tiempo, decirle a un autor debutante qué ha hecho mal puede servir para que su próximo libro sea mejor, dice Benedictus.
En opinión de éste, pues, si queremos una cultura literaria justa y equitativa, habremos de aceptar la severidad de los juicios críticos sobre las obras que se reseñan.
Claro que a nadie le gusta que le afeen su obra en público y, así, en opinión de Benedictus, se habría de dejar espacio también para la réplica de los propios autores; de manera siempre amigable, puntualiza, eso sí.
3.
Manuel Gil se dedica a la consultoría y a la docencia en el sector del libro, y tiene una experiencia profesional de más de treinta años.
Suele escribir en su blog Antinomias libro –aquí– y en la revista Texturas, siempre con una intención bastante crítica y sobre temas -en mi opinión- no suficientemente abordados (al menos de manera pública) por los diferentes actores del sector del libro como son: el precio fijo, las subvenciones o los -necesarios- ajustes de las tiradas y la espantada generalizada del público de las librerías.
Traigo a colación a Manuel Gil porque hace unos días reflexionaba éste sobre algo tan abtruso, pero elocuente como la mortadela, el chopped y su relación con la crisis económica y el libro –aquí-.
Debido a la crisis ecónomica (el número de personas desempleadas en España roza ya los 4 millones y medio, con una tasa del 21,5% -y aumentando-), dice Gil que la gente ya no compra productos de calidad y, en cambio, opta -debido a la bajada de los niveles de renta- por otros productos más baratos. Así, en lugar de comprar jamón serrano, se compra mortadela. Y en lugar de carne de vacuno, se compran salchichas.
Sin embargo, en el mundo del libro la tónica no es esa, sino más bien al contrario: las novedades suben de precio, mes a mes. En determinados casos rozando la infamia. No sólo los libros son cada vez más caros, sino que es más complicado discriminar entre ellos, pues sigue la tendencia alcista también en los reseñistas, que consienten en juzgar de manera benévola las novedades. Y no sólo en los suplementos literarios de los grandes periódicos (ahí es muy difícil encontrar una nota disonante), sino en los críticos que cuelgan sus textos en Internet, bien sea en sus blogs, bien sea en las revistas digitales.
En España se publican al año 80.000 libros.
Una cifra del todo inmanejable y que, por pura ley de mercado, debería obligar a las empresas del sector no sólo a ajustar el número de títulos que publican, sino también su precio para ganar en competitividad. Algo que es lógico en cualquier otra actividad económica no lo es tanto en el sector del libro; una actividad económica que, como se dice vulgarmente, no tiene «ni pies ni cabeza».
Del mismo modo, tal avalancha de títulos, habría de obligar al crítico a ser más exigente con sus juicios y con la elección de los títulos que reseña y critica. Sin embargo, no es esto lo que sucede, con la consecuente deriva de los lectores, que no acaban de saber muy bien a qué atenerse y viendo cómo, mes a mes, su renta disponible para la adquisición de títulos mengua.
Es cierto que el mundo del libro lleva ya varios años haciendo fintas de puro arte a la crisis, y parece que -mal que bien- va campeando el temporal.
Pero esto no durará eternamente.
Manuel Gil apuesta por un low cost en novedades y se pregunta, ¿No se debería poner en el mercado novedades a 8 o 10 euros?
Cuando pienso que en 2011 en España se concedieron 3.649.601,50 de euros en subvenciones (sí, han oído bien, tres millones setecientos mil euros) para el fomento de la edición de libros españoles [el informe completo se puede leer –aquí-], yo me pregunto lo mismo. Y, además, siento que me están tomando el pelo, pues no sólo me suben el precio de los libros hasta unos límites intolerables, sino que, además, siento que me cobran dos veces por el mismo libro.
Y me pregunto cómo es posible que habiendo impregnado la oleada de indignación a todos los órdenes de la vida no sólo de los españoles, sino de medio mundo, nadie diga nada -absolutamente nada- al respecto, que nadie se levante de una vez y les increpe a los editores: hasta aquí hemos llegado amigos, llevan ya demasiados años estafándonos.
es autor del libro de relatos Fin de fiestas (Suburbano, 2014), además de crítico literario y miembro de la AECL (Asociación Española de Críticos Literarios). Escribe sobre arte y cultura para diferentes medios impresos y digitales. Forma parte del equipo editorial de Hermano Cerdo.
La cifra es de una obscenidad sin parangón; es para alucinar que del erario público salga tanto dinero para fomento de ciertos libros y/o autores y/o editoriales, en vez de dedicar ese dinero a causas más loables y merecedoras, como abaratar los libros.
Pero por otra parte, según informaba EFE hace unas semanas, la circulación de copias pirateadas de libros llega ya al 50%, que en el caso de la música es el 80%. Por mucho que se haya encarecido el precio de los libros, hecho innegable, la picaresca no ayuda para nada al sector, sino que le da una puñalada trapera. Si hay un 50% de copias piratas, no estamos comprando esos libros, y ni las editoriales ni los libreros pueden crear empleo. La pescadilla se muerde la cola, y como siempre es la literatura la que pierde, la hermana pobre.
Va un abrazo, J.S.
Jorge