Leyendo a Chéjov

Algunos escritores pagan sus deudas en vida, a veces sin razón y en ocasiones con toda la razón del mundo. Por ejemplo, Sir Vidia. Conozco a mucha gente que sin haber leído las novelas de Naipaul es capaz de recitar cada una de sus mezquindades gracias al talento vindicatorio de Paul Theroux. Bellow se tragó el libro que escribió su editora de treinta años, Harriet Wasermann, que lo pinta como un ser encantador y sofisticado y también malagradecido, egoísta y sumamente pagado de sí mismo. O Roth, a través del libro (que no he leído) que escribió Claire Bloom, en el que narra lo horrible que era vivir junto a semejante hombre. A Salinger le pasó lo mismo, y sólo menciono estos nombres porque son los que conozco.

La figura de Chéjov, sin embargo, sólo ha producido libros bellos, hasta donde sé. El mismo conde Tolstoi no pudo resistirse a su encanto y dijo, según Gorky, que era un hombre hermoso, adorable como una muchacha. «Camina incluso como una muchacha», añadió. No he encontrado, a la fecha, mezquindad ni contrariedad cada vez que un escritor habla de Chéjov. Algunas muchachas llegaron incluso a publicar libros sobre relaciones imaginarias con Chéjov. El retrato de Nemirovsky es bello por su prosa y por la manera en que desgrana la vida y obra de Anton Pavlovich. No he leído aún el libro de Natalia Ginzburg pero al rato me lo prestarán, así que remediaré eso por la tarde noche. El libro que ahora leo, de Janet Malcolm, narra un viaje por Yalta, Moscú y San Petersburgo iluminado por la lectura de Chéjov. Para quienes han sucumbido al encanto de «La dama y el perrito» es puro placer. En este ir y venir entre la biografía, la memoria, el reportaje y el ensayo crítico, Malcolm hace una lectura moral de Gurov y Anna que no había leído en ninguna parte. Los últimos ensayos que me han dejado muy intrigado respecto de la influencia de Chéjov (y en ocasiones, tristemente la falta de influencia) fueron lo que James Wood le dedicó en The Broken State, «What Chekhov Meant by Life» y en How Fiction Works, ambos interesados más en la capacidad para el detalle de APC, y en la manera en que Chéjov introdujo esos personajes que parecían estar en su propio mundo, personajes que provocaban la cólera de lectores contemporáneos y les hacían decir: «¿Y qué demonios tiene que ver con la historia ese tipo que recuerda a su tía que mataba gallinas?» Lo que Wood dice es que el realismo de Chéjov es aún más trascendental, más real, por así decir, porque es capaz de crear personajes que pueden darse el lujo de ser ellos mismos dentro de una ficción. Sentido restringido, por supuesto.

El libro de Malcolm es, también, limitado. El tema de su libro ya es de mucha ayuda, y a veces uno tiene la sensación de que Malcolm nos está vendiendo un producto que es vendible de por sí: un libro sobre Chéjov, y sobre la experiencia rusa. Pero la primera parte, al menos, de su estancia en Rusia, está dictada por las guías de turistas que le toca en suerte conocer, y no sé si a eso puede llamársele propiamente una experiencia rusa. La conclusión es que su viaje por Rusia no añade realmente mucho a su exploración crítica de la obra de Chéjov. Su sola lectura habría ya valido la pena, y no sé si encontrar momentos chejovianos en sus paseos turísticos sea necesario. Con todo es un libro muy ameno, como siempre lo son los libros sobre Chéjov.

by Mauricio Salvador

nació en 1979. Vive en la ciudad de México.

One Reply to “Leyendo a Chéjov”

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    Lourdes

    Chéjov es la neta. Hace ratito veía a unos estudiantes de prepa sorprendidísimos de que el monólogo «Conferencia sobre el daño que produce el tabaco» y el cuento «En el Barranco» fueran obra del mismo autor. Realmente es un tipo bárbaro, qué sentido del humor tan extravagante y a la vez tan natural, qué sentido de la tragedia y de la belleza del alma humana. Hay que leerlo y vivirlo y llorarlo y reírlo. ¡Viva Chéjov!

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