Siento cierta repulsa hacia la política; o más bien un rechazo directo y sin paliativos a que todo, al menos en España, se impregne de política. Y ello en su acepción más chabacana: la del comportamiento cerril, casi vacuno, de aquellos atravesados mortalmente por una ideología, de aquellos cuya voz se escucha siempre en el tono monocorde de la imposición y la soberbia.
A esta razón habría que achacar probablemente mi rechazo frontal a la lectura de Jorge Semprún (Madrid, 1923 / París, 2011), a quien siempre se ha tratado de neutralizar a base de cargar ideológicamente su literatura. Lo cual no significa que no la tenga, la carga ideológica, pero, como felizmente he descubierto al leer este verano La escritura o la vida (Tusquets, 2007), aparte de ideología hay eso: literatura.
Y, por ello, merece su obra el interés de los lectores, al menos el libro que ahora comentaremos brevemente: La escritura o la vida.
Es triste, también hay que decirlo, que el acercamiento a la obra de un autor se realice por causa de su reciente fallecimiento (Jorge Semprún murió el pasado 7 de Junio en París a los 88 años de edad), pero he de confesar que esta es la causa que me anima a escribir este post: la contrición personal.
En el libro La escritura o la vida se plantea la dicotomía entre la tentación de escribir como salvavidas resucitador y, al mismo tiempo, la escritura que vuelve insoportable el recuerdo. Y es que ha de decirse que el libro, memorialístico -pero con recursos de la ficción-, trae como base el internamiento de 18 meses de Jorge Semprún en el campo de exterminio alemán de Buchenwald, que, al final, acaba siendo visto por el escritor como una patria. Así, el libro abre con la liberación del campo (el 11 de abril de 1945) narrado en tiempo presente y se cierra con la vuelta al campo de concentración de Semprún cuarenta y siete años después: el 8 de marzo de 1992.
Entre medias se plantea el problema de cómo poner en palabras «algo que no atañe a la forma de un relato posible, sino a su sustancia» (p. 25), cómo dar cuenta de esa sensación de «no haberme liberado de la muerte, sino de haberla atravesado […] de haber regresado de la muerte» (p. 27). En suma: la construcción literaria, verosímil, del testimonio de aquel que regresa de las sombras, el aparecido, como a sí mismo se llama Semprún, y así encontrar el camino de todo escritor, su ascesis: «escribir hasta acabar con toda esa muerte…» (p. 183), pues «la literatura sólo es posible tras una primera ascesis y como resultado de este ejercicio mediante el cual el individuo transforma y asimila sus recuerdos dolorosos, al mismo tiempo que construye su personalidad» (p. 178).
En esas, se le llena su investigación literaria de intuiciones, como -por ejemplo- la de escribir un libro para el que «la música constituiría su materia nutricia: su matriz, su estructura formal imaginaria» (p. 174), de lecturas (le asombra la prosa de A. Gide), tristezas no culpables y recuerdos.
A Semprún el único reconocimiento de prestigio por parte del gobierno español que jamás recibiese fue la Medalla de Oro al mérito en las Bellas Artes concedida en 2007. Y le llegó tarde. También esta lectura mía y este mínimo homenaje que me gustaría hacerle hoy en esta nota cerda.
Por eso, al hilo de la memoria, la literatura y la tristeza de toda un vida, me gustaría rescatar uno de los pasajes del libro La escritura o la vida que se refiere al escritor francés Marcel Proust.
Sobre este nos dice Semprún (p. 159):
«No me había interesado en realidad. No seguí adelante con mi lectura de la Recherche. Me resultaba demasiado conocido, casi familiar. Quiero decir: era como la crónica de una familia que podría haber sido la mía. Por añadidura, la frase de Proust, zigzagueante, llena de meandros y que ocasionalmente perdía algún sujeto o predicado por el camino, me resultaba demasiado habitual. Recuperaba con excesiva facilidad el ritmo sinuoso, la prolijidad de mi lengua materna: no tenía nada de exótico.»
Para más tarde puntualizar (pp. 162 & 163):
«Yo no había leído realmente a Proust, a pesar de las apariencias de mi conversación. Puesto que era capaz de hablar de Proust con pertinencia, perentoriamente incluso, todo lo que hiciera falta. Yo no había leído la Recherche, pero sí prácticamente todo lo que se refería a ella. En realidad, había comenzado esta lectura en 1939, durante las vacaciones […] pero no había seguido con ella. No acabaría de leer la Recherche hasta cuarenta años más tarde: lectura de toda una vida. Leería El tiempo recobrado en Washington, en 1982 […] Toda un vida entre el primer y el último volumen de Proust»
Hace un par de años compré las obras completas de Marcel Proust en la traducción de Carlos Manzano, en la edición de DeBolsillo. Había leído con anterioridad varios volúmenes, pero sin orden ni concierto.
A pesar de haber pedido los 7 volúmenes a la librería La Central de Barcelona, hubo uno (Sodoma y Gomorra) que nunca me proporcionaron. Y así se quedó la cosa, me quedé impedido para leer -de momento- la obra completa de Proust, aunque por alguna razón que no me lograba explicar, nunca exigí a la librería que reparase el error.
Pero, lo que en un principio me pareció un catástrofe, después de leer la experiencia personal de Jorge Semprún, me pareció un feliz vaticinio, porque, ¿qué sería de nosotros si agotásemos de una vez a Proust?
*Como se puede observar en las fotografías hay un hueco que se corresponde con el volúmen Sodoma y Gomorra.
es autor del libro de relatos Fin de fiestas (Suburbano, 2014), además de crítico literario y miembro de la AECL (Asociación Española de Críticos Literarios). Escribe sobre arte y cultura para diferentes medios impresos y digitales. Forma parte del equipo editorial de Hermano Cerdo.
La obra de Proust retrata el sentimiento moderno, que no queremos ver…
http://ramiropinto.es/escritos-literarios/ensayos/un-escritor/escrito-es/sinopsis-proust/