Maestro de lo humano

1. El eslogan

En el principio era el eslogan y el eslogan tenía un lugar destacado en la contraportada y el eslogan era bueno: «La ficción nos enseña a ser humanos».

Pero en ocasiones el eslogan no basta y hay que insistir. Empezando por el arte, cuya meta «ambiciosa» y «obvia» no es otra que «ayudarnos a sobrevivir y hacernos auténticamente humanos» (p. 14).

Léase: «somos humanos gracias al arte» (p. 15).

Y dentro del arte, el arte de la ficción, porque la ficción nos permite «ensanchar nuestra idea de lo humano» (p. 29), y dentro del arte de la ficción, el arte de la ficción literaria, porque leer «cuentos y novelas» es «una de las mejores formas de aprender a ser humano» (p. 30).

En conclusión, y todavía sin abandonar el prólogo: «La literatura nos hace humanos» (p. 32).

El que es caballero, repite.

2. El adversario

Ningún eslogan es eficaz sin un rival. Y aquí lo tenemos desde la primera línea. Ese rival, por desgracia, es un hombre de paja, un novelista que al recibir un «importante premio» declara que le encantan las novelas porque carecen de finalidad práctica.

El escritor premiado es un hombre de paja no porque sea inexistente (el mundo está lleno de artistas dedicados a producir obras sin otra finalidad práctica que ganar premios, becas, nombramientos) sino porque lo habitual no es despojar al arte de funciones sino atribuírselas en exceso.

Hacer afirmaciones extravagantes sobre el arte es una tradición occidental, nos recuerda John Carey al comienzo de What Good Are the Arts? (2005). El arte nos eleva al nivel de los dioses, trasciende la experiencia ordinaria, crea una realidad superior, descubre la naturaleza íntima del cosmos, el tejido oculto de la historia, el espíritu inmortal de los pueblos, la cartografía inédita del alma humana…

Esa tradición grandilocuente, materializada en currículos, museos y burocracias, el arte como religión del Estado laico, nunca ha cejado en su cruzada contra los filisteos, y aunque quizás esté de capa caída en la era de las resonancias magnéticas, los tiburones en formaldehido y los recortes presupuestales, su defensa está lejos de ser, como sugiere Volpi, un acto «blasfemo» o «provocador».

En este sentido, Leer la mente es básicamente un intento, no menos grandilocuente, de traducir la ortodoxia a términos más aceptables para el creyente moderno, a saber, los de la teoría de la evolución, la filosofía de la mente y las ciencias cognitivas.

La función del hombre de paja es adjetivar ese intento.

Léase: Leer la mente es un intento valiente, etc.

3. El traje

3.1. Esta temporada, las pasarelas aconsejan apostar una vez más por lo retro. La palabra mágica es «adaptación». El procedimiento es sencillo: el sujeto viaja a la Edad de Piedra, se adapta, y regresa bendecido por la selección natural.

Léase: «la ficción literaria debe ser considerada una adaptación evolutiva» (p. 49).

Toda la operación se lleva a cabo en menos de veinte páginas. El paquete incluye una visita guiada a la cueva en que se inventó la ficción, tiernas imágenes de niños jugando a los superhéroes y algún «consejo facilón para talleres literarios». No se admiten devoluciones.

3.2. El toque moderno corre a cargo de los accesorios, en especial los que se llevan en la cabeza: un cerebro capaz de producir conciencia, esto es, la ilusión de que tenemos el control («todos somos ficciones»), y realidad, esto es, la ilusión de que percibimos con fidelidad el mundo exterior («todos somos creadores»).

Léase: «la ficción surge a partir del mismo proceso que nos permite construir el mundo» (p. 74).

En resumen, la evolución nos ha dotado de un cerebro capaz de imaginar (y consumir) escenarios posibles para experimentar en condiciones seguras y controladas «todas las variedades de la experiencia humana» (p. 130).

Menú: revelaciones inquietantes en almíbar, destilado de conciencia explicada en salsa de memes, espuma de mementos a la DiCaprio. La cena estará amenizada por Douglas Hosftadter, que deslumbrará a los comensales con su desternillante humor.

