1.
Leo en el último libro publicado en España del escritor argentino Damian Tabarovsky Una belleza vulgar (Caballo de Troya, mayo de 2011) que:
«quizás hay que inventar una literatura y un arte que creen novedad no como una ruptura que borra las huellas del pasado, sino como la introducción de paradojas en los discursos existentes, en el discurso del presente» (p. 120).
Pues bien, como algunos ya sabrán, nuestro presente más inmediato se concreta en la Jornada Mundial de la Juventud que se celebrará en Madrid desde mañana y hasta el día 21 de Agosto –aquí-. Según nos dicen sus organizadores en este vídeo –aquí– el alma de Madrid, capital de España y una de las más importantes de Europa, esa «ciudad abierta y cosmopolita», nos dicen, se halla justamente ahí, en la Jornada Mundial de la Juventud.
En principio, se espera que dos millones de jóvenes procedentes de 170 nacionalidades diferentes acudan a la mencionada celebración.
Al hilo de tal festividad, el pasado 12 de Agosto, Fernando Díaz de Quijano entrevistaba a Pablo Blanco, profesor de Teología Dogmática en la Universidad de Navarra, al respecto de Joseph Ratzinger, quien es el pope de los fastos que se comenzarán a celebrar mañana en Madrid.
Así, decía Pablo Blanco en la entrevista que publicó El Cultural de El Mundo –aquí– hace unos días que:
«en la sociedad actual, posmoderna y algo esteticista, el testimonio de la belleza presente en el arte cristiano y la vida de los santos constituye un argumento convincente y evangelizador. Por eso me parece que, con estas líneas de su pensamiento, se podría decir que Benedicto XVI es un papa para la posmodernidad».
Yo, la verdad, pensaba que ya habíamos superado el postmodernismo, pero, a lo que parece, el mensaje que se lanza desde la Iglesia Católica para una cantidad enorme de jóvenes (dos millones que estarán presentes más todos aquellos que lo verán a través de las retransmisiones televisivas) es que seguimos en una sociedad postmoderna.
2.
Todavía sin salir de mi asombro, busco más signos de nuestro presente.
Enseguida pienso en la ficción televisiva, cuya repercusión actual nos hace pensar en que es esta una de las formás artísticas más importantes de la contemporaneidad.
En el número especial de la revista Leer correspondiente a Julio-Agosto de 2011 (nº 224) hay un extra de verano sobre «Cine y Estío». El reportaje especial dedicado a las series, viene firmado por Jaime Díez Alvarez y lleva por título «Series: la vuelta del gran relato».
Allí nos dice Jaime Díez que:
«Cabe defender que vivimos un auténtico renacimiento de la ficción cinematográfica pura y dura, que se desarrolla dentro de las enormes peculiaridades y posibilidades de la televisión, en un sentido que confirma o sobrepasa las ideas de cineastas fundamentales como Jean Renoir, Roberto Rosselini o Ingmar Bergman, que ya vislumbraron que el cine de ficción tenía ante sí un enorme territorio que conquistar en el medio televisivo» (p. 56).
Y eso creo yo también, la verdad, y es que me da que la periclitación de la industria del cine como lo hemos conocido en el siglo XX es la causante del auge de la tv; dicho en otras palabras, tal presencia central en la cultura de hoy del fenómeno de las teleseries, en mi opinión, se debe a cierta nostalgia del cine, entendido éste como instancia universalizadora.
No en vano, decía Tabarovsky en una vieja entrevista de 2007 –aquí-: «Las narraciones más potentes son las mediáticas».
Pero bien, sigo leyendo el artículo de Jaime Díez para la revista Leer y me sorprende que con tanta claridad manifieste éste cómo:
«Llama la atención sobremanera el regreso del Gran Relato, ése que la avejentada teoría posmoderna consideró agotado para siempre, y que ahora aúna el carácter adictivo de los folletones decimonónicos con toda la complejidad y sutileza con las que los creadores del siglo XXI pueden contar una historia. Pero lo esencial vuelve a ser su materia prima: la historia, su mundo físico y simbólico: personajes de esos que siempre tienen razones para hacer lo que hacen» (p. 57)
Y así resulta que la sociedad civil, que se ha venido caracterizando por la evolución y el progreso, vuelve al Gran Relato de la Modernidad, en tanto que la Iglesia Católica, institución momificada, que no se mueve sino al ralentí, resulta que ha dado -lo que ella considera- un paso adelante para avanzar y adaptarse a los tiempos, determinando -con ello- que vivimos hoy en una época postmoderna.
La paradoja pues es la siguiente: los conservadores (los católicos) se han ido al futuro para quedarse en el pasado y la vanguardia (la ficción televisiva) queriendo anclarse con fuerza en el presente, se ha marchado a la prehistoria.
Una apresurada conclusión tentativa sería la de pensar que, con todo esto, lo que sucede es que nos hemos quedado sin presente, o es que acaso habría que matizar qué es el presente y entenderlo como lo hace Tabarovsky, tal que fuese «esa sensación de tener arena entre las manos: cuando la atrapaste, desapareció, pero tuviste ese momento de intensidad» [1. Damian Tabarovsky en entrevista con Silvina Friera. Página 12. 4-Diciembre-2007].
Puesto que, justamente, «la paradoja surge como destitución de la profundidad» (Una belleza vulgar, p. 102).
Siendo esto así no nos quedaría más remedio que rematar esta breve disquisición dándole la razón a Tabarovsky quien en su libro Una belleza vulgar acaba afirmando:
«tal vez lo propio de la novedad hoy […] ya no sea la creación de una novedad entendida como la primera vez; sino que es vanguardia quien escribe por primera vez lo ya escrito, quien hace por primera vez lo ya hecho, quien crea por primera vez lo ya creado» (p. 120).
Es decir, que la iglesia ha creado para sí un nuevo postmodernismo, en tanto que la ficción televisiva le ha dado un nuevo sentido a la modernidad. La paradoja es que ambas visiones no sólo coexistirían hoy, sino que probablemente sería imposible entender el presente (visto como cierto tipo de síntesis de ambas) sin la conjunción de éstas. Lo que, de paso, serviría como restitución de la vieja idea hegeliana de la tesis y la antítesis.
es autor del libro de relatos Fin de fiestas (Suburbano, 2014), además de crítico literario y miembro de la AECL (Asociación Española de Críticos Literarios). Escribe sobre arte y cultura para diferentes medios impresos y digitales. Forma parte del equipo editorial de Hermano Cerdo.
Qué bueno… «la belleza presente en el arte cristiano y la vida de los santos constituye un argumento convincente». Casi me caí de la silla de tanto reír. ¿Realmente se lo creen? ¿Un Papa para la posmodernidad? ¡Llegan tarde, muy tarde! ¿Mas qué será lo próximo? ¿Baetificarán a Ratzinger en vida como Santo de los Mercados?Wall Street subirá 200 puntos en cuanto se publique este comentario…