La primera novela de esta autora llega en un momento en el que en Ecuador hablar de literatura de género está de más. También llega en un instante en que las historias pasadas a papel se vuelven pura pretensión o intentos por ser cool. Con Tanta joroba, Silvia Stornaiolo camina por el sendero que ella abrió en su anterior libro, la colección de cuentos llamada Cuerva críos y juega a la perturbación, con un deseo propio lleno de desencanto. Para Yuta, la personaje que narra todo lo que sucede en las páginas, el cruce de una persona con otra, por más sencillo y casual que sea, va a provocar un cataclismo que tal vez no pueda ser perceptible, pero es inevitable.
De eso va Tanta joroba.
Todo se resume en un camino abierto de un ser frente a otro, en una apertura temporal, en un túnel entre dos cuerpos, en ese contacto que causa una fricción que termina haciendo daño, aunque no se quisiera, aunque no estuviera en la conciencia de nadie. La máxima de Tanta joroba es clara: todo contacto humano es una laceración, una proyección y hasta una pérdida del equilibrio. Yuta lo sabe bien, está al borde de la cornisa. Y va a caer.
Lo que queda a través de la ficción que se abre dentro de la novela (solo de nombre porque Yuta escribe y llena páginas de lo que hace llamar ‘diarios’, pero no sabemos totalmente qué escribe ahí) es la comprensión de que hay heridas y rasgaduras que en lugar de cerrarse pueden ser amplificadas como un ejercicio placentero, o como última posibilidad, incluso como respuesta al sin sentido: ¨Ya no sé cuántos años tengo ni qué hago aquí, o qué pasó. Fue, y es, todo muy rápido¨. Yuta se enfrenta al final, quiere salir del sitio en el que está, sin saber por qué… ni el camino a seguir.
Ella es la voz de la historia, la que debe pasar por todo, la de la traslación. Yuta debe abrirse a algo que no parece tener forma, más allá de la desesperación. Y teme, porque las cosas en esa ilusión de pareja que soporta no están resultando como ella quiere: “…y aunque me muera de ganas juro que no voy a decirte cuánto me alegra haberme dado cuenta de que lo nuestro se está acabando. Ni de que por fin se cayó la máscara, ni de lo agradecida que aún en juventud todavía habría el chance de encontrar un mejor camino, no como les pasó a miles de mujeres obligadas a bancarse años de matrimonios equivocados y enfermizos. Tengo miedo”, narra en algún momento.
El daño en ella está en su relación con el otro, con el que la ha tocado como nadie, con el que la hizo emocionar, sonreír, con el que la ha protegido. Una vez más aparecen el contacto y sus presiones, ese cruce entre varios seres, que la lleva a realizar una búsqueda, a recuperar una sensación, a enfrentar el miedo. Pero todo esto es lo que no importa. Al final la excusa para salir de casa puede ser cualquiera y en este caso Yuta reconoce que su pareja le ha costado mucho y debe establecer una nueva ruta de escape. Ese camino termina siendo el escrutinio, el gusto por ser la detective fallida, que sabe qué hacer, lo hace, no le da importancia, lo escribe para revalidarlo, pero lo ignora al mismo tiempo. Yuta usa la herramienta que mejor puede controlar para acabar con Viso, el marido infiel, y lograr el contacto intenso, carnal y sensorial con Boti, su medio hermano.
La huída y el encuentro como ejercicios desesperados para evitar la soledad. Y aquí la escritura se vuelve innecesaria y accesoria… nada sirve, solo el abandono.
A diferencia del conjunto de cuentos, en esta ocasión la autora reconoce ciertas distancias en el género e intenta una novela que va con calma, que divide espacios, que se va consumiendo de a poco, que abre paréntesis y que se cierra ante lo que la misma narradora nos cuenta. Silvia apuesta por una historia que de un momento a otro cambia, encuentra un sendero en sus últimos capítulos y saca a Yuta de cierto marasmo y vueltas que pueden considerarse obvias. Quizás lo mejor logrado en este libro radica en cómo de una constante, de reflexiones que se vuelven continuaciones y exposiciones de un personaje en carne viva, nos llega de golpe el siguiente panorama, que vuelve en acción todas las ideas. Yuta pasa de la elucubración, de la conjetura, a enfrentar las consecuencias de aquello discreto. La ficción reacciona.
Porque en más de la mitad de la novela lo que experimentamos siempre son acciones en potencia, realizadas con tibieza, no consumadas, que duelen y doblegan, o que hablan de pasado. Y como ya sabemos: el que no hace goles, ve cómo se los hacen. Al final, el enfrentamiento no es con lo inevitable, sino con aquello contenido. He ahí el triunfo de “Tanta joroba”, la posibilidad de una ficción útil, como estrategia de venganza, como camino y potencia [1. En el título, por cierto, encontramos una derrota mayor: Una recomendación de los editores significó el cambio de un título más contundente y paradójico como Lovela a Tanta joroba, por razones que todavía no me logro explicar.].
Por eso atestiguamos aquel final tan contundente, desolador y vencedor. Al final lo que hace Silvia Stornaiolo no es acabar el dolor de Yuta, ni sus dudas, contactos externos o su condena. Lo que sucede es que la broma se hace gigante, la sobrepasa, el peso ya deja de ser peso y la somete. Destruyendo todo se puede construir de nuevo y así Tanta joroba puede hacer referencia al lastre sobre la espalda, o también a las ganas de joder y en este caso, cuando no queda nada, cuando todo está consumado, ¿qué nos queda? En este libro no está la respuesta… pero hay un camino interesante que se puede seguir con cierta emoción.
nació en Guayaquil, Ecuador, en 1979. Es el autor del libro de cuentos Conjeturas para una tarde (2007) y de la novela Los descosidos (2010). Mantiene el blog Más allá de los libros.
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