3.3. Todo esto quizás suene un poco técnico, pero eso no debe ser motivo de preocupación. Leer la mente va de ciencia, sí, o casi, pero sin pasarse. Ciencia, especulación y papanatismo se aúnan aquí sin que el lector advierta apenas la diferencia. Nada de notas y referencias molestas que puedan cortarnos el buen rollito.

Cada personaje va acompañado de un mote para permitir su fácil identificación, porque nuestro autor siente la misma pasión por la adjetivación que atribuye a los narradores trogloditas: von Neumann, el «apabullante»; Wiener, el «retraído»; Gödel, el «apocado»… Los verbos potencialmente comprometedores están contrarrestados por verbos inocuos, que serán del agrado de todos los lectores sin distingo de su nivel de alfabetización: «investigar», o «fabular» (p. 37); «analizar», o «imaginar» (p. 39); «detallar», o, de nuevo, «imaginar» (p. 62).

Léase: ninguna sensibilidad literaria ha resultado herida en la confección de estas páginas.

4. El emperador

La idea de que la ficción es, al menos en parte, una adaptación lleva un par de décadas discutiéndose, y muchos creen que está llamada a refundar los estudios literarios y dotarlos, por fin, de una base científica.

Otros, en cambio, piensan que aunque la idea es acertada, no tiene demasiada utilidad para los estudios literarios tradicionales, centrados en la ficción más alejada (temporal o formalmente) de su potencial función evolutiva. En términos de Volpi, la gran literatura es una colección de cursos intensivos de humanidad que solo disfruta un porcentaje ínfimo de los seres humanos, por regla general, en un momento de la vida en el que sobre su condición de seres humanos ya saben bastante.

La idea de que producir y consumir ficciones es algo natural no tiene nada de «inquietante», y mucho menos lo tiene la idea de que la literatura cumple una función didáctica. Desde una perspectiva gremial, este tipo de comprobaciones no puede sino proporcionar el sosiego, a saber, no inquietar sino quietar: heme aquí, maestro de la humanidad, veinticuatro horas al día, siete días a la semana, dedicado a la gran empresa de enseñaros a ser humanos.

Si hay algo «inquietante» en la mirada evolucionista de la literatura, es, por ejemplo, la idea de que buena parte de lo que consideramos arte quizás sea una cola de pavo real, una forma ostentosa de probar la calidad de nuestros genes o nuestras cuentas corrientes. O, para no alejarnos tanto de las preocupaciones de nuestro autor, la idea de que lo que hace universal el teatro de Shakespeare no es lo que lo diferencia del melodrama sino lo que lo comparte con él.

Estas discusiones, sin embargo, carecen de interés para Volpi, que como buen publicista no tiene tesis (ni inquietudes) sino eslóganes: no preguntas, sino certezas.

Leer la mente es una fiesta a la que la evolución y la conciencia han sido invitadas para confirmar la idea de la literatura del autor y desmentir la tesis del hombre de paja del prólogo. El combate estaba ganado antes del primer asalto. La consecuencia es que el libro recoge un puñado de ideas más o menos novedosas en castellano para llegar a conclusiones más bien tópicas en todos los idiomas. La utilería científica al servicio de la sabiduría convencional: «si la ficción se parece a la vida cotidiana es porque la vida cotidiana también es —ya lo suponíamos— una ficción» (p. 19); «leer es tan fecundo y tan cansado como vivir» (p. 26); todo escritor tiene dos opciones: entregar al publico lo que este espera de él o sorprenderlo, que es lo que hacen los verdaderos artistas (p. 92); toda ficción es historia y toda historia ficción, una y otra son «interpretaciones narrativas de la realidad» (p. 108); «gracias al descubrimiento de las neuronas espejo, se ha corroborado una intuición ancestral: leer una novela es como habitar un mundo» (p. 121); «la gran literatura construye modelos que escapan de los modelos previsibles, de los clichés y los lugares comunes [para] hacernos comprender la infinita complejidad de lo humano» (p. 123); las grandes novelas nos desafían y nos cambian la vida (p. 123); «las emociones provocadas por la ficción (o la poesía) nos enseñan a ser auténticamente humanos» (p. 130); «leer una novela supone un desafío creativo y un ejercicio de autoanálisis» (p. 156); etc. Que la ciencia valide la sabiduría convencional no es un inconveniente… cuando es ciencia. La mayor parte de los estudios que intentan conciliar los campos de la biología y la literatura giran alrededor de la máxima de Horacio de que la poesía debe deleitar e instruir. Pero esta es un punto de partida (o un adorno libresco), no una certeza que haya que repetir como un mantra.

