Pensando en el asunto de las influencias, no tanto como ansiedad sino con ese anhelo curioso de quien quiere saber de dónde vienen las cosas o los escritores que interesan a otros escritores y de qué modo unas obras fagocitan a otras o, por el contrario, no se dejan toquetear (por ser singulares y de difícil reproducción, o justo por lo contrario), leo en el periódico mexicano Milenio –aquí– el capítulo dedicado a Juan Carlos Onetti que Carlos Fuentes ha incluído en su reciente libro La gran novela latinoamericana (Alfaguara, 2011).
Dice el escritor mexicano:
«Onetti […] ni influye ni es influyente. Crea, y al hacerlo continúa y lleva más allá a una tradición. El escritor pertenece a una tradición y la enriquece con una nueva creación. Se debe a la tradición tanto como la tradición se debe al creador. La cuestión de las “influencias” pasa a ser, de este modo, parte de la facilidad anecdótica.»
No sé si la imposibilidad (o mayor dificultad) de la rapiña a la obra de Onetti se debe exclusivamente a la originalidad de la prosa del escritor uruguayo o a su opresiva sordidez. Y lo digo por algo que he leído en el último cuaderno diarístico publicado de Iñaki Uriarte, que lleva por título Diarios [segundo volumen: 2004-2007] (Ed. Pepitas de Calabaza, 2011).
Dice éste en una de sus anotaciones del año 2005, refiriéndose a un amigo suyo llamado Álvaro:
«Álvaro se ha medio jubilado y ha empezado a escribir cuentos.
Ha descubierto a Bolaño y quiere escribir como él. No es mal propósito. Supongo que si tratas de escribir como Bolaño, sin grandes elocuencias, puedes llegar a escribir con tu propia voz antes que copiando a otros autores más barrocos» (p. 66)
Quizá pues se deba a ese barroquismo que dice Uriarte, pienso.
Es más fácil intentar copiar la levedad (porque parece más sencilla), que no las orfebrerías de una prosa desbordante.
En este sentido, me acuerdo de que el otro día entrevistaban para el canal 24 horas de la televisión catalana a Marcos Ordoñez –aquí-, el crítico de teatro de Babelia, el suplemento del diario español El País, y decía éste que tenía que reescribir hasta tres veces sus crónicas y críticas para que tuviesen ese tono fresco y como conversacional que tanto se le suele alabar.
Lo que quiero decir es que la paradoja que se da con escritores de aparente prosa fácil -o leve- como Bolaño, Vila-Matas o Carver, por poner ejemplos de escritores seminales y parasitados impune y ominosamente, es que su fluidez, el tono suave de sus escritos, es dificilísimo de copiar, y no digamos ya de aprehender y de adaptar -con éxito- a los intereses estilísticos de uno mismo.
es autor del libro de relatos Fin de fiestas (Suburbano, 2014), además de crítico literario y miembro de la AECL (Asociación Española de Críticos Literarios). Escribe sobre arte y cultura para diferentes medios impresos y digitales. Forma parte del equipo editorial de Hermano Cerdo.
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