Distorsiones

El pasado es siempre un terreno a la vez resbaladizo y pedregoso, propenso al error y al olvido del sujeto. Uno de los pasajes más significativos en esta novela se puede leer como un guiño al lector/relector de ficción en el siglo XXI. El estudiante recién llegado, Adrian Finn, le espeta al profesor de Historia lo siguiente:

Pero naturalmente, mi deseo de adscribir responsabilidad a alguien pudiera ser más una reflexión de mi propia mentalidad que un justo análisis de lo sucedido. Ese es uno de los problemas centrales de la historia, ¿no es verdad, señor? La cuestión de la interpretación subjetiva frente a la objetiva, el hecho de que nos hace falta conocer la historia misma del historiador para poder comprender la versión que se nos ha puesto delante.

The Sense of an Ending investiga en lo esquiva que resulta la verdad como consecuencia de la subjetividad inherente en nuestra memoria. Barnes crea un narrador en primera persona, Tony Webster, que desde un principio advierte al lector que se sabe poco fidedigno. Uno de los recuerdos que menciona en el listado de recuerdos que conforma el primer párrafo ni siquiera es algo que él hubiera presenciado.

Que los seres humanos distorsionamos o adaptamos el pasado (o la historia) con el propósito de exculparnos es simplemente el reflejo (¿o la consecuencia lógica?) de nuestra desdichada condición mortal. Queremos que nos recuerden como a alguien querido, apreciado. Cedemos fácilmente a la tentación de (re)crear la historia de nuestras propias vidas a través de recuerdos y anécdotas, con tal de mitificarnos para la posteridad.

El narrador, Tony, ya jubilado, nos dice al comienzo de la novela que ha logrado un cierto estado de paz (consigo mismo, cabría añadir); tiene una nieta de su única hija, divorciado tras una década mantiene una cierta amistad con su exmujer; la tranquilidad, en fin, rige su vida, y al escribir esas páginas aspira a rememorar los días de su juventud.

Al colegio donde estudia llega un muchacho, Adrian Finn, a quien muy pronto Tony y sus dos amigos admirarán y buscarán como compañía. Adrian es bastante más inteligente que ellos, y consigue entrar en Cambridge. Tony estudia en una universidad menor, la de Bristol, donde conoce a Veronica. La relación con ella fracasa, y al cabo de unos meses recibe una carta de Adrian en la que éste le pide permiso para iniciar una relación con su exnovia. Tony se marcha a hacer las Américas, y a su regreso descubre que Adrian se ha suicidado.

La apacible y sosegada vida que Tony lleva en su jubilación se ve abocada a una seria crisis cuando recibe una carta de un abogado, por la cual descubre que la madre de Veronica le ha dejado una pequeña suma en su testamento y el diario de Adrian. En la segunda parte de la novela, Barnes crea unas buenas dosis de incertidumbre; lo que el lector quiere saber es por qué Tony reacciona como lo hace y, enfrentado a la nada halagadora realidad de lo que hizo, insiste en tratar de re-crear su pasado. El personaje, no hace falta explicarlo, sale malparado. No así la narración, que resulta ágil. Barnes se guarda en la manga hasta prácticamente la última página el naipe ganador, la baza definitiva.

Barnes toma el título de la novela de un libro fundamental de Frank Kermode, en el cual postulaba que lo que tradicionalmente llamamos historia no deja de ser una ficción, un intento de darle forma, de moldear el caos que es el tiempo.

Si en el párrafo citado anteriormente que Adrian le suelta a su viejo profesor Hunt sustituimos historia por narración, e historiador por narrador, vemos reflejada la tesis de Kermode. Somos muchos los que, de algún u otro modo, trataremos en su día de borrar o alterar las estupideces y las mentiras de nuestra juventud, de revestir esa (¿inevitable?) necedad juvenil de un barniz más aceptable para nuestra middle-age respectability, convirtiendo sucesos reales en simples anécdotas más o menos ajustadas a nuestro sentido del decoro. Dice Tony Webster que “puede que sea esta una de las diferencias entre la juventud y la vejez, cuando somos jóvenes, nos inventamos futuros diferentes para nosotros mismos; cuando somos viejos, nos inventamos pasados diferentes para los demás”.

Solamente cabe desear que la novela que cada cual escriba en su momento posea al menos tanta vivacidad y sagaz sutileza como ésta de Barnes, la cual se hizo merecedora del Premio Booker de este año.

by Jorge Salavert

nació en Valencia en 1964. Vive en Canberra, donde se dedica a la traducción y a la lectura. Escribe en el blog Notas Literarias,. Forma parte del equipo editorial de Hermano Cerdo.

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