Decir que nuestro gusto por las novelas es adaptativo no es muy distinto de decir que nuestro gusto por las hamburguesas lo es, solo que en este caso Super Size Me se escribió a comienzos del siglo XVII: «Si Alonso Quijano nos fascina es porque se trata de la proyección extrema de lo que suele ocurrirle a cualquier lector empedernido» (p. 26). Sin embargo, a la enseñanza novelesca de que el consumo de ficción conduce a la locura o la estupidez, Volpi opone una conclusión más optimista: alimentarse de novelas es hacer un doctorado en humanidad, una hipótesis bastante interesante de someter a prueba en un mundo en el que la división del trabajo ha creado una casta especializada dedicada al consumo asalariado de ficciones, los críticos profesionales, a los que nuestro original autor imagina «muertos de envidia» desde las cavernas.

¿Puede haber algo mejor que formar doctores en humanidad?

Volpi lo tiene claro: «la literatura siempre anunció una verdad que hace apenas unos años corroboró la secuenciación del genoma humano: todos somos básicamente idénticos» (pp. 28-29).

No obstante, lo cierto es que a lo largo de la historia algunos grandes lectores de literatura no entendieron el mensaje de paz y amor de la Primera Ecuménica Democrática, y por tanto, cien páginas después, Volpi tiene que advertirnos de que «leer no nos convierte por fuerza en mejores personas» (p. 124).

¿Y entonces?

Bueno, tal vez lo que la literatura siempre ha estado anunciando es que unos somos más idénticos que otros.

Un doctorado en humanidad, por supuesto, también ha de ser un doctorado en manipulación, hipocresía, egoísmo, envidia, celos, chovinismo, etc. Pero eso, por razones obvias, no quedaba tan bonito en la contraportada.

En este punto uno empieza a preguntarse quién puede necesitar un resumen de la teorías de la conciencia de Dennett, o un recorrido lírico por las especulaciones alrededor de las neuronas espejo, para convencerse de que las grandes novelas pueden cambiarle la vida y enseñarle a ser humano. Probablemente uno que ya está convencido de eso, aunque las novelas no le cambien la vida y aunque, mal que bien, ya sea todo lo humano que puede llegar a ser.

Léase: un creyente.

5. El milagro

La constancia vence lo que la dicha no alcanza. El creyente que persevere hasta el final de Leer la mente tendrá ocasión de asistir al magnífico epílogo en el que se obra el milagro de la deconstrucción.

Pese a todo lo dicho sobre la conciencia como un producto de procesos a los que no tenemos acceso, el yo como ilusión y la memoria como ficción interesada, resulta que la evolución no solo ha generado cerebros capaces de pensar en la naturaleza del cerebro sino que también ha producido al menos un cerebro muy especial, dotado de una superconciencia que le permite entrevistarse a sí mismo sin necesidad de Formspring.

El milagro de la deconstrucción alcanza su clímax en la página 138, cuando la mente de Jorge Volpi le pregunta a la mente de Jorge Volpi si existe el libre albedrío, y se consuma definitivamente en la página siguiente, cuando la mente de Jorge Volpi se responde: «No nos rasguemos las vestiduras…»

Léase: Con lo bien que me ha quedado el traje.

by Luis Noriega

nació en Cali, Colombia, en 1972. Vive en Arenys de Mar, un pueblo costero a las afueras de Barcelona. Ha publicado las novelas Iménez (Premio UPC de ciencia ficción, 1999) y Donde mueren los payasos (Blackie Books, 2013). También publica cuentos en El Malpensante regularmente.

2 Replies to “Maestro de lo humano”

  1. 1
    Grieving father

    Buena reseña, muy buena y muy completa reseña. Ya se verá qué premio le dan (¿qué os apostáis que será en la sede de la fastuosa Corte Real del Muy Grandioso y Cristiano Reino de España…)

  2. 2
    Joselito

    Les recomiendo poner el autor y el libro en el título de tal manera que cuando se posteen en Facebook atraiga más lectores. De otra forma, en este caso específico, sólo aparece «Maestro de lo humano», que no dice gran cosa.

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